Parecía que el corrimiento del todopoderoso secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno de las decisiones económicas fundamentales abría espacios para una mayor racionalidad y sentido común. Parecía que los primeros conceptos del jefe de Gabinete, como la necesidad de hacer consistentes las políticas fiscal, monetaria y cambiaria, indicaban un giro en el modo de gestionar la economía. Parecía que la vorágine comunicacional de los nuevos funcionarios pondría en marcha, y de inmediato, una agenda concreta de objetivos y medidas para solucionar los dos problemas básicos: la inflación y la pérdida de reservas del Banco Central. Parecía.

A dos semanas de estar en funcionamiento el formato para la transición hacia 2015 elegido por la presidenta Cristina Kirchner, no se percibe que el Gobierno haya modificado sus visiones más arraigadas sobre ambos temas.

A la inflación se la sigue tratando con acuerdos y congelamientos de precios de apenas un centenar de alimentos básicos. ¿La receta de Moreno, con mejores modales y menos discrecionalidad? Sigue sin admitirse que es un fenómeno generalizado en todos los bienes y servicios. Se posterga el nuevo índice nacional y nada se dice de cambiar un Indec no creíble. No se habla de un programa integral, que ordene variables y expectativas.

En tanto, el Banco Central perdió 1100 millones de dólares desde que el nuevo equipo económico está en funciones y 2000 millones en noviembre.

En 2013, la pérdida de reservas será la mayor desde 2001. Aumentar los impuestos a los autos de alta gama o a los gastos en turismo no lograrán revertir el cuadro, afectado en lo estructural porque el sector privado demanda más dólares de los que aporta, aún en pleno funcionamiento del cepo cambiario.

Devaluar más rápido el peso, como hace el Central desde noviembre, tampoco soluciona las cosas, porque frena la liquidación y acelera los gastos en dólares ante la expectativa de que el tipo de cambio siga ajustando.

Sin un plan integral, la devaluación termina en más inflación. El nuevo equipo en sus primeras jugadas plantea un claro ajuste, desordenado y parcial, que no bajará la inflación del 25 por ciento anual ni revertirá el drenaje de las reservas.

Reconocer más temprano que tarde la inflación como el problema que crea la pérdida de dólares y admitir el fracaso del cepo cambiario sería un paso adelante. Aun con el beneficio de la duda hacia el nuevo formato de poder y sin desestimar la importancia de ciertos giros (como el acuerdo con Repsol por la expropiación de YPF, el año pasado, difuso en sus detalles todavía), el Gobierno empieza a transitar un tiempo en el cual las verbalizaciones diarias no alcanzan para dar vuelta la historia.