Como decía un cura amigo, "la gente mejora, pero no cambia". Eso se le aplica perfectamente a Cristina, que incluso hoy, en el apogeo de su equilibrio espiritual (¡cuánto tenemos que agradecerle a su equipo médico, que se ocupó más de su psicología que de su hematoma!), sigue siendo ella: ansiosa, impaciente, un poquitín arrebatada. Apenas se enteró de que ya estaba en la calle el libro que recopila estas columnas de los sábados, me puso un mensaje directo en Twitter que me hizo ver las estrellas. "Me debés cada una de esas notas y no se te ocurrió traerme el primer ejemplar salido de la imprenta??? Ojalá que no vendas un libro!!!"
Hablé con Parrilli, lo soborné regalándole 10 ejemplares y consiguió que la señora me recibiera en Olivos. El encuentro se pareció bastante al de hace dos años, cuando le llevé el primer libro, Aguanten los K , recién salidito. Se pareció en el sentido de que ella, aun sabiendo que mis textos son un tributo a su persona y a su gestión, es una observadora aguda, perspicaz. Aun así, a veces no termina de agarrar el sentido de algunas ironías -no la culpo porque a muchos les pasa lo mismo- y eso la lleva a conclusiones equivocadas.
Por ejemplo, no le gustó el título: Del vamos por todo al vámonos todos. Se puso mal. "Eso habla de un éxodo, de un sálvese quien pueda, y no hay nada más alejado de la realidad", dijo. "El título no es mío -me atajé-. Lo pusieron los de Sudamericana con el argumento de que era vendedor. Pero déjeme decirle algo, señora. Las últimas elecciones me llevaron a la dramática conclusión de que la gente no valora todo lo que usted le ha dado. Me pregunto, por eso, si vale la pena seguir. Le dimos crecimiento a tasas chinas, le dimos notebooks, televisores y Fútbol para Todos; proyectamos a dirigentes jóvenes como Boudou, reciclamos a intelectuales de la política como Aníbal Fernández, convertimos al piquetero Luis DElía en un candidato al Nobel de la Paz, sacamos a muchísima gente de la pobreza (Ricardo Jaime es sólo un ejemplo), potenciamos barrios enteros (Puerto Madero, la villa 31), multiplicamos los tipos de dólar para hacer realidad el sueño de una «Argentina año verde», en fin, a este país le dimos un sentido y, más que eso, le dimos un relato, y así nos pagan. ¿Ahora entiende el título, señora?"
Su respuesta fue una pregunta. "¿¡Qué hace Lanata en la tapa del libro!? Quiero una explicación convincente o quemo ya mismo este libro que me trajiste". Fue un momento difícil. Efectivamente, a mis editores se les ocurrió poner, pegada al título, la siguiente frase del gordito: "Hay dos maneras de transcurrir la «década ganada»: una es sufrirla; otra, reírse de ella. En este libro, Roberts opta por la más inteligente". ¿Cómo salí del paso? Con la verdad. "Señora, lo que Lanata nos quiere decir es que lo más inteligente es reírse de los que sufren la década ganada. La verdad, me saco el sombrero: pese a ser un esbirro de Magnetto, no ha perdido la lucidez para interpretar la realidad."
Por cierto, sin llegar a leerlo, la señora reparó en el prólogo, donde cuento el tremendo conflicto interior entre el periodista liberal que supe ser y que lucha por volver, y el columnista cabalmente kirchnerista que ahora soy. Todo el mundo sabe que no me gusta andar revelando mis intimidades, pero en el prólogo abrí mi corazón para compartir con los lectores las vicisitudes de ese terrible tránsito. Ella quiso saber qué cosas contaba ahí. "Bueno, hago hablar a los dos, al liberal y al K. ¡Y hasta los hago pelear! Es interesante, Cristina, porque nuestra causa ha traído eso: divisiones, enfrentamientos. Conflictos entre viejos amigos e incluso en el seno de las familias. Era hora de que se supiera de qué lado están los buenos y de qué lado los malos. De un lado quedó el mercado, impiadoso, y del otro, Kicillof, que si ahora quiere volver a los mercados es sólo por un tema coyuntural; de un lado, la inflación provocada por empresarios angurrientos, y del otro, el Indec, que pone las cosas en su lugar; de un lado, Moreno, guardián de la economía, y del otro, la crisis que nos obligó a guardar a Moreno; de un lado, el boom del consumo, y del otro, el saqueo de supermercados, que es el consumo por otros medios; de un lado, el narcotráfico que se expande y va carcomiendo nuestra sociedad y nuestras instituciones, y del otro, un curita en la Sedronar para pedirle a Dios que nos ampare."
Como la Presidenta me escuchaba con mucha atención, seguí. "De un lado está la Corte gorila y corporativa que nos frenó la democratización de la Justicia, y del otro, la Corte justiciera que nos apoyó con la ley de medios; de un lado están los violadores de los derechos humanos, y del otro, Milani; de un lado, Vandenbroele, y del otro, Boudou; de un lado de la foto, Massa, sonriente, y del otro, Insaurralde, feliz; de un lado, los que hicieron la plata fácil o vaya a saber cómo, y del otro, los abogados y abogadas exitosos. De todo eso hablo en el prólogo, señora. De la fractura, de la necesaria fractura entre argentinos. Creo que le va a gustar."
Cristina cerró el libro, lo dejó sobre una mesa ratona, se recostó sobre el sillón y llevó su mirada, y quizás sus pensamientos, hacia un punto que no atiné a descubrir. Sí descubrí, al rato, que se había quedado profundamente dormida. Es comprensible. Parir ese país la ha dejado exhausta.