Su madre fue secuestrada y desaparecida, y Eduardo tuvo que rehacer completamente su vida, estudió Comunicación Social, abrió un hogar para niños desamparados y escribió, junto con Martín Caparrós, una obra maestra del periodismo narrativo: La Voluntad, tres tomos sobre la historia de la generación de los 70.

El kirchnerismo le robó el corazón: Anguita se convirtió en periodista militante y escribió con vehemencia a favor del Gobierno. No he dejado de leerlo nunca. Y a pesar de que se encuentra en las antípodas de mi concepción profesional (creo en el periodismo independiente) y también de mi visión ideológica (soy un ex peronista y un eterno socialdemócrata sin partido), no le he perdido el respeto ni el afecto. Ni aun cuando escribió febrilmente a favor de la ley de medios, legislación valiosa que sin embargo fue dictada con el secreto y vil propósito de amordazar a las voces disidentes.

Hace pocos días Anguita protagonizó, en su programa de Radio Nacional, un momento histórico. Sacó al aire a la mano derecha de Guillermo Moreno e intentó formularle la pregunta que cualquier ciudadano de a pie quisiera hacerle: a qué se debe esta fuga de dólares. "¡No hay fuga de dólares! -lo cruzó Beatriz Paglieri-. ¡Es un error transmitir eso, yo no puedo permitir que lo haga!" Desde el más elemental sentido común, Anguita le dijo: "Pero hay fuga de dólares, Beatriz, cómo que no". La secretaria de Comercio Exterior le respondió: "Anguita, estás hablando desde el desconocimiento". Entonces Eduardo le pidió que no lo desautorizara y le recordó que era veterano en este oficio y que hablaba con datos producidos por expertos que no son enemigos del Gobierno. Paglieri clausuró la tensa entrevista ordenándole que no "transmita información que le hace daño al país".

El sorpresivo choque entre un periodista que abraza la fe kirchnerista y una funcionaria que intenta correrlo a escobazos parece un involuntaria comedia de enredos. Y muestra el estado extremo de negación patológica, de aislamiento de la realidad y de maquillaje perpetuo de las cifras que se vive en la cima del poder. Paglieri es una de las responsables de la destrucción del Indec, hito que quedará como una gran mancha negra en los libros de historia. Se fueron del sistema 83.500 millones de dólares en los últimos años. Y desde que pusieron este cepo cambiario, salieron de los bancos 3500 millones de dólares más. Al Gobierno le molesta que estos datos se den a conocer. Y es capaz incluso de amonestar en público a su propia tropa para tapar la verdad.

Porque la respuesta de la secretaria no fue un accidente. Algunos días después, en el hotel Four Seasons, durante una jornada que organizaba la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios y ante los siempre obsequiosos empresarios argentinos, retó a los periodistas que sacaban el tema del momento: el dólar. Les dijo: "No creo que sea una pregunta que ayude al ánimo de construir y tener un equilibrio en el comercio".

Está claro. Un país necio, enajenado y dividido no necesita preguntas. Porque ya tiene todas las respuestas. En ese contexto retrógrado, hacer una movida pública para reivindicar la necesidad de preguntar está en las antípodas de lo banal: es decididamente un acto subversivo. El movimiento nacional y popular, y en la vereda de enfrente, la indignada república antikirchnerista, no tienen capacidad ni siquiera para interrogarse a sí mismos, mucho menos para ejercer la duda. Son pensamientos blindados, máquinas descalificadoras. Admito, sin embargo, que no se las puede igualar porque quien detenta el aparato del Estado tiene siempre mayores responsabilidades sobre la degradación de las cosas.

Algunos intelectuales criticaron la movida de varios colegas que intentamos impulsar las conferencias de prensa y ejercer el simple derecho a preguntar. Puede ser que los periodistas a veces no tengamos las preguntas adecuadas, pero no cabe duda de que ese ejercicio es primordial para que la democracia funcione de manera plena: los políticos argentinos, cuando llegan al poder, hablan desde la impunidad del circuito cerrado.

Es evidente que el Gobierno tiene pánico a las preguntas. Esa emoción violenta se vio en el rostro atribulado de Héctor Timerman cuando Lanata se le acercó durante la gira por Angola. Timerman es mucho más leído, sensible y sofisticado que Moreno, y descuento que sabe en sus fueros íntimos las implicancias de abrazarse con un régimen autocrático acusado de violar los derechos humanos, pero tuvo que plegarse a los desvaríos de Moreno y poner la cara por él cuando las papas quemaban. Es decir, cuando un periodista se atrevía a hacer las preguntas de rigor. Esa gira, que parece surgir del realismo delirante de Soriano y de las páginas bizarras de A sus plantas rendido un león, también quedará en la historia gracias a que fue mostrada ampliamente por la televisión.

Confieso que siempre me pareció una perogrullada la famosa frase de Luis Clur: "Cuando se enciende una cámara, se apaga el autoritarismo". Hoy veo que no le faltaba razón, y que preguntar es el verbo sanador cuando las respuestas han sido secuestradas por los fanáticos y los mediocres.