Un joven regresa agitado del raid y consigna, eufórico, en su página de Facebook: "Mieeeeeerrrrda como me duele el cuerpo... que manera de sakiar loco ... jajajaja... al granel lo dejamos vacio jajajaja! chocha mi mama con las cosas que le traje jajajaja... ahooraa altoo baaño y ah numirrrrr! mañana ni bosta de cole ah... jajajaja...". Junto a este párrafo, que expresa a la vez violencia naturalizada y lazos filiales, el pibe cuelga su foto y algunos pocos datos personales. Otro, más chico aún, que viste la camiseta de Argentina, se fotografía con el grupo de amigos con que irá a saquear . Suponemos que pertenecen a familias de clase baja y viven en barrios periféricos de la ciudad de Córdoba.
En el otro extremo de la escala social, un grupo de jóvenes, cuya magnitud desconocemos, crea en Twitter un hashtag titulado #Negros de mierda. Vuelca allí sus opiniones sobre la gente de sectores populares que participó en los saqueos. Es un escalofriante catálogo de violencia verbal, discriminación social y racismo, en el que pueden leerse frases como éstas: "Qué poco hubieses durado en otra época, negro, sigan con los derechos humanos que así estamos"; "qué tiro en la frente les pegaría a los que saquearon"; "cada día me dan más asco los negros de mierda pelotudos inservibles... hijos de mil putas muéranse ya".
Este contrapunto de crueldades es una de las consecuencias de los saqueos ocurridos esta semana en Córdoba. El "huevo de la serpiente" de un país que prospera sin un proyecto de convivencia. Muestra a extremos sociales enfrentados, expresando su odio, desafiándose, detestándose. Aunque el trasfondo es la disparidad, el soporte digital unifica por un momento a los bandos. En esa gran feria de exhibicionismo e impunidad, que constituye una de las caras de Facebook y Twitter, ambos sectores desnudan sus pulsiones básicas, sin el más mínimo pudor.
Un síndrome más vasto pareciera subsumir estos fenómenos. Tal vez los saqueos, el narcotráfico, la marginalidad, el racismo, las mafias, los delitos contra las personas y la propiedad, las barras bravas, la corrupción, la decadencia institucional puedan considerarse expresiones de una anomalía mayor, que envuelve a la sociedad argentina como a tantas otras en el mundo: el embrutecimiento social. Este fenómeno no tiene una ubicación precisa en la teoría sociológica, más bien condensa lo que el sentido común experimenta ante la degradación de los vínculos humanos. Según el diccionario, "embrutecer" es privar de la razón, no tener medida, promover la violencia, la falta de civilidad y respeto.
En este sentido, los saqueos en Córdoba son una expresión paradigmática del deterioro de los vínculos sociales. El síntoma de una sociedad rota, desequilibrada. Y acaso detrás de su virulencia se esconda el origen del problema, la desigualdad. En una investigación plagada de cifras, comparaciones y sagaces hipótesis, titulada "Desigualdad. Un análisis de la (in) felicidad humana", Richard Wilkinson y Kate Pickett aproximan una explicación: la calidad de las relaciones sociales se construye sobre cimientos materiales; antes que otros factores, la disparidad en el reparto de bienes y oportunidades deteriora profundamente el tejido social. Afirman los autores, que analizan sobre todo las sociedades desarrolladas: "La escala de las diferencias en la renta tiene un efecto poderoso en la manera de relacionarnos. En lugar de culpar a los padres, a la religión, a los valores, a la educación o al Código Penal, demostraremos que la reducción de la desigualdad puede ser un potente nivelador de nuestro bienestar psicológico". La paradoja de las sociedades que alcanzan el progreso material mientras destruyen los lazos sociales es el foco de los investigadores.
De algún modo, este diagnóstico se expresa en el más lúcido texto que, según mi opinión, pudo leerse estos días sobre los saqueos. Se titula "Córdoba y los abismos de la desigualdad", escrito por el sociólogo Pablo Semán en su blog ( http://pabloseman.wordpress.com/2013/12/04/cordoba-y-los-abismos-de-la-desigualdad/ ). El autor ensaya un análisis multifactorial. La creación de ciudades satélite segregadas y mal abastecidas, la represión policial y la complicidad de los policías con el narcotráfico, la inflación, el desprecio de las clases altas hacia las bajas conforman una bomba que sólo la férrea presencia policial en las calles evita que estalle. Hasta que la policía desaparece. Semán opone la opulencia de la nueva Córdoba con la pobreza de la periferia; la distendida vida de los hijos del boom de la soja, que gastan 20.000 pesos por mes en consumo, con la desesperada circunstancia de los "negros" carentes de trabajo y posibilidades de progreso. El sociólogo concluye que Córdoba es, entre otras cosas, "un cruce explosivo de lógicas de exclusión" que dejaron en la desigualdad abismal a un pueblo entero.
En este contexto hay que analizar a los chicos cansados de "sakiar" y a los fascistas que quieren verlos muertos. Esto no es sólo Córdoba, es un rostro trágico de la Argentina, que el consumidor medio y el populismo que lo excita se niegan a mirar.