“Pero el matrimonio entre ciencia y tecnología es incipiente en agricultura.
El esfuerzo que hacemos y la atención que prestamos para comprender la
naturaleza y dinámica de los problemas que derivan de nuestro modelo agrícola,
fuertemente tecnológico, son escasos. Particularmente si lo comparamos con el
que ponemos sobre aquellas tecnologías apropiables”.
Así lo indicó hoy Emilio Satorre, profesor titular de la Cátedra de
Cerealicultura en la Facultad de Agronomía de la UBA, investigador del Conicet y
coordinador académico de la Unidad de Investigación y Desarrollo de Aacrea,
durante una conferencia ofrecida en el Congreso Tecnológico CREA que se está
desarrollando en Mar del Plata, Rosario y Santiago del Estero de manera
simultánea.
“Tal vez por eso cedemos a la tentación de las soluciones tecnológicas,
buscando respuestas simples a los grandes problemas que hoy quitan el sueño a
productores y asesores. Fortalecer ese matrimonio en nuestro análisis y abordaje
de las tecnologías en sin duda un forma de anticiparnos a nuevos problemas”,
añadió.
Satorre explicó que entender el origen de los problemas es un primer paso
para poder abordar soluciones duraderas, efectivas y eficientes. Las
externalidades (o consecuencias negativas) pueden ser minimizadas al comprender
parte de la intrincada red de interacciones que controlan los procesos
productivos.
Las tecnologías de protección de cultivos, sustentadas en el uso de
insecticidas y herbicidas, y en transformaciones del germoplasma de los
cultivos, contribuyeron a incrementar la producción.
“Sin embargo, con estas tecnologías vinieron algunos problemas. Conocemos
parcialmente el origen y dinámica de la resistencia de plagas y malezas. Este
fenómeno genera falla en los controles esperados por la tecnología, provocando
mayores costos y menores rendimientos y rentabilidad. Sin embargo, hoy con la
misma lógica, queremos vislumbrar una solución el problema de las nuevas malezas
problema”, alertó Satorre.
La aparición de cultivos tolerantes a glifosato permitió el control simple y
eficaz de un amplio número de malezas difundidas en las distintas regiones
productivas. Durante un tiempo el uso de herbicidas se redujo. Pero con la
expansión del cultivo y la tecnología aparecieron las malezas resistentes a
dicho herbicida. El uso continuado de una tecnología efectiva, aplicada
uniformemente en grandes extensiones, generó nuevos problemas.
“Actualmente hemos aumentado el número de aplicaciones de herbicidas en los
cultivos de soja, con productos de mayor residualidad, con lo que hemos
extendido el período de controles en el barbecho y el cultivo; estamos así
nuevamente expandiendo una tecnología de impacto equivalente y construyendo el
camino hacia un nuevo problema”, pronosticó el investigador.
“Sin dudas, hay algo que debemos cambiar. Tal vez sea el momento de evaluar
el concepto de manejo integrado de plagas o malezas en la realidad; de darle al
concepto una oportunidad en los hechos”, añadió.
Los herbicidas aparecieron inicialmente como una herramienta para erradicar
las malezas. Pero la realidad dejó obsoleta esa idea en pocos años porque el
concepto de erradicación se había forjado con desconocimiento de la
organización, dinámica y capacidad de adaptación de las comunidades y
poblaciones de malezas.
“Como en aquel entonces, hoy también nos movemos en un escenario dónde hay
muchas opciones tecnológicas que en muchos casos desarrollan conceptos o ideas
con muy escasa información. El enfoque tecnológico de la actividad rápidamente
se orienta a la solución de un problema”, comentó Satorre.
“Mirando hacia atrás, vemos que hemos estado recorriendo un camino en
espiral: las nuevas tecnologías, pilares de la agricultura moderna, ayudaron a
salir de muchos de los viejos problemas, pero recurrentemente vuelven sobre sus
pasos generando un nuevo nivel de problemas que llevan a una mayor dependencia
del uso de agroquímicos, a menos diversidad y procesos de regulación internos en
los sistemas, y a la expansión de nuevas plagas, malezas y enfermedades con
efectos devastadores en algunas regiones”, apuntó.
“Debemos pensar las tecnologías del agro como herramientas para manejar
procesos; tendríamos que esperar contar con una caja de herramientas antes que
con una pinza multifuncional. La simplicidad resulta un atractivo tremendo, pero
los sistemas productivos tienen dinámicas complejas”, explicó Satorre.
“Las tecnologías no son buenas o malas por sí mismas: su uso puede ser bueno o malo, adecuado o indebido, aportando aspectos positivos o generando consecuencias negativas sobre el ambiente o las personas. Para evitar que las tecnologías de hoy sean un problema mañana, debemos trabajar mucho sobre la capacitación, promoviendo transparencia en la información y el análisis crítico e independiente de las opciones tecnológicas”, argumentó.