El mundo asiste a una sorprendente liberalización del comercio. Dos procesos que ya estaban en curso se aceleran: la integración de grandes áreas de intercambio y la migración del eje central de la globalización hacia el Pacífico.
Hace 15 días, Colombia, México, Perú y Chile profundizaron en una reunión en Cali la Alianza del Pacífico, comprometiéndose a eximir de aranceles el 90% de sus productos. México, Perú y Chile unificaron sus bolsas de valores.
Al mismo tiempo, en Lima, los ministros de Comercio de Estados Unidos, Canadá, México, Perú y Chile avanzaron con los de Australia, Brunei, Nueva Zelanda, Malasia, Singapur y Vietnam en la constitución de la Asociación Transpacífica, conocida como TPP (Trans Pacific Partnership). En mayo, Japón fue invitado a integrarse a esta liga, que estaría funcionando a comienzos de 2014.
Según muchos analistas, la creación de esta sociedad es una respuesta de Washington a la expansión de China en América. Por eso sorprendió que el ministro de Comercio chino, Gao Hucheng, dijera que su país estudia los pros y contras de adherir al TPP una vez que lo haga Japón. Lo hizo poco antes de que el presidente Xi Jinping llegara a California para reunirse con Barack Obama durante 48 horas, el viernes pasado.
La otra gran novedad está por ocurrir. Estados Unidos y la Unión Europea avanzarán en un acuerdo de libre comercio durante la reunión del G-8, en Irlanda, el próximo 17.
Actores de distinto porte están tomando decisiones ante estos cambios. Obama, por ejemplo, nominó a Michael Froman como representante de Comercio. Froman es, desde los tiempos de Harvard, uno de los amigos más cercanos del presidente de los Estados Unidos.
El secretario de la Comunidad Iberoamericana, Enrique Iglesias, convocó para la semana que viene, en Santander, a los principales especialistas de comercio de América latina a fin de que analicen las consecuencias de estos acuerdos a ambos lados del Atlántico. Entre los invitados de Iglesias está Roberto Azevedo, el brasileño que acaba de ser elegido director general de la OMC.
¿Qué significa para la Argentina esta remodelación del mapa económico? En principio, la desmentida de un prejuicio central de Cristina Kirchner: que el ciclo de turbulencia que experimenta el capitalismo desde el año 2008 abriría paso a una etapa de proteccionismo mercadointernista. No sólo no se verificó esa profecía, sino que prevalece la tendencia hacia una mayor apertura.
La otra hipótesis argentina que entra en crisis es la postulación de "Sudamérica" como un concepto internacional predominante sobre el de "América latina". Esta clasificación, que supone el aislamiento de México por su incorporación al Nafta, es la premisa a partir de la cual Brasil ejerce un liderazgo regional. Ahora, a través de la Alianza del Pacífico, México vuelve, y la Unasur se desdibuja.
Hay un criterio más que comienza a ser desafiado por el nuevo orden comercial: la conveniencia de haber sepultado el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). La Presidenta solicita a menudo un reconocimiento por esa decisión. Pero el tiempo está corroborando lo que Fernando Henrique Cardoso predijo en A arte da política , y su lúcido canciller Luiz Felipe Lampreia en O Brasil e os ventos do mundo : la negativa a negociar el ALCA llevaría a los Estados Unidos a suscribir acuerdos bilaterales con la mayoría de los países de la región, consiguiendo para sus empresas ventajas de las que las brasileñas quedarían marginadas. José María Aznar se lo vaticinó a Lula da Silva en octubre de 2003, durante una conversación reservada, en Brasilia: "La caducidad del ALCA es una pésima noticia para todos, pero sobre todo para Brasil".
Estas ideas se están poniendo de nuevo en circulación en el establishment brasileño. Los expertos, los empresarios y la prensa observan que el país crece menos, sobre todo si se lo compara con Rusia, la India y China, los demás Bric. En 2012 su PBI aumentó 0,9%, mientras que el de los socios de la Alianza del Pacífico lo hizo 5%, 1,9 puntos más que el resto de América latina.
Si bien saneó su política fiscal y monetaria, Brasil padece un déficit de competitividad: según datos de la Confederación Nacional de la Industria, entre 2008 y 2011 perdió 5400 millones de dólares por ventas en la región, que ahora son realizadas por los Estados Unidos, la Unión Europea, China o México.
El jueves pasado, la agencia Standard & Poors bajó la calificación crediticia de Brasil de estable a negativa. El humor de los analistas de inversión cambió: "Los que ganaron en los últimos tres años lo hicieron vendiendo Brasil y comprando México", sintetizó un crudelísimo financista de Wall Street.
Los empresarios brasileños están inquietos por estas señales. Advierten que sus empresas pierden valor y consideran que lo recuperarían abriéndose al mercado internacional y no buscando la protección del gobierno. Un interesante cambio de conducta.
Para la Argentina estas inquietudes son decisivas porque, como ilustró Alejandro Rebossio ayer en LA NACION, en Brasil atribuyen las dificultades económicas, en primer lugar, al corset que supone el Mercosur. En los centros industriales aumenta la presión para que Dilma Rousseff se desembarace de las ataduras que la ligan a Cristina Kirchner. O Estado de S. Paulo anticipó que Rousseff recibirá un pliego de recomendaciones para negociar con la Alianza del Pacífico, y para reformular el Mercosur, eliminando el arancel externo común y permitiendo a cada socio la estrategia que considere más ventajosa.
El diario O Globo sintetizó estas demandas. El jueves pasado, en un editorial furibundo, pidió a Rousseff que libere al país del "costo Argentina". El texto http://oglobo.globo.com/opiniao/o-cada-vez-mais-elevado-custo-argentina-8603225 se pregunta: "No se sabe hasta cuándo Brasilia estará pasiva, en nombre de un proyecto ideológico de montaje de una barrera en América latina contra el «imperialismo yanqui», un delirio. Al final, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas lo intentaron, en la década del 50, y no dio resultado".
Lampreia se hizo una pregunta similar en O Estado: "¿Deberemos seguir presentándonos, sin muchas chances, en compañía de la Argentina y Venezuela en las mesas de negociación?".
Dilma quizás esboce una respuesta en octubre, cuando sea recibida por Obama en visita de Estado. Obama acaba de designar embajadora en Brasilia a una destacada especialista en América latina, Liliana Ayalde, quien lleva consigo a Alexis Ludwig, que hasta el viernes se desempeñó en Buenos Aires.
Rousseff produce incertidumbre. El empresariado le pide apostar al largo plazo, sumando a Brasil a la ola integradora. Pero los hombres de negocios sospechan que su presidenta puede estar impresionada por Cristina Kirchner y sus resultados políticos. Dilma subió aranceles, estableció subsidios energéticos e intervino en la vida empresarial, sobre todo a través de los fondos estatales de pensión, con la mirada puesta en los comicios del año próximo.
Sin embargo, hace un par de meses, la presidenta brasileña urgió a José Durão Barroso a reanudar las tratativas Mercosur-Unión Europea. El presidente del Consejo de Europa le hizo notar que el problema era la Argentina. "De eso me encargo yo", contestó ella, autosuficiente. No le fue nada bien: en la última reunión con la señora de Kirchner las sugerencias brasileñas chocaron contra un muro. ¿Conseguirán una respuesta más alentadora los encargados del Mercosur y de la Argentina en la Unión Europea, que llegarán a Buenos Aires esta semana?
El kirchnerismo aborda la reconfiguración internacional con Guillermo Moreno bloqueando importaciones y Ricardo Echegaray montando un cepo. Amado Boudou, Diego Bossio y Axel Kicillof concurren a la TV del Estado para elogiar a la Presidenta por "proteger el trabajo de los argentinos". Los frutos de esa orientación son amargos: mayor dependencia del precio de las commodities , un superávit comercial cada día mas riesgoso y caída en las reservas. En otras palabras: una economía menos competitiva que destruye empleo.
Algunas medidas adicionales terminarán de convencer a Brasil de que, así planteado, el Mercosur es una condena. A las dificultades que determinaron la retirada de Vale -una inversión de más de 6000 millones de dólares-, se sumó la estatización del Tren de la Costa, operado por la brasileña ALL, y las diatribas de Martín Buzzi, el gobernador de Chubut, contra Petrobras: "La verdad es que nunca hizo mucho y ahora va a hacer menos". Buzzi es un amigo de Cristóbal López, el empresario kirchnerista a quien Petrobras se negó a vender sus activos argentinos.
Los cambios que registra el comercio a escala global, amenazando la principal asociación del país, encuentran al Gobierno enfrascado en inexplicables negociaciones con Irán. Es llamativo. Pero más asombroso todavía es que tampoco la oposición política y los líderes empresariales impulsan un debate sobre el sentido de esas mutaciones. Toda una dirigencia anestesiada frente al ruido de la historia.