Esto significa que la presidenta Cristina Fernández ya no seduce como antes, y que necesita cada vez más instrumentos de control para disciplinar a los argentinos que empiezan a desconfiar del bienestar económico y los datos que difunden los organismos oficiales.

Parece una afirmación retórica o abstracta, pero todos los días surgen nuevas evidencias de esa hipótesis. La última medida policial implica que desde mañana, cualquier argentino que quiera viajar al exterior a través de una agencia de viajes y obtener dólares para hacerlo, debe cumplir una serie de requisitos y, al final, esperar el veredicto del Gran Hermano de la AFIP o la Secretaría de Comercio Interior de Moreno.

El mecanismo es parecido al que el Gobierno impuso para autorizar la compra de dólares al precio oficial: no hay una norma escrita; no existe un criterio para todos. Es decir: a los ciudadanos solo les queda rezar para que los guardianes del modelo les otorguen la gracia de hacer con su dinero lo que mejor les parezca.

Y como si esto fuera poco, los voceros del modelo, igual que hacían los jerarcas de la última dictadura militar, manipulan los hechos y le cambian de nombre a las cosas. De esta manera, el senador nacional Aníbal Fernández sostiene, sin ponerse colorado, que nadie está impedido de comprar dólares si demuestra que lo está haciendo de manera lícita. Y Beatriz Paglieri, mano derecha de Moreno, le enmienda la plana al periodista militante Eduardo Anguita y le exige que no hable de fuga de dólares porque, de esa manera, le está haciendo daño al país.

Descuento que no es necesario demostrar aquí que casi nadie puede comprar dólares al precio oficial y que la fuga de capitales que se viene registrando desde 2007 hasta ahora, incluidas las dos últimas semanas, es un hecho incontrastable. Pero lo que más me preocupa es que la dosis de mentira, autoritarismo y prepotencia oficial es cada vez más alta, y necesita todos los días de mayor coerción para que la realidad no termine quitándole a la Presidenta el apoyo popular con el que ganó las últimas elecciones.

Es cierto que el mercado de cambios donde se negocia el dólar blue es demasiado pequeño y todavía su precio no se está usando como referencia en la mayoría de las áreas de la economía. Pero también es verdad que el dato se haber superado los seis pesos debería ser interpretado, también, como una señal de que una parte de los argentinos no creen en la palabra de la jefa de Estado.
Y quien haya escuchado y visto a Cristina Fernández durante su último discurso, el viernes pasado, en Bariloche, se habrá preguntado, de manera legítima, la haya votado o no, si no resulta por lo menos inquietante la mezcolanza de ingredientes que hizo para defender su gestión. Desde la anécdota de un amigo de la familia que años atrás compró dólares a $ 4,80 porque temía que se fuera a 10 pesos hasta el embrollo en el que terminó mezclando el 25 de mayo de 1810 con las luchas libertarias de los habitantes de Angola.

El uso de la autorreferencia y de las anécdotas personales son un buen instrumento para mantener la atención frente a un auditorio dispuesto a aplaudir casi cualquier intervención, pero cuando se abusa del recurso puede colocar orador al borde del ridículo. Defender la gestión es legítimo y hasta necesario, pero comparar a cada una de las decisiones que se tomaron desde 2003 con la Revolución de Mayo parece, por lo menos, tirado de los pelos.

Pensé por un momento que el impulso de mezclarlo todo había sido una decisión personal de la jefa de Estado, pero al otro día, en el entretiempo de Rosario Central versus Ríver me di cuenta de que había sido planeado y premeditado por los jefes de marketing político del gobierno, quienes relacionaron la gesta de Mayo con la expropiación de YPF, la nacionalización de Aerolíneas Argentinas, la activación de los juicios por delitos de lesa humanidad y otra seria de iniciativas que Ella había mencionado en su discurso como al pasar.

Cuando escucho los argumentos de uno y otro lado para explicar la disparada del dólar paralelo no puedo dejar de recordar que todo comenzó a fines de 2007, cuando el Gobierno decidió mentir sobre el aumento del costo de vida, intervenir el Indec y montar una enorme simulación que cada vez necesita de más correctivos para sostenerse en el tiempo. ¿Cuál será la próxima medida, si la demanda de dólares y la inflación siguen creciendo como lo vienen haciendo durante las últimas semanas? ¿A qué herramienta recurrirá la administración, si la desaceleración económica se transforma en recesión y el mal humor de los argentinos empieza a crecer, como le sucedió a Carlos Menem durante su último mandato?

En las palabras de la propia Presidenta se pueden encontrar algunas pistas. Ella sugirió que si durante la semana de Mayo hubiera estado husmeando un periodista de investigación como los que existen ahora en la Argentina seguramente habría divulgado datos que habrían hecho fracasar la revolución. Además del anacronismo y de extrapolación continua y antojadiza de los hechos históricos, es evidente que Ella prefiere, como los líderes autoritarios y poco apegados a las formas democráticas, un mundo sin periodistas críticos. Un grupo de militantes que la siga aplaudiendo y no la obligue a declarar contra sí misma.