Que nadie se ofenda. El título parafrasea a James Carville, estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, aludiendo a una obviedad que terminaría mellando la aparentemente imbatible popularidad de George Bush (p), al punto de ser derrotado en las elecciones.
Algo análogo sucede en el mercado de cambios. Pueden inventarse las más variadas alquimias financieras, vestidas bajo sofisticados esquemas de tipos de cambio múltiples, o con disfraces más rudimentarios como escuadrones caninos olfateando maletines en la City, que sólo aportarán efectos transitorios si no se enfrentan las verdaderas causas del atraso cambiario: una inflación local que sube "por el ascensor" y un dólar que va "por la escalera". Así se está erosionando la competitividad de nuestros productos e induciendo a la dolarización preventiva del ahorrista medio argentino, que intuye perfectamente que, en materia de inversiones financieras, el futuro inmediato suele ser la inversa del pasado reciente.
No obstante, el problema no sería tanto de nivel del tipo de cambio (el "atraso" no sería tan grave, aunque está pasando "de incipiente a agudo"), como de la inquietud que genera la reacción de una política económica que combina falencias de diagnóstico (desconocimiento del problema), falta de voluntad política para asumir los costos asociados a un programa antiinflacionario (llamando "ajuste" lo que en otros países se llama "responsabilidad fiscal") e impericia en la implementación de controles represivos de la demanda de moneda extranjera (para ahorrar, para importar y ahora también para viajar).
No parece haber una opción "gratuita". Profundizar los controles tiene rendimientos decrecientes, obligando a multiplicar el alcance y la frecuencia de las restricciones para atender los "daños colaterales" de la medida anterior. La presunta "autarquía de divisas", al estilo venezolano, obligaría a medidas más agresivas en el caso argentino, ya que la oferta de divisas no es generada casi en su totalidad por una empresa pública, como en el país caribeño.
No hacer nada no parece una opción, como lo refleja la voluntad de los ahorristas en el mercado cambiario informal, que podría repercutir en variables más delicadas, como los depósitos en dólares. Una receta más tradicional, "sacrificar" reservas para tranquilizar el mercado, no parece estar en el menú. Opciones intermedias, que oscilen entre "aperturas parciales" del cepo cambiario y pequeños deslizamientos de la paridad, aportarían oxígeno útil para la supervivencia, pero balsámico sin una terapia contra la inflación.
Así como el sol matutino puede taparse con las manos, el atraso cambiario puede disimularse con la ayuda de filtros naturales (soja, real brasileño) y artificiales (cepo cambiario, restricciones para importar). Pero una vez que se corran los velos, el riesgo de insolación será implacable sin un programa antiinflacionario.