En coincidencia con los testimonios de Nicolás Ciccone y su yerno, Guillermo Reinwick, involucrando directamente a Amado Boudou y a su socio José María Núñez Carmona en las negociaciones extorsivas para apropiarse del 70% de la empresa Ciccone Calcográfica, hay por estos días un curioso juego de acertijos en el Gobierno y sus alrededores. Con espíritu deportivo, los participantes tratan de acertar en qué momento Amado Boudou perderá la protección de la Presidenta y empezará a tener la suerte judicial que se merece.
Un empresario con acceso a los niveles más altos de la administración, que hizo muy buenos negocios estos años, asegura que la desgracia política de Boudou sucederá antes que concluya este diciembre. Y sostiene que el vicepresidente terminará yéndose más temprano que tarde de su puesto.
Un funcionario peronista con cargo importante en el área político-económica, en cambio, afirma que el juez federal Ariel Lijo jamás firmará la citación de Boudou antes de marzo. Para entonces el Gobierno quizás haya tenido tiempo para recomponerse de un final de año de pesadilla; entre la derrota electoral, la operación de la Presidenta y la eclosión de problemas económicos y demandas sociales acumuladas.
Dirigentes y legisladores del oficialismo que prefieren no anotarse en el acertijo sobre Boudou, se limitan a correrse a un lado y remitir todo a lo que haga la Justicia. No se escucha una sola voz de apoyo al vicepresidente. Apenas algún funcionario de la Casa Rosada intenta sostener la idea de una conspiración universal contra Boudou para perjudicar al Gobierno. Poco volumen de fuego para enfrentar revelaciones tan contundentes.
El sostén fundamental y excluyente de Boudou sigue siendo Cristina. Por eso en el kirchnerismo nadie saca los pies del plato, al menos en público. Y se quedan en el molde aunque Boudou sea una máquina de acumular tropiezos judiciales.
Pero la paciencia presidencial puede no ser eterna. Y hay movimientos que parecen insinuar que ese respaldo tiene algunas limitaciones.
Un viejo amigo de Boudou, Juan de Jesús, acaba de perder la presidencia del bloque de diputados provinciales bonaerenses. Llegó allí en 2011 cuando brillaba a pleno la estrella del ministro de Economía que pasaba a ser vicepresidente. Ese cargo volvió a ser ocupado por el kirchnerista histórico Fernando “Chino” Navarro. La decisión se la comunicaron Carlos Zannini y Jorge Capitanich al gobernador Daniel Scioli.
Otro movimiento de piezas legislativas está en desarrollo. Según fuentes peronistas, por indicación del poderoso Zannini, el flamante senador y ex gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, debe ser consagrado en fecha próxima como nuevo presidente provisional del Senado. Ocuparía el sitio de Beatriz Rojkés de Alperovich, esposa del gobernador de Tucumán, entrando de tal modo en la línea de sucesión presidencial.
Quizá Zannini, por cuenta propia o cumpliendo órdenes de ya se sabe quién, esté pensando en darle más volumen político a la presidencia del Senado, por si en algún momento crece su rol institucional. Eso sólo sucedería si Boudou, primero en la línea sucesoria, sale de escena.
Zannini y Boudou nunca tuvieron buena onda: representan los dos extremos ideológicos y políticos dentro del elenco gobernante.
Siempre son sugestivos los movimientos de Zannini. Tiempo atrás un operador del Gobierno en los tribunales hizo saber que a la Casa Rosada no le incomodaría que algunas causas dormidas contra Boudou salieran de su larga siesta. Alguien creyó ver la mano del secretario Legal detrás de aquel mensaje a jueces y fiscales. También se dice que el propio juez Lijo habría recibido señales en ese sentido, antes de avanzar con los testimonios de esta semana, del empresario Ciccone y su yerno, que pueden terminar siendo lapidarios para el vicepresidente.
Cabe la pregunta: ¿quién está labrando el infortunio judicial de Boudou, además de lo que hace vigorosamente el propio vicepresidente?
Volvamos al radical kirchnerista Zamora, que después de dos mandatos al frente de su provincia acaba de ratificar su poder haciendo votar como gobernadora a su esposa, Claudia Ledesma Abdala. Logró el 64% de los votos, hace hoy una semana. Más rápido que ligero Zamora, elegido senador suplente en octubre, desplazó al titular y juró él mismo como senador el miércoles pasado.
Ya está en posición de lanzamiento hacia otras alturas.
Si este ascenso de Zamora sucede, quedarían postergadas las ambiciones de senadores peronistas por escalar hacia el sillón que hoy ocupa la señora de Alperovich, otra kirchnerista proveniente del radicalismo. Boudou vice, la senadora Alperovich o Zamora presidentes del Senado: por lo visto, la Presidenta no quiere peronistas cerca en la línea de sucesión. Ella sabrá por qué lo hace.
Fuentes oficiales aseguran que Cristina, aún en su muy dosificada actividad desde Olivos, está en autos de todo lo que sucede. La imagen de una Presidenta ausente es sólo eso: una imagen. Y no se priva de desplegar sus clásicos disgustos ni sus amonestaciones.
Se disgustó, cuentan, con el canciller Héctor Timerman porque no atendió a la delegación oficial de Israel que vino al país a reclamar por el pacto con Irán. La misión visitante estaba encabezada por el encargado de la diplomacia israelí para la región. Tuvo que conformarse con ser atendido por un diplomático argentino de segunda línea. Ahora que está en plan de amigarse con el mundo para suavizar su camino de salida, enterarse de estos desplantes a Cristina le arruina el desayuno.
La amonestación más reciente le tocó al ex jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, que pidió sin éxito ver a la Presidenta después de su descabezamiento hace veinte días. Cuando entendió que Cristina no iba a atenderlo, intentó ser recibido por Máximo Kirchner, quizás para entender el por qué de tanta frialdad. Pero aseguran que el hijo de la Presidenta le dispensó un trato brevísimo y helado. En el oficialismo suponen que el enojo puede tener que ver con ciertas inconsistencias encontradas en la administración que Abal Medina y sus colaboradores hicieron de los cuantiosos fondos para publicidad y propaganda.
Estas noticias venenosas corren como el rayo por el espinel oficialista. Y sin duda llegaron a oídos del vicepresidente Boudou, que tuvo su último relumbrón durante la convalecencia de Cristina.
Puede ser que el vicepresidente tema, con cierta razón, que esa medicina amarga que ha visto probar a otros caídos en desgracia del poder kirchnerista quizás le sea recetada algún día.
Claro que si fuera de verdad un caballero, encontraría la forma de dejar de ocasionarle costos políticos y disgustos a la Dama que tan generosamente todavía lo mantiene a salvo.