Todos los que hablaron se ocuparon de devaluar la importancia de las primarias de ayer. El Gobierno sabía que perdería. Perder la provincia de Buenos Aires es un fracaso político. No hay forma de vestir de fiesta esa derrota, aunque la Presidenta lo intentó. Sin ese distrito, con el 37% del electorado nacional, y con una nueva estrella en el firmamento peronista, Cristina Kirchner debe prepararse para volver a casa en 2015. Ésa es la primera y más elemental conclusión de las elecciones de ayer. Ya ni siquiera habrá margen para que el cristinismo residual insista en la retórica inverosímil de que es necesario un cambio constitucional en los próximos dos años.
Frente a la desdicha en la provincia más crucial del país, el Gobierno se apuró en adelantar un triunfo del oficialismo en el acumulado nacional. Es un dato tan cierto como previsible. Sólo el Frente para la Victoria se presentó como tal en los 24 distritos del país. Hasta el radicalismo hizo alianzas en muchas provincias que le impiden sumar todos los distritos del país.
Tampoco es una novedad: el kirchnerismo está renovando los legisladores de su peor elección, la de 2009, que fue, a su vez, la mejor elección que tuvo la oposición en los últimos diez años.
La provincia de Buenos Aires es una derrota personal de Cristina Kirchner. ¿Quién podría colocar ese fracaso sobre los hombros de Martín Insaurralde, un candidato que comenzó su campaña con cerca del 70 por ciento de desconocimiento popular? Hay pocos registros de actos de campaña en los que Insaurralde haya ido sin la compañía de la Presidenta. Hasta cometieron juntos el acto audaz e insolente de robarle una foto al papa Francisco en Río de Janeiro y de usarla en afiches callejeros. El Papa no se quedó callado. Hizo saber su desagrado a través de su vocero más confiable en la Argentina, el arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli.
Insaurralde fue en la provincia de Buenos Aires un actor de reparto, donde la protagonista principal fue siempre la Presidenta. La designación del intendente de Lomas de Zamora se parece demasiado a la elección que Cristina hizo de Amado Boudou como vicepresidente. No sólo porque Insaurralde y Boudou comparten algunos gustos por la vida buena y dispendiosa; también porque fue en ambos casos una elección personal de la jefa del Estado, sin consultar con nadie. Tampoco ninguno le agregó nada adicional a lo que ya tenía el cristinismo puro y duro en las encuestas previas.
Cristina Kirchner perdió ayer en provincias en las que había ganado en 2009 o empeoró fracasos de hace cuatro años, resultados que echan más claridad sobre la finitud política de la dinastía gobernante. Salió derrotada, por ejemplo, en La Rioja, San Juan y Catamarca, donde gobiernan viejos aliados suyos. La derrota de ayer, se la mire por donde se la mire, es una derrota de la Presidenta.
Un líder imprevisto
Sergio Massa, que ganó con porcentajes más grandes que los que esperaba él mismo, es un líder imprevisto. Esta vez ocupó el lugar que hace cuatro años le correspondió a Francisco de Narváez. Los dos ganaron más como esperanzas para derrotar al kirchnerismo que por sus propios méritos. La prueba está en la mala elección que ahora hizo De Narváez. Gran parte de los votos que consiguió en 2009 se los llevó Massa en esta elección. Es el voto útil al que recurre la gente común cuando no le gusta un gobierno. Massa tendrá que hacer cambios en su campaña en los largos dos meses que le quedan hasta las elecciones de octubre. Su campaña ha sido pobre, careció de creatividad y él mismo se mostró mucho más esquemático de lo que realmente es. Tendrá que demostrar, en fin, que el mito no es más grande que el personaje.
Una elección estableció, otra vez, que la política les atribuye a los aparatos más poder que el que tienen. Massa ganó en municipios gobernados por intendentes de fe cristinista, que se pavoneaban anunciando la importancia de sus aparatos, como José C. Paz, Moreno o Lanús. Ni siquiera en La Matanza el triunfo del intendente cristinista fue tan aplastante como se anunciaba. Tampoco el clientelismo funcionó en muchos municipios con altos porcentajes de carenciados. La política reincide en atribuirles a esos aparatos un papel crucial del que carecen, como ya lo demostró en 1997 Graciela Fernández Meijide, que les ganó en Buenos Aires a Eduardo Duhalde y a la esposa de Duhalde. Duhalde era el gobernador todopoderoso de Buenos Aires y su esposa administraba los vastos planes sociales de la provincia.
En un paisaje bonaerense en el que el peronismo kirchnerista se decidió por el poskirchnerismo, la figura de Daniel Scioli quedó asociada a una derrota. No obstante, analistas de opinión pública le atribuyen al protagonismo de Scioli en la campaña un porcentaje importante de los votos que cosechó Insaurralde. Es cierto también que en esa provincia se impuso un "estilo sciolista" durante la campaña. Nadie se peleó con nadie. Y todos, o casi todos, insistieron en la propuesta de una política dialoguista. ¿Le bastará a Scioli con ese triunfo "cultural"? Lo único cierto desde anoche es que tiene enfrente a un peronista triunfante en condiciones de ser candidato presidencial dentro de dos años. Massa no le cederá ese lugar.
Cristina Kirchner ha perdido también gran parte de la Patagonia, que no es relevante en el acumulado de votos nacionales, pero que tiene un peso simbólico significativo. Es el lugar que vio nacer y crecer en política a los Kirchner. Es uno de los pocos lugares donde Néstor Kirchner arrasó en sus pobres elecciones nacionales de 2003. La Presidenta ha perdido, sobre todo, en las provincias donde metió a presión a sus propios candidatos, casi todos surgidos de la cantera de La Cámpora, como Córdoba y Santa Cruz.
No es la juventud lo que se les critica a esos dirigentes, como dice el cristinismo, sino la soberbia para exhibirse en la política y la ineficacia para administrar el Estado. Es el resultado natural de una juventud que accedió a la política desde un partido en el poder y sin experiencia ni conocimientos sobre los asuntos de gobierno.
Una soberbia que dejó a la democracia sin alma, sin ese espíritu que consiste en la tolerancia, el diálogo y la disidencia cordial. El cristinismo ha barrido con la moral esencial de la vida democrática. En nombre de una revolución retórica, les quitó a los otros el derecho a existir. Prueba de una juventud fanática y exaltada fue la emboscada que le hizo ayer un joven cristinista al jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, en el momento de votar.
Sin embargo, Macri revalidó su liderazgo capitalino cuando Gabriela Michetti se convirtió en la candidata a senadora más votada en la Capital, aunque su elección no fue buena. Algún error cometió o cometieron. Es cierto que Pro debió vérselas con la atractiva interna de Unen. Es imposible sumar todos los votos de esa interna y trasladarlos a octubre. "Unen nos debe 5 o 6 puntos, que nos devolverá en octubre", ironizó anoche Macri.
La interna del peronismo poskirchnerista tendrá un interlocutor imprescindible en el gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota. Lleva ganando elecciones durante 14 años en el segundo distrito electoral del país. De la Sota confió siempre más en Massa que en Scioli, aunque se equivocó cuando se apresuró a trabar una alianza embrionaria con De Narváez, que ayer consiguió muy malos resultados.
Hermes Binner y Julio Cobos se alzaron con victorias que podrían trabar una coalición radical-socialista para 2015. Ni Binner ni Cobos se han querido nunca, pero el más intransigente en esa discordia fue siempre el jefe socialista. El radicalismo, carente de presidenciables conocidos, no podrá seguir ignorando a Cobos, que hizo una elección excepcionalmente buena en Mendoza. Tan excepcional y buena como la de Binner en Santa Fe. La sociedad santafecina es tercamente anticristinista. Es la única provincia donde la Presidenta escuchó el mensaje de la sociedad y ensayó una reconciliación con el ex gobernador Jorge Obeid, un político con prestigio. Obeid no pudo hacer nada en nombre de Cristina Kirchner. Salió tercero. El macrista Miguel del Sel volvió a ocupar el segundo lugar.
Exitismo electoral
Falta octubre todavía. Los que ganaron ayer podrán, si no se equivocan, ampliar aún más su triunfo. La sociedad tiene una dosis de exitismo electoral. ¿Para qué votar por un perdedor si se puede votar por una ganador? Ésta es una reflexión recurrente en el inconsciente colectivo. Como a todo gobierno, que tiene que hacerse cargo de las cosas cotidianas, a la administración de Cristina Kirchner también el tiempo le corre en contra.
Ya un fuerte viento de frente la sacudió ayer, cuando perdió en el conjunto de provincias donde habita más del 70 por ciento de los argentinos que votan. Sorprendida y fastidiada en la intimidad, prefirió en público fingir una victoria que no existió, optó por ningunear al gran ganador de la jornada, Sergio Massa, a quien ni se dignó nombrar, y eligió prometer una profundización de su modelo. Aun sabiendo que sólo le queda el tiempo necesario para una transición.