La 11ª edición del congreso Mundo Soja Maíz que se lleva a cabo en el Complejo Costa Salguero de Buenos Aires, con más de 1100 asistentes y 25 oradores, comenzó esta mañana con las palabras de Emilio Satorre (FAUBA-AACREA), a cargo del módulo Ecofisiología y Genética de maíz y soja: stress de los cultivos y el clima. Nuevos caminos para su manejo.

Según el investigador, los sistemas de producción de grandes regiones del país han experimentado significativas transformaciones en los últimos 20 años. “Hemos pasado de 15 millones de hectáreas sembradas a 30 millones en la actualidad. También se dio un aumento de la productividad acorde a la expansión de la superficie, y se introdujeron nuevas tecnologías, nuevos cultivos y diferentes manejos de las rotaciones”, explicó.

Estos cambios se fueron configurando a partir de diversas señales: económicas, nuevas tecnologías, de gestión de los procesos de producción, de manejo y uso de la tierra, con la aparición de nuevos actores en escena.

“El clima fue y seguirá siendo un factor de cambio en los procesos de producción”, precisó Satorre y apuntó que cuanto más se intensifican los sistemas de producción, mejor es el balance de carbono. Sin embargo, en algunas regiones el profundo cambio de los sistemas productivos conlleva procesos de deterioro y una mayor variabilidad en los resultados productivos. Por todo esto, “el apoyo en el conocimiento científico y técnico ha sido y seguirá siendo, más aún ante escenarios que seguirán siendo cambiantes”, advirtió Satorre.

En la misma línea, Federico Bert (FAUBA-AACREA-Agroconsultas online) se refirió a cómo se puede usar la información climática disponible para planificar las campañas. La primera pregunta a responder es qué rinde se puede esperar de un cultivo en determinado ambiente. En esta tarea es conveniente intentar responder lo más acertadamente posible qué porcentaje de la variabilidad del rinde explica el clima.

“Según un estudio estadístico que realizamos, este porcentaje significa un riesgo aproximado del 20 al 35%, en el caso de la soja. Pero no es el único factor que incide en la variabilidad y riesgo, sino que hay otros que actúan en conjunto”, indicó Bert.

Predecir rindes, diseñar estrategias

Bert mencionó tres patas para achicar el margen de riesgo. La primera es conocer la climatología de la región productiva, estableciendo el rango de variabilidad a partir de la información que brindan las series históricas, como herramienta para poner en perspectiva lo que ocurrió en las campañas anteriores.

La segunda pata es conocer con precisión las condiciones climáticas de los últimos meses. “Poder diagnosticar qué reserva de agua tengo en el suelo puede explicar alrededor de un 35% de la variabilidad”, señaló Bert. Pero aclaró que “partir de un suelo con poca agua expone al cultivo a una mayor variabilidad de rendimiento, pero arrancar con una buena reserva tampoco explica todo el rendimiento”.

La tercera pata son los pronósticos, que permiten conocer las fases de los procesos climáticos, como el fenómeno del Niño, pudiendo anticipar qué se puede esperar en cada fase de este proceso.
“Tenemos que apostar a manejos adaptativos de acuerdo a las diferentes fases del Niño, pero no diseñar sistemas productivos pensando sólo en los fenómenos Niño o Niña”, recomendó el experto.
Como conclusión, Bert sostuvo que “el clima es un componente muy importante en la definición del rinde, pero hay otros conocibles y/o manejables, que se pueden ajustar para minimizar el riesgo”.

A su turno, José Luis Rotundo (FCA-UNR) se refirió a las bases fisiológicas y el manejo del stress en soja. Para él, el punto de partida es diseñar estrategias para enfrentar en cada ambiente la condición limitante. En el caso del stress hídrico, la primera opción es el escape a la sequía, implementando estrategias que ayuden a mantener un estado hídrico elevado, por ejemplo, con rotaciones que reduzcan la evapotranspiración. Otra estrategia es hacer un uso conservativo del agua, mediante manejo del espaciamiento o elección del genotipo; y como tercer alternativa, desarrollando mecanismos de tolerancia en el cultivo.

A continuación, María Elena Otegui, (FAUBA), disertó sobre el manejo del estrés abiótico en maíz, la principal causa de mermas en el rendimiento de los cultivos en todo el mundo.
“Lo que nos preocupa es la producción de biomasa y, en consecuencia, debemos ocuparnos de aquellos factores que la estén limitando”, señaló, para luego analizar las tres restricciones abióticas que afectan al volumen de biomasa.

“Mientras que el déficit hídrico puede causar la pérdida total del cultivo si se produce cuando se define el número de granos, la falta de nitrógeno puede llevarse toneladas de biomasa, pues resulta indispensable para la expansión del cultivo y el proceso de fotosíntesis”, explicó.

El tercer factor de estrés abiótico analizado por Otegui fueron las temperaturas. “Un golpe de calor puede explicar entre un 20 y un 40% de merma en los rindes”, reveló.
Seguidamente, la especialista expuso las estrategias para el manejo del cultivo ante situaciones de estrés abiótico. “En primer lugar, se debe definir a qué mega-ambiente estamos dirigiendo nuestra estrategia.

En la Argentina contamos con dos, los climas monzónicos que se presentan en Córdoba, el noroeste y el noreste, y los hisohigros, característicos de la región pampeana”, explicó.
Para los climas monzónicos, la estrategia que sugirió Otegui consiste en “adecuar el ciclo a la estación lluviosa”. Mientras que para los hisohigros “debe evitarse la coincidencia del déficit hídrico con el periodo crítico del cultivo”, advirtió.

Por otro lado, según la especialista, si bien el uso de fertilizantes ha mejorado en los últimos años, los números siguen por debajo de lo que sería recomendable. “Existe un número mágico para el nitrógeno que es de 22 kilos por tonelada, cifra que hay que vigilar bien de cerca, especialmente en los años buenos, para maximizar los rindes”, subrayó.

A su vez recomendó utilizar densidades más altas del cultivo si los recursos disponibles son mayores, pero reducir la densidad si se da la situación contraria.

En cuanto a las mejoras genéticas para la resistencia al estrés, la experta señaló que hasta el momento han resultado exitosas: “Cuando creíamos que habíamos agotado la capacidad de mejorar el rendimiento del cultivo, aparecieron las versiones transgénicas y las ganancias se sostuvieron, no por una mejora de rendimiento potencial, sino por su mayor resistencia al estrés”.


Emilio Satorre (FAUBA-AACREA)


José Luis Rotundo (FCA-UNR)


María Elena Otegui, (FAUBA)


Federico Bert (FAUBA-AACREA-Agroconsultas online)