La inclusión automática de las noticias de pensamiento único de la agencia Télam para todas las netbooks que entrega el Estado; el multimillonario financiamiento a los medios gráficos, radiales televisivos y para la web considerados amigos junto a la propaganda oficial del Fútbol para todos; la convocatoria de La Cámpora a los niños de escuelas primarias de la provincia de Buenos Aires para realizar acción social y los créditos a los unitarios de ficción contra Papel Prensa producidos por las esposas de Julio De Vido y Guillermo Moreno constituyen solo algunas de las iniciativas más visibles y desembozadas.
Sin embargo, no son las únicas ni las más gravitantes. El día en que algún investigador se encargue de sistematizar, por ejemplo, el índice de discrecionalidad que contienen los planes sociales de trabajo, vivienda, para desocupados y también el subsidio destinado al llamado Plan de Asignación Universal por Hijo (AUH) el estupor que producirá entre quienes todavía mantienen intacta la capacidad de pensar y disentir será enorme.
Lo mismo pasará cuando algún otro periodista preocupado se dedique a denunciar, caso por caso, el favoritismo del Estado hacia los empresarios dóciles y lo compare con la persecución de la Secretaría de Comercio, la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), la Unidad de Información Financiera, el Banco Central y una decena más de entes reguladores contra quienes son señalados como enemigos del modelo.
Sin embargo, la aplastante fortaleza de la maquinaria terminará por transformarse en su mayor debilidad, igual que los innumerables negocios de Hugo Moyano lo empezaron a convertir, casi, en el enemigo público número uno. Por lo pronto, la sistemática denuncia K de que existen medios concentrados, hegemónicos y destituyentes capaces de voltear a gobiernos justos y democráticos se empezó a revelar como falsa e interesada la misma noche del domingo 14 de agosto pasado, cuando Cristina Fernández de Kirchner se impuso con más del 50 por ciento de los votos y con la mayor diferencia sobre el segundo que jamás se haya obtenido desde 1983. ¿Es creíble que digan ahora, en un giro discursivo tan berreta, que lo que ganó a las decenas de tapas negativas de Clarín fueron tan solo las políticas del gobierno nacional y popular y la fortaleza anímica de la Presidenta? ¿No queda más o menos claro, entonces, que la Ley de Medios destinada a desconcentrar y democratizar la información era un claro intento de destruir a Clarín y otros multimedios críticos para reemplazarlos por un multimedios kirchnerista, financiado por el Estado, como el que ahora opera en todo el país?
El crecimiento de la maquinaria de poder absoluto K pone en duda, la teoría de que el Grupo Clarín fue, e intenta seguir siendo, el grandote más malo del barrio. Porque ahora mismo, la cantidad de dinero que le destina el gobierno, de manera caprichosa y casi delictiva, en publicidad oficial y otros negocios a la enorme corporación mediática oficial es varias veces superior a la que reciben los medios críticos o no alineados. Y con un aditamento que hace a esta nueva corporación más poderosa y también más peligrosa: un discurso único, gritón, de eslóganes y consignas infantiles y sin sustento; sin demasiada elaboración pero de impacto profundo, mezclado entre iniciativas positivas como la Feria de Tecnópolis y la revalorización de la Ciencia y la Tecnología de la mano de un ministro muy capaz y comprometido con la gestión.
Avanza la maquinaria K de poder absoluto pero mientras más crece más riesgo corre de empezar a desmoronarse. Porque no lo hace desde el respeto por el disenso ni las opiniones críticas, sino desde la soberbia, la prepotencia y el insulto y la descalificación hacia los que cuestionan algunas de sus acciones, como el apoyo sin control ni auditoría al proyecto Sueños Compartidos, cuyos detalles escandalosos acaba de revelar Sergio Schoklender el ex apoderado de la Fundación Madres de Plaza de Mayo.
Ganar por paliza hace al gobierno más poderoso, pero no lo transforma en el dueño absoluto de toda la verdad. Las tentaciones hegemónicas encuentran su límite en la opinión pública, que, como se acaba de confirmar, pueden comprar y leer Clarín, La Nación y El Cronista y también votar a Cristina Fernández sin ningún inconveniente.
Pasar de ser la Presidenta con más votos y apoyo popular a transformarse en La nueva Dueña es algo cuyas consecuencias la Jefa de Estado debería empezar a analizar por fuera del pequeño círculo de aplaudidores. No es suficiente con solo dar buenas noticias y permanecer alejada de las operaciones sucias que protagonizan algunos de sus ministros o secretarios de Estado. Tarde o temprano, eso también saldrá a la luz. Y no habrá corporación mediática oficial y concentrada que pueda evitar el impacto.