Las vísperas electorales sirvieron para corroborar un viejo diagnóstico de este tiempo cristinista. No existe ningún resquicio en la Argentina para la tolerancia, el equilibrio y la comunión. Hubo ejemplos de todo tipo. En la indignación de mucha gente que padeció la horrible tragedia de Rosario contra los dirigentes políticos. En el robo cometido en la casa de Sergio Massa, convertido en impúdico episodio de campaña. En la fuertes disidencias dentro del propio arco opositor. Incluso entre los postulantes de UNEN, un conglomerado radical y de centro-izquierda, que fueron los únicos en darle un sentido a las primarias de hoy. También en los aprietes que el aparato K desplegó en barrios enteros del conurbano para que voten por Martín Insaurralde bajo amenaza de cancelar planes sociales. Hasta los indignados insistieron con una protesta callejera para la cual en esta ocasión, por múltiples razones, el ánimo colectivo no pareció dispuesto como antes.
Dos figuras resultaron, por encima de ese montón de evidencias, un verdadero símbolo de la impotencia para transitar por la concordia. Massa construyó el Frente Renovador con el juramento de ser equidistante entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo vigente. Fracasó, pese a sus esfuerzos, porque el Gobierno lo fue arrinconando.
Lo terminó transformando en su verdadero enemigo de hoy en Buenos Aires, donde se definirá la interpretación política de las elecciones. Daniel Scioli, luego de haber optado permanecer en la vereda oficialista, debió abandonar su acostumbrada hibridez para arrimarse a un perfil de talibán.
El cristinismo no acepta otra cosa. Habrá que ver cómo la sociedad tamiza su viraje.
Massa arrancó la campaña asegurando que sólo hablaría del futuro y nunca referiría a funcionarios o allegados al Gobierno. Pero concluyó manifestando su “desilusión” con Cristina Fernández y repitió hasta el cansancio que nunca tuvo nada que ver con Guillermo Moreno, La Cámpora y el ex piquetero Luis D’Elía. Advirtió que otro camino no le quedaba, por dos razones: el cerco que le fue tendiendo el kirchnerismo, incluso explotando un episodio delictivo; la dirección de una campaña en la cual el Gobierno se encargó de exhibir sólo a Cristina, Scioli e Insaurralde, en ese orden. Los hombres más oscuros y controvertidos fueron enviados por semanas a la clandestinidad. Al lado del intendente de Lomas de Zamora, por caso, jamás aparecieron Diana Conti y Carlos Kunkel, que también renuevan sus bancas. Mucho menos Amado Boudou, con quien lo une un sólido vínculo personal y político.
Los cuidados cristinistas sufrieron otro tropiezo. El asalto al domicilio de Massa, en un barrio cerrado de Tigre, colocó en la primera línea de la campaña oficial, entre otros, a Sergio Berni y Aníbal Fernández.
No son, por cierto, las personas más créibles y populares.
Ambos quisieron instalar la presunción de que el jefe municipal podría haber planeado el episodio con el fin de victimizarse. Idea peregrina: hubiera sido como dispararse en los talones. Massa hizo de la lucha contra la inseguridad una bandera de su gestión. Fue el primer municipio en instalar las cámaras de vigilancia callejera. Se trata de un mecanismo preventivo y disuasivo aunque nunca una solución. El combate contra la delincuencia excede las posibilidades de cualquier intendente. Requiere de políticas específicas y sociales en las cuales el Gobierno debería involucrarse.
Es lo que Berni invariablemente soslaya.
En ese hecho, que nunca debió explotarse como posible rédito de campaña, intervino un prefecto como actor principal. Fue detenido quince horas más tarde gracias al registro de las cámaras de vigilancia. Pero en la historia hay un dato difícil de ser refutado: la Prefectura, que custodia ese barrio, depende del Ministerio de Seguridad. La réplica resultó previsible: esa fuerza fue retirada de la custodia del barrio donde habita Massa.
Ni los ardides de Berni ni los de Aníbal Fernández podrían sorprender. Seguramente sí, el tono de la irrupción de Scioli. El gobernador sembró dudas sobre el asalto y la conducta del intendente de Tigre.
Pareció colocarse más cerca del victimario que de la víctima. Algo desacostumbrado en su larga trayectoria. Pudo sucederle lo mismo que a Massa, aunque a la inversa: su militancia de este presente ultra cristinista lo habría obligado a cerrar filas con las tesis de Berni y del senador K.
Podría haber habido en la conducta del gobernador, también, una dosis de cálculo. Necesita esta noche el resultado más ajustado posible entre Insaurralde y Massa en Buenos Aires.
Un despegue del intendente de Lomas de Zamora provocaría un crecimiento de los sueños cristinistas para el 2015, que enterrarían su proyecto sucesorio. Una victoria clara del jefe municipal de Tigre podría trazar un panorama sombrío para octubre y una disputa más complicada para el gobernador en su ambición de heredar a Cristina.
Scioli puso el cuerpo en la campaña más que la propia Presidenta. Buscó así capitalizar el repunte que, según las encuestas, registró Insaurralde luego de un arranque pálido, signado por su alto desconocimiento. Pero todas esas conjeturas podrían caer en el vacío. Si el intendente K realiza una buena elección la beneficiada resultará Cristina. Si ocurre una frustración, es probable que la responsabilidad política caiga sobre las espaldas del gobernador.
Cristina hizo casi toda la campaña desde un estrado distinto.
Tuvo gran presencia publicitaria y prefirió los actos de Gobierno, algunos junto a Insaurralde, que los tradicionales de campaña. Decidió estar la última semana en Nueva York, donde la Argentina asumió la titularidad temporaria del Consejo de Seguridad de la ONU, antes que en las tribunas bonaerenses. A la vuelta la sorprendió la catástrofe en Rosario y el repentino fin de la campaña luego de los dos días de luto que, con buen criterio, decretó.
Se advierte un cambio en la actitud pública de Cristina. Siempre fue distante frente al dolor de los demás. Los familiares de las víctimas ferroviarias de Once le enrostran todavía aquella frialdad. Pero estuvo, aunque de manera rauda, cuando las inundaciones devastaron a La Plata. Hizo una visita a las ruinas y a los heridos que quedaron tras la explosión en el centro de Rosario.
Detrás de aquel cambio, sin embargo, siempre reptaría la sospecha de alguna manipulación. La espontánea solidaridad social que despertó el temporal en La Plata pretendió ser capitalizada por La Cámpora. Muchos de esos camporistas merodearon también por Rosario con el afán de resguardarla. ¿De qué? Frente a semejante tragedia no cabría ninguna especulación. Cristina recibió abucheos, hubo escaramuzas y también pocos aplausos. Serían consecuencia natural del dolor y de lo que la Presidenta supo sembrar en estos años.
Cristina hizo simplemente lo que debía. Pero se tentó de novelar por tuiter su encuentro con familiares de las víctimas, su abrazo con una adolescente y los sentimientos que le habría despertado ese paisaje desolador. El gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, y la intendenta de la ciudad, Mónica Fein, estuvieron por horas cada día en la zona del siniestro. También escucharon ciertos reproches pero no exhibieron ninguna escolta socialista. Se limitaron a supervisar el rescate, a interiorizarse del desastre y comunicaron lo imprescindible, con sobriedad.
El socialismo gobierna la provincia y la ciudad. El contraste entre una y otra cosa pareció ineludible.
Entre esos contrastes se moldea la división que permea ahora a la Argentina. Una grieta asoma entre el Gobierno y sus representados con el resto de la sociedad. Pero en ese resto tampoco parece imperar la armonía. Muchos indignados salieron el jueves a la calle, pese a todo. Incluso, contra la reticencia demostrada por la mayor parte de la dirigencia opositora. La manifestación fue menor comparada con las muchedumbres que incursionaron en el 2012 y en abril de este año.
Pero no debería ser minimizada. Fue articulada con intensidad casi en un par de días sólo a través de las redes sociales.
Prescindiendo de los medios de comunicación formales.
El Gobierno ha perdido esa batalla pese a que fue pionero en esta época en utilizar las redes como herramienta política. Pero la oposición tampoco logra hacerse socia del fenómeno aunque la mayoría de esos reclamos coinciden con su agenda. La inseguridad, la inflación, la corrupción, el sesgo autoritario de Cristina. ¿Qué estaría sucediendo entonces?
Tal vez, un problema de honda desconfianza. Esa oposición había construido la promesa de equilibrar el poder en el 2009 cuando se impuso en las legislativas.
Pero defraudó. Estaría a partir de hoy ante una nueva oportunidad. Sus señales tampoco terminan de conformar. Existen recelos personales que estarían por encima de las diferencias políticas. ¿Qué tantas diferencias irreconciliables en ese plano podría haber entre Massa, Macri, De Narváez y hasta Scioli y una buena porción de los gobernadores peronistas? ¿Qué tan profundo, en el mismo sentido, podría ser el divorcio actual de Elisa Carrió con los radicales o los socialistas?
Las primarias podrían anticipar lo que vendrá en octubre. Podrían esbozar además un futuro escenario nuevo. Con los reparos del caso: el paréntesis entre una y otra elección y los dos años y medio de poder que le quedan a Cristina.
Una eternidad para la imprevisible Argentina.