Por Miguel Bein y Marina Dal Poggetto

El hermético cierre del mercado cambiario dista de ser una estrategia sostenible de crecimiento, básicamente porque el intento de suturar la fuga de capitales no alcanza para estabilizar las reservas, que acumulan una caída de 17% desde que arrancaron los controles. La mayor oferta de dólares derivada del salto en la cosecha se sigue escapando vía una disparada en el consumo de importados, y cada nuevo intento de sutura genera un nuevo salto en la brecha cambiaria, que a esta altura tomó ritmo propio y alcanza al 85% de la cotización oficial.

Sin embargo, el ritmo de salida de divisas no alcanza para obligar en lo inmediato un cambio en la estrategia del BCRA. La inconsistencia plasmada en la brecha tiene costos evidentes en términos de precios relativos y decisiones de inversión, pero no gatilla, per se, un cambio en la estrategia cambiaria. Dicho de otro modo, prohibida la fuga de capitales, es el propio BCRA el que define el ritmo de la devaluación "oficial" del peso. Esto explica que los rumores de desdoblamiento y/o devaluación brusca sigan sin ser convalidados.

Es esta estrategia la que viene sosteniendo el Gobierno de cara a las elecciones, mientras intenta encontrar cajas alternativas que le permitan recomponer la oferta de dólares para hacerla durar más en el tiempo, casi sin usar la tasa de interés para incentivar el ahorro en pesos. Más allá de lo nocivo que resulta un nuevo blanqueo en términos de incentivos de largo plazo, y de los problemas que pueda generar en el marco de los acuerdos internacionales para combatir el lavado de dinero, el esquema anunciado va directamente en este sentido. Pero a diferencia de medidas anteriores, ésta va por ofrecer una zanahoria a los tenedores de dólares "negros", que funcionaría alargando la estrategia mencionada.

De las dos medidas anunciadas, la creación del Bono Argentino de Ahorro para el Desarrollo (Baade) y la del Certificado de Depósito para Inversión (Cedin), la primera apunta directamente a recomponer las reservas vía la emisión de un bono en dólares con una tasa del 4% anual, mientras que la segunda busca darle algún aire al alicaído mercado inmobiliario.

En lo que hace a la brecha en sí, el anuncio del blanqueo no tiene efectos de corto plazo, más allá del impacto que pueda tener en adelante sobre la oferta de dólares marginales la cotización de los instrumentos a ser emitidos contra pesos y contra dólares en el mercado secundario.

La magnitud del blanqueo es muy difícil de pronosticar en este contexto de incertidumbre. A diferencia del de 2009, cuando el objetivo era fiscal, podían blanquearse dólares, pero también pesos y no era obligatorio repatriarlos ni invertirlos, esta vez el objetivo es básicamente equilibrar las reservas. Adicionalmente, esta vez los bonos y certificados emitidos son al portador y endosables, lo que acota en el margen algunas de las incertidumbres que se plantearon en el anterior, cuando se "exteriorizaron" cerca de US$ 4000 millones.

La incertidumbre sobre el devenir de la economía hoy no es muy distinta de la de entonces; a principios de 2009 el mercado llegó a pronosticar un default de la deuda pública con rendimientos que superaban el 45%. Algo que se fue diluyendo a medida que quedó demostrado que la combinación de medidas que aislaron a la Argentina del crédito (Indec, estatización de las AFJP, uso intensivo del balance del BCRA, etcétera) tuvieron como contracara una situación particular, donde la cancelación de vencimientos de la deuda con recursos propios y el consecuente "desendeudamiento con el mercado" permitía alejar el fantasma del default.

Hoy esto último ya fue internalizado por el mercado, pero el uso creciente del financiamiento del BCRA en un contexto donde la estrategia de desendeudamiento se perpetuó aún después de que se acabaran las "reservas excedentes" permite -hay que ver con qué éxito- esta forma particular de abrir el crédito.