La composición de los suelos, descripta por partículas minerales, orgánicas y
espacios o poros, como su organización en estructuras secundarias o agregados,
interactúa íntimamente con las plantas durante todo su ciclo productivo. Tanto
sus propiedades en superficie como en toda la profundidad explorable por las
raíces son de relevancia al analizar la contribución de los suelos a la
producción vegetal.
“La valorización de los aportes de los suelos a los rendimientos ha sido y es
uno de los focos de atención inicial para el planteo de estrategias sustentables
de producción”, indicó Martín Díaz Zorita, investigador con un Magíster en
Ciencias Agrícolas de la Universidad Nacional del Sur y PhD en Ciencias del
Suelo de University of Kentucky, durante una conferencia ofrecida en el Congreso
Tecnológico CREA que se está desarrollando en Mar del Plata, Rosario y Santiago
del Estero de manera simultánea.
En los suelos se encuentra el mayor reservorio de agua para las plantas,
explicado no sólo por sus características intrínsecas definidas por la textura
(proporciones de arenas, limos y arcillas) sino también por la estabilidad y
continuidad del sistema poroso (estructura) y la profundidad de exploración de
las raíces.
Los nutrientes consumidos por las plantas para su crecimiento son en parte
provistos desde los suelos a partir de diversos procesos específicos de
transformación que ocurren tanto en fracciones orgánicas como minerales de los
suelos. Porosidad y materia orgánica, junto con la profundidad efectiva
explorable por las raíces, son elementos centrales que en gran parte de la
región pampeana describen la contribución de los suelos a la producción primaria
en sistemas agropecuarios.
“Abundan los estudios que muestran el valor de la fracción orgánica a la
producción de cultivos de secano. Es indiscutida su contribución a la formación
de agregados, consolidación del sistema de agua y al ciclado de abundantes
nutrientes. Los contenidos de materia orgánica se reducen mayormente en
asociación con la producción anual de cultivos bajo prácticas con laboreo”,
explicó Díaz Zorita.
“La inclusión de pasturas de larga duración contribuye a mejorar los niveles
de materia orgánica tanto por sus aportes directos de biomasa vegetal como por
la eliminación frecuente de laboreos. La generalizada incorporación de prácticas
de labranza cero en sistemas agrícolas contribuye a conservar, y en algunas
condiciones, a incrementar la materia orgánica”, añadió.
Los poros son el espacio por donde crecen las raíces, la fuente para el
intercambio gaseoso y dónde se encuentran las reservas de agua para las plantas.
Su formación y consolidación depende no sólo de las características texturales,
sino también de la presencia de materiales orgánicos y de la actividad biológica
en los suelos. Este proceso lleva tiempo, en la medida que se evitan los
disturbios (como labranzas), se intensifica la estabilidad de la estructura
(organización) del suelo y la proporción de poros con capacidad del almacenar
agua se incrementa.
La profundidad de los suelos definida tanto por condiciones naturales (como
por ejemplo tosca, horizontes argílicos, etcétera) o provocadas (compactaciones)
establece el volumen de exploración de las raíces. Cuanto menor es ese espesor,
menor es la capacidad del suelo para sustentar una alta productividad, por lo
que para conservar la capacidad productiva de los suelos es vital evitar la
formación de compactaciones por laboreos, tránsito de equipos pesados e
insuficiente crecimiento de raíces.
Dependiendo de su composición textural, pendientes y condiciones de
intensidad de vientos o lluvias, los suelos de la región se encuentran
naturalmente expuestos a procesos de degradación por transporte eólico o
hídrico. La erosión de los suelos reduce la producción al perder partículas
minerales y orgánicas finas ricas en nutrientes y con un alto aporte a la
dinámica del agua en los suelos. La protección física por la presencia de
vegetales o residuos de estos aportando rugosidad superficial y agregación a
partir del entramado de raíces reduce la ocurrencia de ambos procesos erosivos.
Tanto decisiones de corto como de largo plazo alteran la composición y
calidad productiva de los suelos. En el primero de los casos, es indispensable
cuidar la generación y conservación de coberturas del suelo para reducir los
riesgos de pérdidas por erosión. Son varias las herramientas disponibles para
este propósito y varían según regiones y condiciones productivas. Entre otras,
se encuentran la elección de cultivos y el manejo de sus residuos de cosecha, la
intensidad de los pastoreos, la implantación de cultivos de cobertura, los
sistemas de siembra y de remoción o laboreo, etcétera.
“Sin suelo no hay producción. La erosión reduce la capacidad productiva y
atenta contra la sustentabilidad de los sistemas agropecuarios al generar
pérdidas en la capacidad de reserva de agua y de nutrientes de los suelos
irrecuperables en ciclos productivos normales”, comentó el investigador.
“En el largo plazo, las decisiones de estrategias de manejo de nutrientes y
la selección de especies en producción o de su aprovechamiento conduce a cambios
en el ciclado y en la oferta de nutrientes, como así también en la actividad
biológica y en la contribución de materiales orgánicos a la consolidación de la
estructura”, añadió.
“¿Qué hacemos para conservar la calidad de los suelos? Sin dudas el primero
de los pasos es reconocer el valor del suelo en nuestros sistemas productivos en
un marco local e identificar algunos de sus elementos clave para el normal
crecimiento de los cultivos que los componen. Luego, establecer estrategias de
manejo para la mejora y conservación de estas características edáficas de
interés. No hay recetas pero sí elementos a no descuidar”, aseguró.
El mantenimiento de procesos activos continuos contribuye a la consolidación
de equilibrios en la expresión de las propiedades edáficas objetivo. La
producción de las plantas y sus aportes carbonados suma directamente a múltiples
procesos edáficos de interés (por ejemplo: consolidación de estructuras o
sistemas porosos, ciclado de nutrientes, equilibrios térmicos, etcétera), por lo
que para conservar la calidad de los suelos es recomendable no descuidar el
logro de tapices vegetales (secuencias de cultivos anuales, pasturas
implantadas, pastizales) que procuren maximizar su producción en biomasa.
Los disturbios, mayormente por laboreo, aceleran la pérdida de fertilidad de
los suelos debilitando y alterando su estructura al consumir compuestos
carbonados aglutinantes de las fracciones minerales. El monitoreo en detalle
(muestreos inteligentes según áreas de productividad homogénea, zonas de manejo
o ambientes) ayuda a establecer estrategias de manejo eficiente de nutrientes y
aportar a mejorar la eficiencia productiva y el ciclado de éstos.
En la región pampeana pueden identificarse abundantes decisiones de manejo
que aportan al cuidado de los suelos tanto por decisión prioritaria como
accesoria. Es de destacar la amplia difusión de prácticas de labranza cero como
eje de la producción de cultivos anuales que contribuyen a conservar la materia
orgánica y limitar los disturbios que alteran la estructura edáfica.
“Sin embargo, en algunos casos esa decisión no es suficiente para la
conservación de los suelos, requiriéndose mejorar la producción y conservación
de residuos vegetales para proteger su superficie ante procesos erosivos. El uso
estratégico de nutrientes, mayormente nitrógeno y fósforo, tiene como foco el
manejo de la suficiencia nutricional de los cultivos, lográndose mayormente un
adecuado balance entre aportes y demandas en los cereales”, apuntó Díaz Zorita.
La implementación de estrategias de evaluación inteligente de necesidades
nutricionales y su manejo según áreas homogéneas de producción, ayuda a mejorar
la eficiencia de aplicación de nutrientes cuidando la fertilidad de los suelos y
su capacidad productiva en el largo plazo. Además, el monitoreo en sitios
específicos está contribuyendo a identificar potenciales áreas de restricción
productiva por evolución por ejemplo de condiciones de acidez o limitaciones en
algunos micronutrientes.
“Al mirar al futuro, superando la visión específica o acotada a cada sitio
productivo, tenemos que considerar que la capacidad productiva de nuestros
sistemas se sustenta en los suelos, definida por sus aportes como reservorio de
agua, de nutrientes y de actividad biológica”, señaló Díaz Zorita.
“El cuidado de la fertilidad de los suelos no es sólo una actividad a implementar en sistemas agrícolas con cultivos anuales, sino que abarca a la totalidad de los sistemas productivos sustentados a partir de la producción primaria de recursos vegetales. Las prácticas de manejo que reducen la capacidad de producción de biomasa alteran no sólo el resultado directo hacia la conversión en granos o forrajes, sino también al cuidado del suelo, exponiéndolo a procesos de fragilidad y pérdida por erosión y degradación. En la región pampeana, producir y conservar materia orgánica es un factor de impacto positivo para el cuidado de los suelos y para sustentar la producción”, concluyó.