La primera: los Kirchner nunca se van del poder, al menos por su propia voluntad. La otra: sus virtudes de dirigente política y de gobernante se derrumban en el momento en que tiene que elegir candidatos. Siempre elige los peores. La candidatura vicepresidencial de Carlos Zannini podría convertirse en un peso enorme para las aspiraciones de Daniel Scioli, que proclama que él es la continuidad con cambio. Zannini es la continuidad a secas.
Es la persona elegida por la Presidenta para que, en un eventual gobierno de Scioli, nada cambie para que todo siga igual. Desprovista de la inteligencia (y del cinismo) de Lampedusa, no está dispuesta a guardar las apariencias, a que todo o algo cambie para que todo siga igual.
Fue una manifestación monumental de poder, que penetró en la histórica flexibilidad de la personalidad de Scioli. El gobernador pudo decir que no argumentando que la fórmula con Zannini pone en riesgo el triunfo del kirchnerismo en las elecciones presidenciales.
Prefirió aceptar ese compañero al que conoce poco y trata menos, confiado en las encuestas de hoy y en el destino manifiesto de que será presidente contra todas las adversidades. Las encuestas cambian al ritmo de las semanas o de los días y nadie está predestinado a ser presidente.
Zannini fue el cerebro de las peores políticas del gobierno cristinista. De su cabeza surgieron las iniciativas para destruir la independencia del Poder Judicial, las maniobras para perseguir a los jueces y los reiterados intentos de perpetrar un golpe de Estado a la Corte Suprema de Justicia. De su imaginación brotaron las líneas básicas para acosar y derribar al periodismo independiente. Fue él quien le llevó ideas a Cristina para terminar de una buena vez con los medios y los periodistas críticos. Desde ya, ésas eran las ideas que Cristina estaba esperando. La culpa es compartida entre ellos. El actual secretario legal y técnico de la Presidencia hizo en los últimos años las veces de comisario político de la Presidenta. Esa tarea la cumplió en el gabinete y en el Congreso.
Los ojos y los oídos de la Presidenta en otra persona y en la misma persona. Su devoción por la figura de Cristina está fuera de toda duda. Es el autor de la famosa frase que describe la relación de los funcionarios con Cristina: "A la Presidenta no se le habla; se la escucha". No hay error posible en esa mujer convertida en deidad por Zannini.
Los Kirchner, en efecto, nunca se van del poder. Ya es un misterio el futuro de la Presidenta a partir de diciembre. Ella está en el poder desde 1987, cuando su marido fue elegido intendente de Río Gallegos. Cuatro años después, Néstor Kirchner accedió a la gobernación de Santa Cruz y desde entonces sólo fue escalando nuevos peldaños de poder, hasta lograr el enorme caudal de control y mando con el que la Presidenta cuenta ahora. Su marido murió en el poder.
La conservación del poder requirió cambios constitucionales en Santa Cruz (que crearon un sistema de reelección permanente) y, mucho más tarde, el proyecto de alternancia del matrimonio Kirchner en la presidencia de la Nación. Ese proyecto fracasó cuando Néstor murió repentinamente.
El actual mandato presidencial es el último al que Cristina puede aspirar de manera sucesiva. ¿Cómo sería un futuro sin poder entonces? Ésa era (y es) una pregunta sin respuesta porque no existe experiencia previa de un Kirchner sin poder. La designación de Zannini es la continuidad del poder por otros caminos.
Ayer aceptó implícitamente que Scioli es el mejor candidato del kirchnerismo. Lo aceptó de mala gana. Hay algo entre ella y el gobernador que nunca terminó de conciliarse. El círculo de amigos de Scioli y su forma de moverse en la vida (tan desprovista de ideologías) convierten al gobernador en antagónico de Cristina. Aceptó con la condición de que Zannini fuera su comisario en una eventual presidencia de Scioli, el segundo en la línea de sucesión, a un paso de un victorioso proceso destituyente.
Anoche, gran parte de la dirigencia política se preguntaba si la alocada frase del intelectual de Carta Abierta Eduardo Jozami, que dijo que le gustaría una vicepresidencia de Máximo Kirchner para que lo reemplazara a Scioli cuando éste renuncie, era tan disparatada.
La diferencia entre Zannini y Máximo Kirchner es que el ahora candidato vicepresidencial es un hombre inteligente. Conoce las rendijas abiertas de las leyes y las trampas que se pueden hacer desde casi todas las covachas del Estado.
Cristina no podía poner en ese cargo tan expuesto a su hijo, que carece de formación intelectual, de experiencia política y de conocimiento de la administración pública.
Pero no hay lugar para confusiones: Zannini es, por derecho propio, un miembro de la familia presidencial. Forma parte de ella desde el alba santacruceña del kirchnerismo. La confianza de los Kirchner en él puede medirse por el cargo que tuvo en Santa Cruz durante la gobernación de Néstor Kirchner: presidente de la Corte Suprema de Justicia de la provincia. Puede entreverse también cómo imagina el kirchnerismo a la Justicia: una cuestión de familia.
Zannini es también el jefe real y activo de La Cámpora. Sólo una persona con experiencia política y con un fuerte contenido ideológico, como lo es Zannini, podía convertir ese divertimento juvenil en una poderosa organización política distribuida en todo el país y en el interior de cada provincia. Zannini sería, en caso de triunfar Scioli, no sólo la extensión del poder de Cristina, sino también la garantía de sobrevivencia de La Cámpora, que es donde Cristina cultiva los retoños de los futuros dirigentes del cristinismo.
Tampoco quedan dudas sobre otra decisión implícita: Scioli es sólo un mal trago, temporario y fugaz, para el proyecto de Cristina. Todo se va conformando para un retorno de ella en 2019 o para el intento de un regreso inverosímil por ahora.
El oficialismo suponía anoche que a Florencio Randazzo le quedan las horas contadas como candidato presidencial. ¿De qué le serviría ahora a Cristina si ya colocó a Zannini como candidato de Scioli? ¿No sería mejor que Randazzo bajara a competir, como único candidato cristinista, la gobernación de Buenos Aires? ¿No significaría esa decisión también el final de la candidatura de Aníbal Fernández a gobernador de Buenos Aires?
Se habría cumplido, así, la teoría de los que dicen interpretarla, como consignó LA NACION el domingo pasado. Ella colocaría al candidato a presidente, designaría al candidato a vicepresidente y nombraría un único candidato a gobernador de Buenos Aires. El poder ejercido de la manera más dura, cabal y fría que pueda encontrarse.
El gran interrogante que dejó la decisión de Cristina consiste en saber cómo influirá esa determinación, no carente de osadía, en los electores de Scioli. Un 65 por ciento de la sociedad reclama un cambio, aunque también la continuidad de ciertas políticas. La imagen que quedó ayer del gobernador es que no representará ningún cambio para los argentinos que lo piden mayoritariamente. En el campamento de Mauricio Macri se celebró anoche la proclamación de Zannini con la algarabía de una victoria.
Tienen razón, aunque Macri no debería equivocarse con la elección de su candidato (o candidata) vicepresidencial. El espacio que la política tiene para la arbitrariedad ya lo agotó ayer Cristina de un solo plumazo. Otra vez sin preguntarle nada a nadie.
Volvió a equivocarse, como lo hace cada vez que elige un candidato. La única buena novedad para Scioli es que si fracasara su candidatura presidencial, no será culpa de él. Venía bien en las encuestas hasta que apareció Cristina y lo pintó con los colores del cristinismo puro y duro.