El error de haber convertido aquellos votos de 2011 en herramientas para consumar caprichos personales explican en gran medida la actual hemorragia electoral. Ni siquiera la enfermedad de la Presidenta, que empujó hacia arriba sus índices de imagen positiva, sirvió para mejorar la pobre elección del Gobierno en las primarias de octubre. Al revés, la oposición ganó ayer por márgenes más amplios en distritos cruciales, como la provincia de Buenos Aires, la Capital, Córdoba y Santa Fe.
Una forma de gobernar, signada por el autoritarismo y la pertinaz insistencia en los fracasos, fatigó a una clara mayoría social. No fue sólo la política de ruinas de Guillermo Moreno lo que espoleó la derrota.
También influyó, y mucho, el estilo pendenciero y déspota del funcionario.
No fue sólo la inexplicable presencia en el escenario cristinista de Luis DElía; fue también el hecho de que el Gobierno nunca se distanciara de su discurso agresivo y antisemita. No fue sólo la arrogancia de Juan Cabandié frente a una humilde empleada de Lomas de Zamora, sino también la saga arrogante y provocadora de La Cámpora, el reservorio de los jóvenes cristinistas.
Esos nombres no fueron elegidos al azar. Todos ellos convocan el rechazo unánime de los intendentes de Buenos Aires, sean massistas, kirchneristas o neutrales. En todos los casos, se trata de antojos presidenciales que carecen de explicación política. Sin embargo, fueron la obstinación en continuar con los zafarranchos de la política económica y la ceguera frente al flagelo de la inseguridad las razones más objetivas de tanta decepción social.
Todo lo demás, la soberbia, el dogmatismo y la confrontación como sistema no sólo político, sino de vida, emergieron como prioridades cuando se agravaron el conflicto económico y el auge del crimen.
La reacción del Gobierno en la tarde de ayer fue la de un boxeador aturdido por los golpes. Como en los tiempos de los soviéticos, los pocos funcionarios que hablaron después de conocida la derrota se mantuvieron, estrictos, dentro de un discurso previamente escrito.
La primera reflexión hacía referencia a que el Frente para la Victoria fue el partido más votado. ¿Qué importancia tiene ese pergamino cuando el partido fue aplastado por los votos de la oposición?
La segunda consideración que hacían consistía en aclarar que el oficialismo conservará la mayoría en las dos cámaras del Congreso. Es probable que el dato sea cierto desde la aséptica matemática parlamentaria. Pero ¿todos los legisladores oficialistas seguirán aferrados a un gobierno perdidoso, que carece, por ahora, de cualquier posibilidad de continuidad más allá de 2015? ¿Muchos kirchneristas de ocasión no darían el salto, acaso, hacia el bando ganador más pronto que tarde?
Scioli, perjudicado
Hasta un kirchnerista diferente y desconfiado por los kirchneristas, como Daniel Scioli, quedó ayer embadurnado por la derrota. El gobernador, dueño de una paciencia sobrehumana, debió defender listas de candidatos provinciales y nacionales de su provincia en las que él no tenía ningún candidato. Todos los lugares habían sido arrebatados por kirchneristas puros y duros. El discurso que el sciolismo ha deslizado le traslada a Martín Insaurralde la categoría de candidato. Esto es: no fue Scioli el candidato, sino Insaurralde. Fue así, pero Insaurralde no hubiera sido nadie sin Cristina Kirchner y sin Scioli. Scioli no está muerto como político, pero el ascenso hacia una eventual candidatura presidencial será desde ayer más escarpado de lo que preveía.
El oficialismo seccionó la elección desde el segundo lugar hacia abajo (a veces, desde el tercero) con el argumento de que había sacado más votos que en agosto. No decía que sus opositores más importantes, los que estaban en el primer lugar de las preferencias sociales, también habían conseguido más votos que hace tres meses.
Hay que separar la realidad de las palabras. La imagen de la derrota oficial podría sintetizarse en sólo dos resultados: el kirchnerismo fue vapuleado en las urnas bonaerenses por Sergio Massa y perdió los dos senadores que tenía en la Capital Federal. Hubo muchos más fracasos. ¿Cómo ignorar, por ejemplo, la derrota en gran parte de la Patagonia otrora kirchnerista? ¿Cómo, cuando la oposición radical ganó hasta en Santa Cruz, la cuna y el sanctasanctórum del kirchnerismo? No obstante, aquellos resultados en el distrito electoral más grande de la Argentina y en la vidriera política del país, la Capital, representan el espejo más fiel del castigo electoral al clan gobernante.
Es rara una política que engendra las alternativas opositoras desde los que fueron oficialistas. La verdad es ésa: Massa, el antiguo integrante de los jóvenes cristinistas de 2007, se convirtió ayer en el más deslumbrante candidato presidencial como opositor al cristinismo. Su aplastante triunfo en el distrito que alberga al 38% de los electores nacionales lo elevó de simple alcalde de un municipio mediano al primer lugar en la lista de los posibles próximos presidentes argentinos. Deberá encontrar una fórmula para mantener el fuego de su expectativa presidencial durante un año, por lo menos, hasta que comiencen las negociaciones previas a las próximas primarias.
Tal vez por eso, Mauricio Macri se apuró anoche en lanzar su candidatura presidencial. El jefe de gobierno porteño ratificó su liderazgo político en la Capital, y su fuerza, Pro, descubrió el camino de la continuidad de Macri en el distrito con la excelente elección de Gabriela Michetti. El macrismo se afianzó también como fuerza nacional con Miguel Del Sel en Santa Fe, donde salió segundo, y con Alfredo De Angeli, en Entre Ríos. De Angeli será senador y Del Sel será diputado. También el ex árbitro Héctor Baldassi, recientemente adoptado por el macrismo, empató virtualmente en Córdoba el tercer lugar con la candidata kirchnerista, Carolina Scotto. Macri puede decir que una estructura política propia empieza a tener rasgos nacionales.
La sucesión
Hermes Binner ganó ampliamente en su provincia, Santa Fe, uno de los cuatro grandes distritos del país. Santa Fe es gobernada por una coalición socialista-radical, de la que Binner es su dirigente más importante. Julio Cobos arrasó en Mendoza y el también radical Oscar Aguad se le acercó peligrosamente en Córdoba a Juan Schiaretti, el candidato del gobernador José Manuel de la Sota. De la Sota esperaba una mejor elección para su partido.
Entre esos dirigentes se esconde la sucesión al actual oficialismo. El kirchnerismo empezó anoche su etapa final de dos años cuando está enferma su única referente creíble. Los verdaderos problemas de salud de la Presidenta, además, son explicados por los médicos con indescifrables jeroglíficos. El conflicto de la enfermedad coincide dramáticamente con la devastación política.