Roma - Es un lugar diáfano y austero. Sus paredes son blancas; también sus cortinas. No hay grandes cuadros ni enormes tapices. La sala donde recibe el Papa es pequeña, con seis sillones iguales. No hay ninguno distinto y ninguno está reservado para él. Francisco no ha cambiado en nada. Sigue siendo el hombre afectuoso y cercano que era cuando estaba al frente del arzobispado de Buenos Aires. A veces lo cruza, como un rayo fugaz, cierto gesto de fatiga. "Extraño caminar, pero no tengo tiempo para eso", señala. Trabaja los siete días de la semana, sin descanso. No piensa cambiar esa forma de vida. Ha llegado a la silla de Pedro no para descansar, parece decir, sino para darle a la Iglesia un nuevo impulso, un viento fresco frente a los viejos conflictos del pasado.
Se entusiasma con el sínodo de obispos, que está por inaugurar, para tratar los temas de la familia. Los conflictos del mundo ("La tercera guerra mundial", como él los llama) encienden el diálogo. "El mundo me recibió bien, pero es un mundo difícil y complejo", resume. Conserva una notable prudencia para hablar de su país. Nunca olvida que es un jefe de Estado, que podría estar opinando sobre otro Estado. De la Argentina sólo tiene palabras de encomio para Omar Abboud, dirigente de la comunidad musulmana argentina; para el rabino Abraham Skorka, y para Julio Schlosser, presidente de la DAIA.
La Argentina está, en cambio, en las conversaciones de los obispos argentinos que acudieron a Roma para asistir al Sínodo. Ellos debieron trasladarle al Papa lo que dicen y lo que los preocupa: la insistencia de los políticos argentinos en llevarse de Roma una foto con el Pontífice. ¿Con qué fin? Con fines políticos y electores -cómo no-. Hasta se enteraron de que uno de esos políticos (no dicen el nombre) editó una foto de una audiencia pública con el Pontífice para que la reunión pareciera privada.
Conclusión: el Papa cerró sus puertas para reuniones con políticos de su país. No recibirá más a dirigentes políticos argentinos. A los funcionarios argentinos que recibe los sacó de Santa Marta y los atiende, cuando los atiende, en el Palacio Apostólico, donde manda el rígido protocolo vaticano. "En Santa Marta se hacen ahora sólo las reuniones que el Papa llama «familiares»", dice un obispo.
Ese uso (y, sobre todo, el abuso) que los políticos hacen de una reunión con el Papa irrita a los obispos. Éstos dicen haber escuchado a Francisco rescatar a sólo dos políticos argentinos, Daniel Scioli y José Manuel de la Sota, que lo vieron en reuniones privadas y no intentaron luego sacar provecho de ellas.
"Scioli hizo sólo una referencia muy vaga a ese encuentro y De la Sota ni siquiera informó públicamente de ella", rescatan. Pero son las excepciones; la regla es que muchos pujan por verlo, cuando nunca lo vieron antes, para después pavonearse con una foto de ocasión.
La reciente visita de Cristina Kirchner al Vaticano provocó muchos comentarios entre los obispos. El primero de ellos, y el más destacado, es que se trató de una invitación personal.
"Eso quedó muy claro en la carta manuscrita del Papa. La decisión de cuánta gente iba o con quién iba fue exclusivamente de la Presidenta", subraya un obispo de trato frecuente con el Pontífice.
El segundo comentario consiste en destacar que el viaje a Roma fue un pedido expreso de Cristina Kirchner. "¿Alguien puede suponer que el Papa fijaría un día y una hora precisa para un encuentro con un jefe de Estado si no supiera que éste está en condiciones de asistir o que le interesa la reunión?", pregunta un obispo. La respuesta es obvia.
¿Qué saben ellos del contenido de la conversación entre esos dos jefes de Estado? "Lo que sabemos es que la Presidenta le preguntó qué sugerencia le podía hacer para su discurso ante la Asamblea de las Naciones Unidas.
El Papa le contestó que su mensaje está escrito en la exhortación apostólica "Evangelii Gaudium" ("La alegría del evangelio"). Nada más, aseguran. Cristina sacó de ese texto un párrafo crítico del Pontífice a la especulación financiera y a la desigualdad en el mundo. "Ese párrafo está, pero se olvidó de comentar las muchas referencias que también hace el Papa en su exhortación a la paz, al diálogo y al consenso", destaca otro obispo.
Pocas cosas nuevas ocurren en los discursos de Roma. "Francisco continúa con la rica tradición de los papas en denunciar los excesos del capitalismo y la exclusión social", precisa un obispo argentino.
Los antecedentes existen. Desde la encíclica Rerum Novarum de León XIII, en 1891, hasta Centesimus Annus, de Juan Pablo II, en 1991, pasando por Popularum Progressio, de Paulo VI, en 1967, todas pusieron el acento en el derecho de los pueblos al bienestar y en denunciar las desigualdades entre países o entre sectores sociales.
A la Iglesia le interesan tres cuestiones institucionales cruciales de la Argentina para los próximos meses y años.
La primera: que exista un respeto coherente y perdurable de la dirigencia política hacia las instituciones del país. La segunda: que el actual proceso político concluya normalmente en diciembre del próximo año, como lo establece la Constitución. La última: que el próximo gobierno no herede una situación inmanejable, objetivo que debería impulsar decisiones políticas desde ahora.
¿Qué espera el Papa del sínodo que está abriendo? Debe consignarse, antes que nada, que el sínodo es una reunión de obispos de todo el mundo que tiene un carácter consultivo y que su principal trabajo es el de asesorar al Papa sobre un tema determinado.
Hay ahora en Roma cerca de 200 cardenales y obispos de todo el mundo para tratar el tema de la familia. "No espere una definición la semana próxima", me dice el Papa, irónicamente. "Éste será un sínodo largo, que durará un año probablemente. Yo sólo le doy ahora el empujón inicial", añade.
¿Le preocupa el libro crítico a sus posiciones que acaba de conocerse firmado por cinco cardenales, uno muy destacado? "No -contesta-. Todos tienen algo que aportar. A mí me da hasta placer discutir con los obispos muy conservadores, pero bien formados intelectualmente."
El Papa soltó las riendas del sínodo. "Yo fui relator del sínodo de 2001 y había un cardenal que nos decía qué debía tratarse y qué no. Eso no pasará ahora. Hasta les entregué a los obispos la facultad que tengo de elegir a los presidentes de las comisiones. Los elegirán ellos, como elegirán los secretarios y los relatores."
"Claro -acota-, ésa es la práctica sinodal que a mí me gusta. Que todos puedan decir sus cosas con total libertad. La libertad es siempre muy importante. Otra cosa es el gobierno de la Iglesia. Eso está en mis manos, después de las correspondientes consultas", subraya. Francisco es un papa bueno, pero no un papa al que otros gobernarán. Eso está muy claro en su noción de la conducción política o religiosa.
Esa actitud se nota también en su relación con la Iglesia argentina. Le dio absoluta libertad para fijar sus posiciones sobre las cuestiones públicas. Sin embargo, se reserva sin contemplaciones la designación de los obispos. La Conferencia Episcopal y la Nunciatura suelen enviar las ternas de candidatos para la designación de los nuevos obispos. El Papa debe elegir a uno de esa terna de candidatos. Francisco ya devolvió algunas ternas. No le gustó ningún candidato.
¿Qué le importa sacar como conclusión del sínodo?
"¡La familia es un tema tan valioso, tan caro para la sociedad y para la Iglesia!", dice, y agrega: "Se ha puesto mucho énfasis sobre el tema de los divorciados. Un aspecto que, sin duda, será debatido. Pero, para mí, un problema también muy importante son las nuevas costumbres actuales de la juventud. La juventud no se casa. Es una cultura de la época. Muchísimos jóvenes prefieren convivir sin casarse. ¿Qué debe hacer la Iglesia? ¿Expulsarlos de su seno? ¿O, en cambio, acercarse a ellos, contenerlos y tratar de llevarles la palabra de Dios? Yo estoy con esta última posición", puntualiza.
"El mundo ha cambiado y la Iglesia no puede encerrarse en supuestas interpretaciones del dogma. Tenemos que acercarnos a los conflictos sociales, a los nuevos y a los viejos, y tratar de dar una mano de consuelo, no de estigmatización y no sólo de impugnación", señala.
El mundo
Reseña: "Yo digo que hay una tercera guerra en partes. Europa está en guerra. ¿O cómo definiría usted lo que sucede por el control de Ucrania? África. Ahí hay más conflictos que los que se conocen, además de las graves tragedias sociales. Y Medio Oriente. ¿Hay algo que agregar sobre las varias guerras que suceden en esa región del mundo? Yo trato de llevar a cada lugar un mensaje de diálogo, de contención, de espíritu de negociación. Conozco los límites de todos, incluidos los míos. Pero jamás me perdonaría no haber hecho nada sólo porque no tengo el éxito asegurado. En cada uno de esos lugares se juega la vida y la muerte".
El papa Francisco cambió la agenda de la Iglesia. Cuando él llegó a la silla de Pedro, hace un año y medio, las noticias del Vaticano se inscribían en tres cuestiones casi excluyentes. Las sospechas sobre los turbios manejos del IOR, el banco vaticano; la intrigas de la corte papal, que llevó a los tribunales al propio mayordomo de Benedicto XVI, y los casos irresueltos de curas pedófilos. El debate endogámico era tan intenso que el papa Benedicto llegó a exclamar: "Dios parece dormir".
Francisco consiguió en poco tiempo modificar radicalmente el eje del debate. Ahora se discute sobre sus reformas, enfrentando a veces a los conservadores con los reformistas. No lo consiguió, claro está, pasando por alto aquellos conflictos que lo recibieron en Roma.
Redujo el banco vaticano a una sucursal de cualquier banco importante (tiene poco más de 100 empleados y administra sólo unas 13.000 cuentas). Impugnó la pedofilia, les negó el perdón a los autores de ese delito y acaba de encarcelar en el propio Vaticano a un ex nuncio acusado de abuso sexual a niños.
Las intrigas se terminaron. Puede haber disensos sobre posiciones opinables de la Iglesia, pero no permitirá las desgastantes disputas por el poder. Cardenales y obispos saben que detrás de la sonrisa simpática y cordial del Papa se esconde la dura voluntad del antiguo jesuita. No se discute el poder de la burocracia vaticana delante de sus narices.
Así está, en fin, el Papa que abandonó los espléndidos palacios vaticanos para gobernar la Iglesia desde un hotel para curas y obispos. Esos pequeños gestos, que expresan su vocación para relacionarse con la gente común, lo ha convertido en unos de los líderes más populares del mundo.
Es un dato perceptible en la ahora siempre atestada Plaza San Pedro. ¿Sucede sólo en Roma? No. Barack Obama acaba de firmar, en un libro sobre las personalidades imprescindibles del mundo, el capítulo dedicado al Papa argentino.