A lo largo de toda la última década, la Argentina ha ido perdiendo sistemáticamente todo tipo de libertades, entre ellas, la libertad económica, dato que ha quedado claramente expuesto en el índice que anualmente elabora la Heritage Foundation.
En la última revisión de ese análisis, nuestro país aparece lamentablemente en el puesto 169, sobre 178 naciones analizadas, dato que, por cierto, no resulta sorpresivo. Ocurre que el deterioro de la libertad económica se ha acelerado enormemente en los últimos tiempos. En rigor, la ubicación de la Argentina en ese ranking es la peor desde 1995, cuando comenzó a ser elaborado.
Hoy nuestro país aparece entre las economías denominadas reprimidas, junto a la República del Congo, Corea del Norte, Irán y Venezuela, entre otras naciones. Estar en esa franja nos exime de mayores comentarios. Por lo demás, la realidad de nuestro país habla por sí misma.
Nuestro deterioro de la libertad económica ha sido vertiginoso. En 2002, antes de la lamentable gestión kirchnerista, la Argentina estaba ubicada en el puesto número 44. Al año siguiente, con Néstor Kirchner en la presidencia, nuestro país cayó nada menos que 68 lugares. Desde entonces, se ha mantenido en caída libre.
Esto es lo que normalmente ocurre cuando el Estado se transforma en enemigo de las empresas y de sus propios ciudadanos, a quienes vigila y hostiga, mientras los sofoca con una presión tributaria sin precedente en nuestra historia. En lugar de asociarse a ellos y de promover el emprendedorismo, en busca de un crecimiento económico sostenido, los intimida y confronta. El Estado policíaco es consecuencia de la visión autoritaria de su papel, que pretende para sí el monopolio de todas las definiciones, incluidas las de contenido económico, creyéndose infalible y marginando a quienes tienen la sabiduría y la experiencia que los gobernantes, en su soberbia, desprecian.
En América latina hay ejemplos muy diferentes: Chile aparece en el séptimo lugar del ranking, entre los países con más libertad económica del mundo. Colombia, en la ubicación 28, y Uruguay, en el puesto número 44. Nuestro país sólo supera en ese ranking a los dos países totalitarios de nuestra región: Cuba y Venezuela. Nuestro retroceso, por profundo y constante, causa honda preocupación.
Para comprender la importancia de estar bien ubicados en el ranking de libertades económicas, basta promediar el PBI per cápita de los primeros 35 países y dividirlo por el PBI per cápita de los últimos 35. Allí podremos observar que los ciudadanos de los países más libres son casi siete veces más ricos que los ciudadanos de los países más reprimidos.
Respecto del problema de la desigualdad, es cierto que los países libres no han logrado ser menos desiguales. Sin embargo, si se toma el promedio de los ingresos del quintil más pobre de los países más libres y se lo divide por el correspondiente de los países más pobres, se obtiene un resultado alentador: los pobres de los países libres también son cerca de siete veces más ricos que los pobres de los países reprimidos.
Por último, el profesor Steve Horwitz ha demostrado con datos del IRS de los Estados Unidos, equivalente a nuestra AFIP, algo que tal vez sea aún más importante que la desigualdad: la capacidad de movilidad social en los países más libres. En los Estados Unidos, ubicados en el puesto 12, el 86 por ciento de las familias consideradas pobres en 1979 dejaron de serlo en 1988. Es decir, en menos de una década habían salido de la pobreza. Un informe de la Universidad de Michigan, con otra serie de datos, muestra un resultado similar: el 96% de las familias consideradas pobres en 1975 habían dejado de serlo en 1991 o sea quince años más tarde.
El gran desafío para los próximos gobiernos argentinos será escalar en los indicadores de libertad económica, así como en los de calidad institucional, de manera de lograr que nuestro país vuelva a ser un lugar de gran movilidad social, tal como prometía el anhelo popular de "Mhijo el dotor".