Salvo las organizaciones no gubernamentales (ONG), que son las más respetadas, pocos sectores de la vida pública argentina están libres de la sospecha de corrupción, según surge de un nuevo informe del Barómetro Global 2013, cuyos resultados difundió recientemente Transparencia Internacional (TI).
Aunque no debería sorprendernos: para los encuestados, la Argentina es el país de América donde más aumentó la percepción de la corrupción (para el 72%), pero también es el segundo país del continente cuyo gobierno es visto como menos efectivo a la hora de luchar contra la corrupción, según el 74 por ciento, contra el 14% que sí lo considera efectivo. Nuestro país es sólo superado por Paraguay, cuyas autoridades reciben un porcentaje negativo del 78 por ciento.
Estos índices vienen a corroborar una curva ascendente en el tiempo con respecto a este tema, porque en el anterior informe, correspondiente a 2010-2011, el 60 por ciento percibía que la corrupción había aumentado, contra el 24% que la consideraba estable y el 16% que percibía una mejoría. En el actual relevamiento -1001 personas fueron encuestadas por teléfono por la firma Ibope en todo el país, entre septiembre pasado y marzo de este año- hubo, sin embargo, un porcentaje esperanzador: el 80 por ciento consideró que los ciudadanos pueden hacer una diferencia en la lucha contra ese flagelo.
No es un consuelo, pero corresponde apuntar que la Argentina no está sola en este ranking de países que obtuvieron peores cifras en el relevamiento de este año: la acompañan México, Venezuela, Jamaica y el ya mencionado Paraguay. Con índices menos preocupantes, o mejores, están Uruguay (el 43% cree que aumentó la corrupción, contra el 34% que la considera igual y el 23% para el cual se redujo), Perú y Brasil, seguidos de Canadá.
De acuerdo entonces con esta percepción, el aumento de la corrupción en la Argentina es el más grande de la región y uno de los mayores a nivel global, lo cual es muy alarmante. Los partidos políticos, los funcionarios públicos, el Congreso, la policía y el Poder Judicial figuran al tope de las instituciones percibidas como más corruptas, seguidas en orden decreciente por el empresariado, los medios, los credos, los militares, los servicios médicos y de salud, y el sistema educativo, frente a las más respetadas, como son las ya mencionadas organizaciones no gubernamentales (ONG).
En la base de esta percepción está la certeza de que no hay voluntad en las autoridades de acabar con la corrupción. Sin embargo, este porcentaje tan alto se corresponde con otra circunstancia, como es la de que, a la hora de contestar la pregunta directa sobre el pago de sobornos, hay resistencia en el encuestado a reconocer errores o delitos propios (en ese sentido, Bolivia figura como el país con más alto porcentaje: un 36 por ciento), lo cual concuerda con los resultados de un informe publicado recientemente -y comentado también en estas columnas con el título "Corrupción e hipocresía ciudadanas en la Argentina"-, en el que el 55 por ciento de los encuestados en la ciudad de Buenos Aires reconocía como "aceptable" que un político fuera corrupto si mejoraba "la economía" o solucionaba "problemas del país".
Mientras la impunidad no sea castigada en la Argentina, lo cual exige leyes más estrictas, pero también su cumplimiento efectivo, es decir, que realmente se castigue a los culpables de los delitos de corrupción, no sólo no bajarán estos índices sino que seguirán creciendo como hasta ahora.
Pero el compromiso, está demostrado, no corresponde sólo y en primer lugar al Gobierno; somos los ciudadanos también los que deberemos empeñarnos realmente en la lucha contra este flagelo que amenaza con fagocitarse a toda la comunidad. Hace pocas horas, el papa Francisco alentó a los jóvenes "que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven egoísmo y corrupción" a no dejar que la esperanza se apague porque "el hombre puede cambiar". Ésa es la tarea que la sociedad argentina debe llevar adelante dentro de su seno: cambiar para erradicar la corrupción con la mirada puesta en su futuro.