También se convertiría en el vínculo entre sus amigos empresarios y el eventual nuevo gobierno, el garante de la embestida contra el Poder Judicial, el espía de los ministros que acaso le permitan designar al presidente, el verdadero jefe de la inteligencia nacional y el auditor de las grandes cajas políticas, desde la que distribuye la publicidad oficial hasta la que concentra miles de millones de pesos por fuera del presupuesto nacional.
No se trata de una exageración. Tampoco de un prejuicio. Es sólo información. Apenas la descripción de una parte de las tareas que viene practicando Zannini hasta ahora, con la bendición expresa de la Presidenta desde el mismo día en que Néstor Kirchner murió. Zannini es el mismo funcionario que le pidió al entonces intendente de la ciudad de Córdoba Luis Juez que aceptara una coima ofrecida por el zar del juego, Cristóbal López, según denunció el propio damnificado. Es quien repitió, ante ministros del Ejecutivo nacional, que a Cristina no se le habla: "Se la escucha y se baja la cabeza". Es quien acompañó a Néstor Kirchner desde 1987, cuando lo eligieron intendente de Río Gallegos, como secretario de gobierno, y diseñó la mayoría de las operaciones políticas y judiciales para que el ex presidente se perpetuara en el poder. Zannini participó, en Santa Cruz, de la ley de lemas que sirvió para diluir a la oposición. Fue designado miembro de la Corte Suprema de Justicia provincial y operó para ampliar su número y controlarla. Redactó el texto del cambio de la Constitución provincial para garantizarle a su jefe la reelección indefinida como gobernador. Pergeñó el ataque contra el procurador general Héctor Sosa, quien pretendió investigar a Kirchner por el escándalo de los fondos derivados de las regalías del petróleo de Santa Cruz.
Zannini hizo realidad la aventura de trasplantar parte del modelo feudal de una provincia patagónica al gobierno nacional. El actual secretario legal y técnico de la Presidencia le puso el punto final a la ley de medios y le comunicó al entonces procurador general de la Nación Esteban Righi que aceptaba su renuncia por haber permitido que se iniciara una investigación judicial contra el vicepresidente Amado Boudou. Además, es el último en revisar la lista de medios y periodistas que reciben publicidad oficial. Zannini concentra algunas de las decisiones que le corresponderían al jefe de Gabinete, el secretario general de la Presidencia, el Ministerio del Interior y al presidente del Partido Justicialista.
Zannini es el verdadero jefe práctico de La Cámpora y el principal intérprete de los deseos de Máximo Kirchner, sobre quien tiene tanta ascendencia como su mamá. Es el armador de las listas de legisladores nacionales en todos y cada uno de los distritos del país. Zannini parece despreciar a los medios y a los periodistas tanto o más que la jefa del Estado. Lo comprobé en mayo de 2006, cuando viajé a la IV Cumbre de Presidentes de la Unión Europea-América Latina y el Caribe, que se realizó en Viena el 12 de mayo de 2006. Fue aquella en la que Evangelina Carrozo, activista de Greenpeace, apareció en traje de baño en medio de la ceremonia inaugural, a modo de protesta por la instalación de plantas de celulosa sobre el río Uruguay. El entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, nos había adelantado que Kirchner nos concedería una entrevista que sería incluida en la película Yo Presidente, que al final se estrenó en 2007. Como las horas pasaban y nada parecía indicar que el jefe del Estado cumpliría su compromiso, me instalé en el café del hotel donde se hospedó la delegación oficial. En determinado momento, por cortesía, Fernández me invitó a la mesa en la que también tomaban café Zannini, Alberto Balestrini y José Pampuro. No pasaron ni diez minutos cuando el "Chino" decidió exponer lo que pensaba sobre los medios en general y los periodistas en particular. Hablaba como si fuera tan poderoso como el presidente. Aseguró que ningún funcionario de su gobierno tenía el deber de otorgar entrevistas a nadie. Sentenció que ni siquiera se sentía obligado a publicar cada decisión del Poder Ejecutivo en el Boletín Oficial. Opinó que la mayoría de los periodistas que conocía eran "analfabetos o vagos". Al final fue todavía más a fondo: "Y los que no son analfabetos son corruptos". Fue tan brutal su postura que el ex jefe de Gabinete se vio obligado a aclarar que él conocía a muchos periodistas honestos, incluido el que estaba en la mesa. La conversación se fue poniendo cada vez más tensa. Tanto que me sentí obligado a transmitirle que, a pesar de sus gritos, seguiría diciendo lo que pienso desde cualquier plataforma o cualquier lugar. Fue una experiencia única. Ese día terminé de darme cuenta de cuál sería el vínculo de Kirchner con los periodistas que no le respondían a rajatabla.
Hace menos de un mes, el gobernador Daniel Scioli me recibió en su despacho del Banco Provincia. Con mucha prudencia, pero seguro de que al final se transformará en el sucesor de Cristina Kirchner, pidió que no tuviera dudas sobre su comportamiento con los medios y los periodistas críticos en el caso de alcanzar la presidencia. Solicitó, una vez más, que nadie lo subestimara. Que quienes lo conocen de verdad saben que no se debe esperar de él "ninguna cosa rara, ni imprevisible, ni agresiva". Que no perseguiría a nadie. También pidió que se prestara atención a su manera de ejercer el poder en la provincia de Buenos Aires. "La mayoría de las leyes salieron por consenso. Porque nuestros proyectos son previsibles y no descabellados", dijo.
Es demasiado temprano para sacar conclusiones definitivas. Todavía falta, sin ir más lejos, saber si la Presidenta será candidata a diputada nacional, a legisladora por el Parlasur, a algún cargo ejecutivo o si se dedicará a monitorear desde el llano el mandato de su sucesor, se llame como se llame. Todavía falta confirmar si, como sostiene Mauricio Macri, todo lo que huela a kirchnerismo o cristinismo terminará ahuyentando a los votantes indecisos. Todavía falta averiguar si la incorporación de Zannini en la fórmula es algo que preocupa sólo al círculo rojo y le importa poco y nada al resto de la sociedad. O si el hecho de haber salido de la oscuridad de su despacho para colocarse frente a la luz de los reflectores de la televisión puede hacer que el supersecretario modifique algunas de sus prácticas más controvertidas.