El esquema de poder que ella conduce, y que se estableció en 2003, fue engendrado en las entrañas del peronismo de la provincia de Buenos Aires. Y ese territorio se convirtió en su plataforma principal cuando, dos años más tarde, la entonces primera dama derrotó a Hilda "Chiche" Duhalde como candidata a senadora. Estas razones explican por qué el triunfo de Sergio Massa es tan relevante.
El intendente de Tigre sacó más votos que Martín Insaurralde, el candidato del Gobierno. Esa hazaña supera a la de Francisco de Narváez en 2009, debido a que no se asienta sólo sobre una oleada de opinión pública. Massa comparte su éxito con una red de intendentes y sindicalistas que se separaron, como él, del aparato oficial. Es el efecto sobre la interna peronista de un proceso que comenzó en septiembre del año pasado, cuando se produjo el primer gran cacerolazo. Aquella noche Massa comentó entre íntimos: "La gente acaba de dar vuelta el reloj de arena".
El esfuerzo retórico de la Casa Rosada estuvo dirigido, al comienzo, a disimular el fenómeno.
Las primarias fueron presentadas como una contienda en la que gana quien suma más votos a escala nacional. El aparato de comunicación oficial reaccionó como un autómata e insistió, renunciando a ver la política, en una victoria matemática.
Pero también esa teoría es defectuosa. El kirchnerismo enfrentaba anoche, además del bonaerense, otros fracasos dolorosos, comenzando por Santa Cruz, donde la primera fuerza fue el radicalismo. En Santa Fe, Jorge Obeid se ubicó tercero, detrás del macrista Miguel del Sel. En Mendoza, el peronismo reconoció el triunfo de Julio Cobos poco después de que se cerraran los comicios. Y en Jujuy sorprendió con su derrota frente a un acuerdo radical-socialista.
La oposición avanzó también en las provincias petroleras. Sobre todo en Neuquén, donde el sindicalista Guillermo Pereyra se impuso al gobernador Jorge Sapag en la interna del Movimiento Popular Neuquino. Es un golpe mortal para la política energética y, en especial, para el acuerdo de YPF con Chevron, que Sapag todavía no consiguió convalidar. De modo que la coartada de que la elección nacional fue exitosa dejó paso al argumento del coronel Sergio Berni: "En octubre los resultados pueden ser distintos". No se atrevió a decir "mejores".
Las próximas horas serán decisivas para saber si Cristina Kirchner puede leer el malestar que se expresó ayer. O si, como con los cacerolazos, se repliega hacia hipótesis conspirativas en las que siempre el infierno son los otros. Esa propensión la llevó, con el impulso inestimable de la obsecuencia de su entorno, desde la victoria estelar de hace dos años hasta la pobre performance de ayer.
La resistencia del Gobierno a admitir las dificultades comenzó con el intento de relativizar el drama bonaerense. Esa pretensión ignora el significado de ese territorio para la contextura del oficialismo. Néstor Kirchner buscó consolidar su liderazgo a través de tres alianzas con actores hegemónicos. Con el Grupo Clarín, para influir sobre las audiencias; con Hugo Moyano, para disciplinar a los trabajadores, y con el PJ bonaerense, para controlar al electorado. El primer vínculo se rompió en 2008. El segundo, cuando él ya estaba muerto. La última viga de esa arquitectura se derrumbó anoche.
La configuración del kirchnerismo ingresa, entonces, en una enigmática transformación. La pérdida de respaldo electoral es perniciosa para cualquier grupo político. Pero lo es mucho más para los que sostienen que la legitimidad sólo deriva de la obtención de una mayoría en las urnas. Cristina Kirchner convirtió los resultados de 2011 en la piedra angular de un nuevo régimen para el que cualquier disidencia, judicial o periodística, es un agravio contra la democracia. Contestó a cada crítica con la misma letanía: el que tenga algo que decir que gane una elección.
Desde anoche ella corre el riesgo de quedar atrapada en esa arquitectura conceptual. Sobre todo porque se abre un proceso sucesorio al que el personalismo extremo del Gobierno vuelve más inquietante. Con los votos de ayer es imposible ir por todo. Y no se sabe si el kirchnerismo sabrá reconocer el lugar del otro, es decir, ir por una parte.
Massa tiene por delante un gran desafío: fortalecer su credibilidad para capturar a los que optaron por Francisco de Narváez. Este diputado es la llave para que el triunfador de ayer llegue en octubre al 50%, que es su sueño. El enfrentamiento con la Presidenta tuvo problemas de verosimilitud. Los votantes de De Narváez no vieron en Massa al instrumento más eficiente para frenar el avance kirchnerista.
En ese déficit de la candidatura de Massa operan algunos factores constitutivos. Su divorcio del Gobierno es muy reciente. Y él agudizó esta debilidad con su estrategia electoral. Apostó a la ambivalencia cuando jugó al misterio con su lanzamiento y, más tarde, cuando intentó desmarcarse de la polarización que divide a la opinión pública. Hay otra peculiaridad del proselitismo de Massa que puede explicar la adhesión a De Narváez y, sobre todo, a Margarita Stolbizer: en su léxico no aparece la palabra corrupción.
Anoche, cuando se dirigió a los que no lo votaron, habló de inseguridad, inflación y presión impositiva. Pero evitó cualquier referencia ética. ¿Está en condiciones de abandonar esa abstención? Tal vez lo obliguen las malas noticias que, a partir de esta semana, recibirán algunos funcionarios desde Tribunales, como vaticinaban anoche algunos penalistas.
Mientras Massa remodela su personaje, desde el corazón del establishment presionarán a De Narváez para que deponga su candidatura. Los mensajes comenzaron a llegar la semana pasada. ¿Invitará Massa a su rival, en público, a dar vuelta la página del ciclo kirchnerista? Ayer por la tarde, De Narváez especulaba con que un triunfo nítido del intendente lo obligaría a dejar la competencia. Todavía confiaba en salir tercero.
Así como Massa revisará los beneficios de su pasable ambigüedad, Cristina Kirchner tendrá a partir de hoy una urgencia: reforzar la subordinación de los caudillejos bonaerenses que se mantuvieron leales. Con su exitosa sublevación, Massa y sus aliados pusieron en valor el papel de los intendentes, cuya capacidad para arrastrar votos había sido menoscabada en estos años, para mayor gloria del gobierno nacional. La señora de Kirchner se rindió ante esos reyezuelos y confió su suerte a uno de ellos, Insaurralde, postergando a su cuñada y a la dócil escuadra de La Cámpora. Esa dependencia se profundizará.
La alianza de la Presidenta con los jefes comunales tiene dos limitaciones principales. La primera es que, como se insinuaba con los primeros números de anoche, sólo le garantizan conservar el voto suburbano: entre el Gobierno y los sectores medios se levanta un muro infranqueable. La segunda dificultad consiste en que, a partir de anoche, los intendentes kirchneristas temen más al colega de Tigre que a su jefa. Sencillo: Massa está en mejores condiciones que ella para desafiarlos en sus territorios con un candidato alternativo para 2015. En especial porque ayer ganó en distritos inesperados. Y porque Insaurralde no alcanzaba anoche el 50% ni siquiera en Lomas de Zamora. Sólo un remedio podría bloquear la fuga hacia Massa: ofrecer a esos dirigentes kirchneristas un candidato que les haga pensar que hay vida después de 2013.
Daniel Scioli se prepara para prestar ese servicio. Pero es muy posible que, después de octubre, Massa se convierta en el vértice de una nueva geometría en la que convergerán Mauricio Macri y José Manuel de la Sota.
El peronismo será, en adelante, un firmamento con varios soles. Pero todavía es muy temprano para prever el desenlace de esta nueva dinámica. Aunque algunas novedades ayudan a vislumbrar mejor el horizonte. Una de ellas es el éxito del progresismo porteño (Unen). Ese frente realizó un ejercicio virtuoso: en vez de resultar del pacto entre cuatro capitostes, las listas surgieron de una regla respetada por todos los sectores, que delegaron en el electorado el ordenamiento de las candidaturas. La consecuencia fue que ese mosaico apareció como la primera fuerza electoral en la ciudad de Buenos Aires, superando a Pro. Es cierto que el reparto es engañoso. Habrá que ver si Pino Solanas retiene en octubre los votos que ayer cosecharon Alfonso Prat-Gay y Rodolfo Terragno, a quienes a partir de ahora necesitará mucho en su campaña.
Si este método se proyectara a nivel nacional para 2015, el panorama político registraría un cambio de primera magnitud: por primera vez desde el colapso del radicalismo, el PJ debería enfrentar a un desafiante competitivo. Esa perseverancia potenciaría a una galería de personalidades que obligan a retirar la vista, aunque más no sea un momento, de la interna del PJ: Cobos, Hermes Binner, Elisa Carrió, Eduardo Costa, Mario Fiad, Oscar Aguad y, sin haber sido candidato, Ernesto Sanz, cuyo protagonismo fue decisivo en la campaña radical de todo el país.
Esta reanimación del campo no peronista vuelve más importante una incógnita: ¿conseguirá el PJ darse una regla interna que evite la fractura? Si no lo logra, si permanece dividido, el panorama que se abre hacia 2015 es muy incierto. Sobre todo cuando se recuerda que en la Argentina rige el ballottage.