Se despejó anoche, de una forma fulminante, uno de los interrogantes de los varios que aún tiene pendiente el diseño electoral para agosto. La dama movió su pieza: Carlos Zannini será el acompañante de Daniel Scioli en la fórmula presidencial para las primarias del FPV. ¿Habrá primarias, de verdad? La duda es espontánea y podría atornillarse quizá con otra pregunta: ¿Alguien se atreve a imaginar a Florencio Randazzo castigando duro en la campaña al gobernador de Buenos Aires, sin rozar al secretario Legal y Técnico?
Cristina Fernández hizo, al final de cuentas, lo que el año pasado había anticipado Máximo, su hijo. En la única aparición pública, que alcanzó en el universo K para convertirlo en líder potencial. La Presidenta está dispuesta a maniatar al candidato kirchnerista. Si hubiera de por medio una derrota, podría recurrir al apotegma de su vástago: “Entregaremos el Gobierno pero nunca el poder”, dijo en aquella oportunidad el jefe de La Cámpora.
Pues bien, la unción de Zannini tendría relación con ambas cosas. No hay
mejor gendarme político para custodiar al kirchnerismo que el secretario Legal y
Técnico. El mismo funcionario ha sido el ingeniero de la trama jurídico-legal
sobre el tronco del Estado, que le posibilitará a los K sobrevivir en la
oposición e imponer condiciones al Gobierno que llegue, sea propio o de la
oposición.
Nunca habría que olvidar los pasos que dio Zannini. En especial, desde la muerte de Néstor Kirchner. Colonizó con sus proyectos buena parte del Poder Judicial. Auspició el ascenso del general César Milani como jefe del Ejército y el desmembramiento de la ex SIDE. Impulsó a los camporistas a las estructuras estatales e incluso participó de una selección de ellos para dedicarse al espionaje. Domó con unos pocos gritos al herrumbrado PJ en nombre de Cristina. Quizás una de sus satisfacciones mayores, teniendo en cuenta la inquina íntima que siempre le dispensó al movimiento ideado por Juan Perón.
El error del peronismo –y de tantos otros– fue haber supuesto en estos años que Cristina dejaría algo sin hacer. Aquello que no hizo (tumbar a Carlos Fayt o a Ricardo Lorenzetti de la Corte Suprema) fue sólo por impedimentos objetivos de la realidad. Pero intentará correr esos límites por lo menos hasta el 9 de diciembre. Scioli cayó en idéntico pecado. Se supuso invulnerable a partir de dos premisas: su vaporosa pero constante popularidad y el viraje de las últimas épocas al kirchnerismo furioso. Cuando entró ayer a la tarde a Olivos se dio cuenta del equívoco.
El gobernador y candidato venía barruntando que algo desagradable podía ocurrir con su compañero de fórmula. Sus utopías habían sido José Luis Gioja, el gobernador de San Juan, y Juan Manuel Urutubey, recién reelecto en Salta. El puente para una receta digerible era Sergio Urribarri, de Entre Ríos. Pero por algo salió a blandir, de repente, el nombre de Máximo. Aunque jamás esperó a Zannini. Su rostro optimista cuando salió de su oficina del Banco Provincia contrastó con el semblante forzado que mostró al hacer el anuncio en un medio de TV de la cadena paraestatal. A esa tarea también lo condenó la Presidenta.
La “continuidad del modelo” estaría de esta manera asegurada. ¿Qué sentido tendría la interna de Scioli con Randazzo? Quizás ese constituya el otro capítulo que podría haberse empezado a escribir anoche, en Olivos. El kirchnerismo tiene un problema en Buenos Aires, el principal distrito electoral, crucial para octubre, como lo tiene también la oposición. Entre ellos, Mauricio Macri. Ni Aníbal Fernández, ni Julián Dominguez, ni el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, darían por ahora la talla. Quizás un baño de humildad lo esté aguardando al ministro de Interior y Transporte. Randazzo juró en varias ocasiones que si no seguía en la carrera presidencial retornaba a su casa. Que no le interesaba la gobernación de Buenos Aires. Habrá que esperar qué sucede. Pero a las palabras en el kirchnerismo no se las lleva el viento: las empuja una simple brisa.
Después de la decisión sobre Zannini ya no existiría, a lo mejor, derecho para ninguna sorpresa. No estaría en danza ningún nombre. Sí, en cambio, la polémica que generó, adentro y afuera del mundo K, la elucubración de Eduardo Jozami. El intelectual de Carta Abierta conjeturó que Máximo podría ser candidato a vicepresidente y que, ante una dificultad importante, estaría en aptitud de sustituir al propio Scioli. Un golpe elegante. Jozami se excusó que sus palabras habían sido sacadas de contexto. Tal vez cometió una infidencia o lo traicionó el inconciente. Su conjetura adquiriría ahora mayor musculatura con la presencia de Zannini en lugar de Máximo en la supuesta vicepresidencia. Está claro que el kirchnerismo no está dispuesto a la retirada.
El tablero tiene todavía muchos lugares vacantes. Para ir ordenando el sistema de poder que la Presidenta cavila una vez que quede a la vera del poder. Está en juego todavía su propia candidatura. Será, con certeza, la frutilla de este postre político a lo mejor indigesto. Las especulaciones, con Zannini en la línea de vanguardia, permitirían abrir casi todo el abanico. Una variante sería la diputación bonaerense de Cristina para intentar inclinar definitivamente Buenos Aires. Otra, la representación en el Parlasur que recién entrará en vigencia en el 2020 y la habilitaría a la mandataria un movimiento a dos bandas: tener fueros que le permitan neutralizar cualquier avance en alguna causa de corrupción; vigilar muy de cerca la política interna.
Pareciera claro que, en ese esquema, Scioli constituiría apenas un mascarón de proa. Cristina, Zannini, Máximo y la tropa de fieles –en el Congreso, en la Justicia y en el Estado– impondrían la dirección política y el rumbo que presumen para la Argentina. En ese contexto, todos los regateos de Scioli para acomodarse a las circunstancias parecieran haber resultado vanos. Sus frecuentes conciliábulos con los economistas Miguel Bein o Mario Blejer tendrían poco o ningún espacio ante aquel núcleo de poder. Su acercamiento a Axel Kicillof, como lo ensayó en las últimas semanas, se asemejaría al abrazo del oso.
Más allá de la decisión y de sus connotaciones asomaría claro en la escena que Cristina, de nuevo, le arrebató la iniciativa en este tramo final de campaña a los líderes de la oposición que aspiran a sucederla. Se verá cómo reacciona Macri. Qué hará Sergio Massa. Qué ocurrirá con el ríspido vínculo entre ambos. Qué reflejos nuevos exhibirá la centro-izquierda que representa Margarita Stolbizer.
No quedaría duda, a esta altura, sobre varias cosas. Cristina está dispuesta a no ceder un ápice de poder. Intentará condicionarlo hasta la asfixia si la oposición la desplaza de la Casa Rosada. Lo controlará desde la sombras si triunfa su discípulo. Esta triste y pobre historia la conoció ya la Argentina con formato de tragedia.