Ese fenómeno social comenzó a escalar desde el 2010 cuando estallaron incidentes en el Piñero, de Villa Soldati. Una escuela de Villa Lugano estuvo dos semanas sin clases luego del asesinato de una joven de 18 años, víctima de un robo por ocupantes ilegales de un predio lindero. Las clases volvieron porque se instaló en el lugar una guardia de Gendarmería. Muchos predios que se desalojan –sucede en cualquier rincón del país– vuelven a ser ocupados por bandas mafiosas y de narcotraficantes. La Villa 31 de Retiro habría pasado a ser, en ese contexto, casi en un ejemplo de urbanización. Jorge Capitanich, el jefe de Gabinete, le dijo a los diputados que el Gobierno ha erradicado el hambre y la indigencia. Sólo en la Ciudad, la administración de Mauricio Macri registra un millar de personas que duermen en la calle. Amado Boudou enriqueció su prontuario donde sobresale el escándalo Ciccone: ni siquiera su automóvil particular está en regla. Tiene domicilio falso, frondosas multas y patentes impagas.
Es el vicepresidente de Cristina Fernández y encabeza de tanto en tanto las sesiones del Senado. Estuvo la semana pasada cuando el kirchnerismo aprobó la profundización del conflicto por la deuda externa y la intervención estatal en la cadena productiva (ley de abastecimiento), con la excusa de una lucha contra la inflación.
Todas aquellas serían un puñado de postales del final de una década que el oficialismo alardea de ganada. Sin exageraciones, trasuntarían síntomas típicos de degradación colectiva.
Que parecen incorporarse al paisaje de la vida cotidiana con normalidad alarmante. Aquella degradación se oculta muchas veces detrás de la nube de polvo que levantan las reyertas políticas. El kirchnerismo y el macrismo acostumbran, en ese sentido, a ser protagonistas. Ahora pujan por el retiro policial en varios barrios porteños. El tobogán de la política parece de tal inclinación que ni siquiera se guarda mínimo pudor por el respeto a la palabra pública. Capitanich levanta sobre el resto ese estandarte.
Cristina sigue sin encontrar un límite serio a su poder. Le tomó un tiempo aceptar que no podrá continuar, después de la derrota electoral del año pasado. Superado ese trauma, sigue impertérrita con su gestión donde amontona sólo conflictos, peleas y guerras. ¿Cómo podrían explicarse tantas facilidades en el tiempo de su adiós? Cabría indagar en varias razones.
En primer lugar, pese a aquella lascerante realidad, la Presidenta mantiene el núcleo de apoyo popular más cohesionado, que los encuestadores coinciden que merodea el tercio. Es decir, de una incondicionalidad que no tropezaría ante nada. Ni por la inseguridad, ni por la inflación, ni por Boudou. La mayoría disconforme, en cambio, no encuentra todavía una referencia indiscutida. Y se comporta de manera fragmentada y pasiva.
Cristina hace valer para el ejercicio de su poder aquel aluvional 54% que cosechó en el 2011. Ha perdido, es cierto, buena parte de ese capital, pero nunca resignó el control del Congreso. Juntó 39 votos en el Senado para dar media sanción a la ley que prevé el cambio de sede para el pago a los bonistas de los canjes de deuda 2005 y 2010. Sólo uno menos para la ley de abastecimiento. Observada en el tiempo, se entiende cómo aquellas enormes mayorías –sin un eje opositor sólido– terminan causando un fuerte desbalance al sistema. Pasó el domingo anterior: el senador K Gerardo Zamora vivió como un demérito político haber triunfado en 24 de los 26 municipios de Santiago del Estero en los cuales se realizaron elecciones. Resignó la segunda ciudad provincial, La Banda, en manos de Sergio Massa. Pero ha gobernado la provincia dos períodos e intentó una re-reelección, vía judicial, que abortó la Corte Suprema. Ante el impedimento dejó como candidata a su esposa, Claudia Ledesma Abdala, que se convirtió por amplio margen en mandataria.
Zamora no fue el único decepcionado. Cristina también deseaba que su delfín dominara toda la provincia.
Aún a costa de sacrificar en varios municipios a dirigentes peronistas por radicales K.
Esa idea de la democracia y el poder la maceró la Presidenta en sus años en Santa Cruz, al lado de Néstor Kirchner. Por esa razón se sumó a la campaña en La Banda a favor de la candidata del senador K. Esa ínfima derrota no habría resultado indiferente para ella. Senadores peronistas aseguran que tuvo como derivación la presencia de Boudou al comando del Senado en la última sesión que, con acuerdo del PJ, en principio iba a dirigir Zamora.
Otra explicación acerca del camino político más o menos expedito que transita Cristina habría que hurgarla en el peronismo.
Ese partido está quebrado en su principal distrito, Buenos Aires, y desvertebrado en el resto del país. La maquinaria pejotista pesa mucho menos de lo que su tradición indica. Un reflejo sería el de Capitanich. Su alejamiento del Chaco le causó la pérdida del control partidario. Su sueño de candidato presidencial naufragó rápido, perforado por sus disparates como jefe de Gabinete. El vicegobernador, Juan Carlos Bacileff Ivanoff decidió adelantar las elecciones. El radicalismo, con la creciente estrella de la intendente de Resistencia, podría tal vez apoderarse de la provincia. ¿Qué será del futuro de Capitanich?
Su ejemplo no es aislado. De allí que mandatarios del PJ habrían retomado gestiones para arrancar al partido del letargo. Sobre todo, a partir de dos constancias: las dificultades económicas y sociales que se avizoran y el complicado mapa electoral. Con Buenos Aires dividida, Santa Fe diezmada, Córdoba bajo el dominio opositor de José de la Sota, Mendoza perdida y Capital ausente, al peronismo se le haría cuesta arriba permanecer en el poder en el 2015. ¿No sería para ellos Daniel Scioli una opción? La es. Pero la presencia paralela de Massa constituiría una amenaza seria.
Hay gobernadores y dirigentes del PJ que se han distribuido tareas. Algunos buscan consensos por si la crisis económica se agudiza los próximos meses. Otros retornaron con el proyecto de la unidad en Buenos Aires.
Todo tendría que ver con todo.
De un vistazo, la tarea asomaría homérica. Scioli estaría atado a Cristina por las flacas finanzas provinciales y porque el 60% de su actual caudal electoral –según sus propias encuestas– vendría del kirchnerismo. Massa se siente con derechos adquiridos e irrenunciables porque, entre varios motivos, ya derrotó al gobernador.
Pero De la Sota, Adolfo Rodríguez Saá y Carlos Reutemann, entre varios, estarían detrás de aquella articulación. También empezaron a interpelar a los principales caciques sindicales, ligados a la CGT de Hugo Moyano y a la del metalúrgico Antonio Caló. Está claro que la preocupación sería doble: cómo protegerse de posibles tensiones sociales y cómo conservar poder desde el 2015.
La ingeniería política, al margen de Scioli y de Massa, tampoco sería sencilla. Los pejotistas tratarían de reunir al Congreso partidario con una meta: que la sigla del Frente para la Victoria (FPV) que identifica al kirchnerismo pueda ser sustituida por la del Frente Justicialista Federal (FJF). En ese nuevo universo podrían competir todos los candidatos en las primarias. ¿También los kirchneristas?: “Si quieren, por supuesto”, responde uno de los caviladores. La maniobra, de concretarse, significaría un golpe para Cristina. ¿También un debilitamiento peligroso?
“Para nada, todos la apoyaremos para que finalice bien su mandato”, subraya aquel mismo portavoz. Algo de eso se estaría olisqueando en la Casa Rosada. Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico, promueve reunir al mismo Congreso del PJ para evitar, quizá, que aquella jugada prospere.
La cabeza de la Presidenta, por ahora, estaría en otra cosa. Sigue creyendo que la bandera “Patria o buitres” sería la mejor receta de política interna para ir capeando el default. Pero no para reanimar una economía –aunque en sus discursos pregone lo contrario– que todos los días se contrae por los planes de Kicillof.
La falta y la fuga de dólares condiciona el panorama. En cinco días de la semana pasada se compraron US$ 169 millones de dólares ahorro. Juan Carlos Fábrega, el titular del Central, obligó a los bancos a reducir sus posiciones en moneda estadounidense para abastecer el mercado e intentar detener la trepada del blue. El ministro de Economía peregrinó hasta China para activar el swap con esa nación que permita vigorizar las reservas, acordado durante la visita a Buenos Aires de Xi Jinping.
Regresó sin una certeza.
Los problemas económicos se mezclan con oscuridades del pasado. Estuvo días atrás en el país el hijo del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. El joven, dedicado al cine, participó del lanzamiento de Jorge Taiana como candidato. Se dijo que había llegado para aconsejar sobre la aplicación de la ley de abastecimiento.
Insólito, viniendo de una nación en la cual escasea hasta el papel higiénico. Su paso habría dejado otras huellas. Maduro Guerra –asi se llama– estuvo con Cristina.
¿Habría reclamado por una deuda con Caracas, de la época de Hugo Chávez, a raíz de la compra de combustible? ¿Habría solicitado cerrar ciertas transacciones secretas inconclusas?
Todo sería posible en un Gobierno que en su larga despedida parece ir sembrando sólo decadencia.