Es una coalición con dos grandes protagonistas que acaban de alcanzar un acuerdo interno para un objetivo no negociable: la conservación del poder. La transacción costó una crisis. Anoche Florencio Randazzo dejó en suspenso su candidatura a la presidencia, lo que desató una ola de versiones. Entre ellas, que desistiría de la carrera, pero también rechazaría la invitación de Cristina Kirchner a competir por la gobernación bonaerense. Y que, como consecuencia de esta insubordinación, habría renunciado al Ministerio del Interior y Transporte.

La primera fase del traumático acuerdo del oficialismo se conoció anteayer. Daniel Scioli aceptó que Cristina Kirchner designara a Carlos Zannini en su fórmula. Scioli no podía negarse. Para hacerlo debería haber construido una estructura capaz de desafiar a la Presidenta en una interna. Pero él se concibe a sí mismo como una celebrity cuyo distrito es la farándula, y cuya única misión es cotizar en las encuestas para ser un insumo inevitable de la estrategia de un caudillo o de una agrupación.

De modo que, dada la deliberada inexistencia de un "sciolismo", sólo le quedaba acatar. Scioli está condenado a ella. Ayer se cumplió la otra parte del contrato. La señora de Kirchner retiró la candidatura presidencial de Randazzo. Fue la señal de su propia limitación. Domina una formidable maquinaria, pero fracasó en el intento de dotarse de un candidato que garantice al peronismo la victoria. De modo que no se bajó Randazzo. Se bajó la Presidenta. A diferencia de Mauricio Macri, no se animó a imponer a su "Larreta". El gobernador de Buenos Aires volvió a demostrar que es el único dirigente popular del oficialismo, con exclusión de Cristina Kirchner. Ella está condenada a Scioli.

Con la candidatura de Zannini quedó jugada la suerte del ministro del Interior. Zannini era su jefe de campaña, el hombre que hasta anteayer al mediodía lo alentaba como futuro presidente. La señora de Kirchner volvió a exhibir su despotismo. Cuando Randazzo se enteró de que le había llegado el baño de humildad ya estaba hecho sopa.

Anoche entre los amigos del ministro circulaba la versión de que se alejaría de la competencia electoral y del Gobierno. La verosimilitud de ese vaticinio se debe a tres factores. Primero, la Presidenta no suele aceptar que se le pida tiempo a acatar una orden. Segundo, Scioli adelantó que "la situación de Randazzo la decidirá la conducción del partido", una frase que prometería convertir una insubordinación en acatamiento. Sería una alquimia típica de Scioli, quien transformó en "propuesta que la Presidenta aceptó con beneplácito" la inapelable imposición de su candidato a vice. Tercera razón por la que suena creíble que Randazzo, en un gesto de hidalguía, plantó bandera: durante los últimos meses juró ante sus amigos y aliados que "mi proyecto es de largo plazo y, si no enfrento a Scioli en las primarias, me voy a mi casa, que es muchas veces lo que tengo ganas de hacer en cualquier caso". Sin embargo, anoche el futuro del ministro del Interior era un misterio.

Si Randazzo rechaza ser candidato a gobernador, la Presidenta deberá revisar su estrategia bonaerense. Anoche la alternativa con la que se conjeturaba en el oficialismo era la de potenciar a Julián Domínguez. Un interlocutor de la señora de Kirchner lo explicó así: "Ella no está preocupada sólo en el orden de su salida, también está mirando la estética de lo que vendrá. Aníbal Fernández tiene una imagen catastrófica y está muy amenazado por la investigación del fútbol. En cambio, Domínguez le da la posibilidad de, al cabo de 12 años de ejercicio del poder, ofrecer una novedad".

La cancelación de la candidatura de Randazzo fue el fracaso de un experimento. Comenzó cuando Sergio Massa eliminó con su victoria cualquier posibilidad de reelección. La Presidenta convocó a su ministro y le dijo: "Flaco, mi candidato sos vos. Scioli no es nuestro. Te puse los trenes y te voy a poner la comunicación. Empezá a trabajar". Randazzo expuso esta decisión, estilizada, cuando explicó a los profesores de Carta Abierta que él se había postulado porque si no "el proyecto iba a quedar manco". La aventura no prosperó. Ahora el encargado de que "el proyecto no quede manco" es, con menos chances, Zannini.

Cristina Kirchner suprimió la opción Randazzo para mejorar las chances del candidato oficial. La competencia con el ministro obligaba a Scioli a alejarse del centro en busca de un votante ultra cuya adhesión ahora debería garantizar Zannini. Randazzo, además, impediría a Scioli aparecer como el más votado de las primarias. Con sólo sacar un 10%, el ministro del Interior habilitaba esa posición para Macri, de quien era un aliado involuntario.

Para cerrar su brecha interna, el peronismo recurrió a una receta tradicional. Se sirvió de la vicepresidencia, cuya principal función es servir como enlace entre dos alas de una misma organización. Sólo un grave error llevaría a suponer que el kirchnerismo, que erigió una impresionante hegemonía a lo largo de una década, iba a estar ausente del principal rubro de la oferta electoral. Esa hipótesis sólo es concebible para quienes imaginan en Scioli a un ente externo al oficialismo, a quien Cristina Kirchner "mancha" con Zannini. Esa fantasía, que el prodigioso marketing naranja ha inculcado en innumerables opositores al Gobierno, niega lo obvio: el ex vicepresidente de Néstor Kirchner, candidato testimonial de 2009 y dos veces gobernador en representación del kirchnerismo, es una figura ineludible del FPV. No expresa, por supuesto, su modalidad dominante. Y por eso facilita al peronismo un nuevo cambio de piel. Como se lo ofreció Cafiero al de Herminio Iglesias, Menem al de Cafiero y los Kirchner al de Menem.

Zannini fue la última estación de un camino crítico que recorrió la Presidenta. Ella podría haber optado por satélites de su propio núcleo, como el entrerriano Sergio Urribarri o el santiagueño Gerardo Zamora. Pero Urribarri cometió el error de abrir sus propias tratativas con Scioli. Y el ex radical Zamora hubiera sido intolerable para los gobernadores del PJ. Quedaba la alternativa de alguien del círculo íntimo. ¿Clásico o moderno? De los últimos el único aceptable era Eduardo "Wado" De Pedro, todavía inexperto para el manejo del Senado.

Clásicos había dos: Alicia Kirchner o Zannini. La cuñada de la Presidenta ofrecía el encanto fetichista de componer la fórmula inversa de la de 2003. Pero tampoco garantizaba el control de una cámara difícil. Y la jugada Máximo vicepresidente nunca fue analizada. Hasta ayer, el joven Kirchner vacilaba entre ser candidato a intendente de Río Gallegos o diputado en su provincia.

Para la mesa de arena de Scioli, se impuso una opción razonable. El gobernador evitó a Axel Kicillof, que acotaría al extremo su discurso económico. Sin embargo, como cuando le asignó a Gabriel Mariotto como vicegobernador, la señora de Kirchner intenta inocular a Scioli su conflicto con los medios de comunicación, sobre todo con el Grupo Clarín. Zannini ha estado en la vanguardia de esa cruzada autoritaria. Y también de la que el Gobierno lanzó sobre la Justicia. Es, en este sentido, uno de los encargados de que el cambio de administración no signifique un cambio de ciclo. Es decir, que no represente la cancelación de la agenda que ha promovido el kirchnerismo. Esa agenda ha sido, antes que un listado de programas, un listado de conflictos.

Ayer los mercados interpretaron de ese modo la designación de Zannini. Hicieron caer los bonos y subir el blue porque no la vieron como el factor determinante de una derrota del Frente para la Victoria, un "cajón de Herminio", sino como la señal de que esa agrupación aumentó la probabilidad de una continuidad que ellos deploran. Scioli, en cambio, festejó que Zannini es un kirchnerista carente de poder y votos propios. Uno de sus interlocutores más cercanos lo dijo de este modo: "Hoy Zannini es el reflejo de la Presidenta. Pero esperemos a ver qué sucede el día que sea el reflejo de la ex presidenta". En La Ñata el optimismo es lo último que se pierde.

En cambio, desde la otra vereda, un reconocido analista de la Recoleta, consignó: "Como todo maoísta, Zannini querrá agudizar las contradicciones". Para esta lectura, el vice de Scioli enmascara una especie de Chacho Álvarez y la única incógnita sería cuál de los dos renunciaría. El gobernador rechazó esta imagen y prometió un Zannini cooperativo. Aunque, por las dudas, comenzó a menospreciarlo. En lo que quiso ser un elogio, lo llamó "redactor de grandes avances del Gobierno". Un amanuense.

Scioli celebra que Cristina Kirchner juega a ganar con él. El otro corolario que insinúa el nuevo cuadro electoral es que ella no será candidata a nada. Aunque con alguien cuyos movimientos no conoce ni Zannini, mejor no hacer apuestas.