Desde el mito de que el peronismo es el único que puede garantizar la gobernabilidad y el control de la calle hasta la imagen de un artista incombustible como León Gieco, quien quedó atrapado en las propias letras de sus canciones, en el medio de un festejo inexplicable, declamando que la muerte no le sea indiferente, mientras continuaban los saqueos que ya habían producido 10 decesos.
Los últimos días de furia han arrasado con casi todo. Desde la idea de que estamos en presencia de un gobierno nacional y popular acechado por las corporaciones hasta el presupuesto de que la única dirigente preparada para solucionar los problemas de la Argentina, incluso los que Ella misma provocó, con sus medidas, es la Presidenta.
Las últimas encuestas revelan un malhumor solo comparable al pico del conflicto con el campo o el deseo de que se vayan todos, en diciembre de 2001. Cristina se está acercando al pico de su imagen negativa y la mayoría de los consultados responsabiliza a su gobierno por el conflicto que se inició en Córdoba e involucró a todas las provincias del país. Las fotos del vandalismo y el desastre tardarán años en ser olvidadas, por más que los funcionarios quieran reducirlas a un intento de golpe o destitución. Hay demasiadas.
Y son todas feas. La de la directora de un colegio de Córdoba, quebrada, desconsolada, al descubrir que entre los saqueadores habían estado sus dos abanderados. La de miles de policías abandonando sus puestos de trabajo en reclamo de un salario justo, como si fuera una decisión lógica y comprensible. La de centenares de ellos decretando zona liberada en Córdoba, Tucumán y Chaco, transformándose, de la noche a la mañana, en instigadores de los robos y el vandalismo.
La de decenas de agentes llevándose a su casa o a la de sus parientes plasmas, electrodomésticos, ropa deportiva y también comida, como si fuera una consecuencia directa de su no reconocimiento salarial y laboral. La de los policías de Tucumán que usaron de rehenes a los vecinos que tenían que cuidar para, una vez satisfecho su reclamo, se dieran vuelta y empezaran a reprimirlos.
Y como telón de fondo, la de la Presidenta bailando junto a Moria Casán, su hija, Choque Urbano y decenas de artistas incondicionales, que no quisieron o no pudieron decir que no, igual que nadie se animó a decirle a Cristina que estaba protagonizando no un acto de resistencia, sino de provocación. ¿Acaso hay muertos de primera y muertos de segunda?
La valoración y equiparación de unas muertes sobre otras es algo que, a esta gestión, millones de argentinos no le perdonarán jamás. Ella ya lo había hecho una vez, en aquel acto, en Rosario, en el que sentenció vamos por todo. Todavía estaba abierta la herida de la masacre de Once cuando Cristina no tuvo mejor idea de decir que conocía ese dolor, equiparando las 52 muertes en Once con el fallecimiento de su marido, el expresidente Néstor Kirchner.
La mayoría de los familiares de las víctimas, entonces, le dieron la espalda y se empezaron a preguntar en qué mundo estaba viviendo la jefa de Estado. Y la derrota electoral del último 14 de octubre también se debe explicar por ese estado de indignación. Después, la movida que incluyó el desplazamiento de Guillermo Moreno, la designación de Jorge Capitanich, la ausencia forzosa de la Presidenta luego de haber sido operada de la cabeza y algunas decisiones vinculadas al sentido común, como el preacuerdo con Repsol y las conferencias de prensa al paso del jefe de gabinete, le dieron a la administración un poco de oxígeno político, hasta que llegaron los saqueos.
Entonces no se salvó ni siquiera la Presidente de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, quien instauró, junto con Luis D Elía, un nuevo concepto del algo habrán hecho, al pedir una investigación exhautiva para saber qué estaban tramando algunos de los fallecidos de la semana pasada. Se sabe, sin ninguna duda, que estaba haciendo, en Resistencia, Christian Vera, un oficial de la policía que se negó a plegarse a la huelga policial y murió de un tiro que le traspasó su chaleco antibalas, en cumplimiento de su deber. Ese solo episodio debería haber sido suficiente para suspender la batucada.
Pero también hay otras fotos que generan tanta violencia y resentimiento como los magros salarios de los policías y la fragmentación social que produce la distorsión de precios de la economía. Es, por ejemplo, la suspensión del fiscal José María Campagnoli, culpable de haber investigados los vínculos entre Lázaro Báez y lo más alto del poder.
Fue, hace tiempo ya, el apartamiento del fiscal Carlos Rívolo acusado de haber investigado con pericia el vínculo entre el vicepresidente Amado Boudou y los apropiadores de la impresora de billetes exCiccone. Es, por supuesto, la constancia de que la inflación se multiplica y hace que el salario, los planes sociales y los haberes jubilatorios no alcancen para llegar a fin de mes, mientras los voceros del Gobierno afirman que a la Argentina no le pegó de lleno la crisis internacional, gracias a las acciones de esta administración. Está, la realidad por un lado, y el mundo paralelo que diseñó este gobierno por el otro.
Por eso el malhumor social crece y se multiplica. Por eso dirigentes como Daniel Scioli, Mauricio Macri, Sergio Massa, Hermes Binner y Ernesto Sanz, entre otros, están en comunicación constante para evitar que el incendio se propague.