El Gobierno está desesperado por capturar dólares atesorados por el sector privado, para evitar que en la sequía estacional de divisas la cotización del blue comience un veloz ascenso, empujado por la mayor demanda del turismo.
El Gobierno tiene un doble rasero para atraer divisas del sector privado. Si son ahorristas argentinos que han atesorado luego del inconstitucional cepo que lo prohíbe, sólo pueden salvarse del castigo entregando esos ahorros a cambio de un papel que dice que el Banco Central los conservará como reservas. ¿Se le puede creer? Difícil. Es la misma administración que defendía las reservas con uñas y dientes, luego dijo que un poquito eran de libre disponibilidad, luego fue un poquito más grande y finalmente dio esa categoría a todas las reservas. Como el obeso que no puede contenerse y come "sólo un pedacito" de una porción de torta; a los cinco minutos, "sólo un pedacito más". Y luego de acabarse la torta jura que no comerá más. Y pide que le dejen guardar todas las tortas de los demás para cuidarlas. Quizás Alberto Cormillot debería suceder a Mercedes Marcó del Pont al frente del Central.
El Cedin y el bono para inversiones en infraestructura por los que hay que canjear los dólares atesorados contra la voluntad estatal han atraído hasta ahora a muy pocos ahorristas. El Gobierno, con Guillermo Moreno a la cabeza, insiste en capturar los "dólares negros", que incluyen todo lo no declarado a la AFIP. Es decir, desde fondos provenientes de actividades ilícitas hasta dólares comprados con autorización oficial para un viaje que luego se canceló y no fueron vueltos a cambiar por pesos al tipo de cambio oficial. Todo eso es, para Moreno, "plata negra".
Es comprensible en el modo kirchnerista de ver la vida. Dicen ser capaces de construir un paraíso y con esa excusa quieren introducir ciudadanos a la fuerza y obligarlos a quedarse. No fue siempre así. En sus tiempos de presidente del Central, con Néstor Kirchner a cargo del Ejecutivo, Alfonso Prat-Gay debía hacer malabares para que el dólar, con cotización libre y amplios márgenes para atesorarlo, girarlo y gastarlo en el exterior, no se depreciara. Eran tiempos de superávit comercial y fiscal, favorecido porque no se pagaba gran parte de la deuda externa.
Hoy la situación es otra. Los costos internos en dólares subieron tanto que muchas industrias están a punto de dejar de ser competitivas. Los cargos sobre los consumos energéticos las dejan afuera, dicen varias. El mercado internacional, que ayudaba, está dejando de hacerlo. La Argentina K necesita que los precios internacionales de las materias primas marquen récords todos los años. Pero bajan o se estancan.
Multinacionales que operan aquí y con proyectos multimillonarios en Brasil ya han comenzado no a sacar el pie del acelerador, sino directamente a frenar. El mayor socio del Mercosur no era, al menos desde 2011, competitivo hacia el exterior del bloque por la sobrevaluación del real, pero seguía mostrando un crecimiento muy interesante de su mercado interno. Ahora ni eso.
La Argentina es el país peor parado entre sus pares para un cambio de escenario internacional. El Gobierno apenas puede alegrarse de que las automotrices sigan haciendo inversiones, como las que anunció Peugeot, o los planes de Mercedes y Volvo, entre otros. No se entiende, en cambio, por qué ninguneó a Vale, que tenía un proyecto colosal, y luego se rindió casi vergonzosamente ante Chevron por una mera promesa de menos del 20% de lo que invertiría la brasileña.
La desesperación por las divisas parece permitir cualquier actitud contra la propiedad privada, el secreto bancario y la soberanía nacional y de las provincias. El panorama es preocupante por la catástrofe fiscal, energética e inflacionaria. Sólo Carlos Melconian se animó a decir en público hasta ahora que será casi imposible para cualquiera mantener algo más que la asignación por hijo, entre toda la maraña de subsidios que hoy existen. El lema de Cristina parece ser "Yo o el ajuste". Pero son altas las probabilidades de que tras los comicios cambie la "o" por la "y".