Pese a que nadie tiene esa certeza de boca de la jefa del Estado, sus señales dirigidas hacia la consolidación de un perfil propio, la integración de su grupo de referencia dentro y fuera del Gobierno y los guiños hacia la nueva generación de militantes kirchneristas invitan a dejar de lado otras hipótesis. Al menos, mientras las encuestas no dejen de resultarle favorables a la primera mandataria.
Aun cuando haya en el oficialismo algún que otro operador que trabaje para la reunificación del peronismo, la predisposición de la Presidenta y del núcleo duro de Olivos a negociar con dirigentes del PJ disidente es hoy prácticamente nula. Incluso la posibilidad de una salida al estilo Lula, mediante la designación de un delfín que pueda suceder a Cristina Kirchner en diciembre de 2011, no parece contar con adeptos en el círculo que rodea a la jefa del Estado.
¿Podría confiar la Presidenta en Daniel Scioli, cuando nunca lo ha hecho? ¿Podrían ella o alguno de sus hombres de más estrecha confianza sentarse a negociar con Eduardo Duhalde, luego de haberlo denostado al punto de compararlo con el personaje central de la película El p adrino? ¿Podrían discutir con dirigentes del peronismo no kirchnerista el legado de Néstor Kirchner en vez de transferirlo a la nueva generación de militantes K, a la que tanto alabó la Presidenta tras la muerte de su esposo? ¿Podría Cristina Kirchner abandonar el rol de heredera política de un movimiento que, a juicio de ella y de su grupo de referencia, trasciende y supera al peronismo?
La respuesta que brindan a esos interrogantes quienes siguen a los integrantes de la mesa chica del poder -Carlos Zannini, Héctor Icazuriaga, Máximo Kirchner y, ocasionalmente, Julio De Vido- arroja más convicciones que dudas. La subsistencia del kirchnerismo -y la suya propia- está atada a la candidatura de Cristina Kirchner a un nuevo período presidencial.
El proceso de virtual beatificación de Néstor Kirchner es otro de los mejores indicadores de que el operativo para la rutinización del kirchnerismo y la lógica reelección de su heredera están en marcha.
Que en más de una ocasión, incluido su último mensaje de 2010 por cadena nacional, la Presidenta no recuerde a su esposo por su nombre, sino como "El", dice mucho acerca de la intención de convertir al ex jefe del Estado en un mito nacional. También lo hacen dos notas firmadas por directivos de la agencia de noticias oficial Télam, que, en oportunidad de la última celebración navideña, compararon a Néstor Kirchner con Jesús.
La idea de que el ex presidente, con su sacrificio, multiplicó sus seguidores y también los votos de Cristina ayuda a alimentar el mito.
Por cierto, esa idea tiene alguna base empírica de sustentación. La imagen positiva de la Presidenta rondaba el 23 por ciento a fines de 2009 en el orden nacional, de acuerdo con consultoras que no trabajan para el gobierno nacional. A principios de marzo de 2010, ese guarismo saltó al 28 por ciento y, tras los festejos del Bicentenario, ascendió a más del 35 por ciento. La muerte de Néstor Kirchner provocó el milagro de que la imagen de la jefa del Estado se ubicara en niveles cercanos a aquellos con los que llegó a la Casa Rosada en diciembre de 2007: 55 por ciento.
Sin embargo, el fuerte crecimiento comenzó a derrumbarse a partir de la segunda semana de diciembre pasado, junto con la sucesión de hechos de violencia social iniciados con la toma del parque Indoamericano, en Villa Soldati, y con la furia que se desató en vísperas de Navidad en la estación Constitución.
Los cortes de luz en vastas zonas del área metropolitana; el hecho insólito de que numerosos hogares pasaron la Navidad sin energía eléctrica, y, finalmente, la falta de dinero en efectivo en entidades bancarias y los problemas para cargar combustible, que impactaron en buena parte del país, contribuyeron a la caída de la imagen de la Presidenta y de su gestión. No obstante, el saldo de 2010 es, en términos de opinión pública, favorable para la primera mandataria, si se tiene en cuenta lo mal que había comenzado el año.
La desorientación de buena parte de la oposición, y especialmente del Peronismo Federal, de cara al próximo proceso electoral, es una poderosa razón de la recuperación del oficialismo.
El jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, se muestra más permeable a una candidatura presidencial que a su reelección en la ciudad de Buenos Aires. Pero aún duda. Lo que sí dice desechar, al menos por ahora, es una doble candidatura; esto es, ganar en la ciudad para luchar meses después por la Presidencia.
Si no fuera postulante presidencial y buscara un nuevo mandato en la ciudad, a Macri le convendría anticipar los comicios porteños para convertirse, en caso de vencer, en un importante elector de la oposición a nivel nacional. Si se postulara, en cambio, a la Presidencia, y las elecciones locales fueran anticipadas, correría el riesgo de que su delfín porteño perdiese y esto afectaría negativamente su postulación a la Casa Rosada.
Por alguna razón, el kirchnerismo ha elegido como punching ball al eje Macri-Eduardo Duhalde. Los estrategos del oficialismo deberían saber que esa actitud no hace más que potenciar a ambos dirigentes. Probablemente, sean la clase de candidatos con los que quieran medirse para favorecer una división del electorado que, en sus cálculos, uniría al supuesto voto progresista de centroizquierda en favor de Cristina Kirchner y en contra de quienes intentan mostrar como expresión de una "derecha reaccionaria".
No faltan quienes en el Peronismo Federal sueñan con una candidatura presidencial de Scioli. La convergencia entre el PJ disidente y el gobernador bonaerense sería casi automática si éste rompiera con el kirchnerismo. En cambio, la alternativa de que Scioli fuese finalmente el candidato presidencial del kirchnerismo no seduciría tanto al Peronismo Federal, aunque tal vez profundizaría sus divisiones. La más lejana hipótesis de que la figura de recambio fuera Carlos Reutemann operaría de igual manera en el peronismo disidente. Un Reutemann rupturista con el Gobierno uniría al peronismo no kirchnerista y forzaría a Macri a buscar su reelección en la ciudad de Buenos Aires.
El apoyo presidencial a la postulación del ministro de Economía, Amado Boudou, a la Jefatura de Gobierno porteña, a expensas de un Daniel Filmus con una imagen mucho más consolidada en la Capital Federal llamó poderosamente la atención. Una explicación posible es que, más que una carta ganadora para el kirchnerismo en la ciudad -Boudou definitivamente no parece serlo-, Cristina Kirchner buscaría congraciarse con Proyecto Sur, que lidera Fernando "Pino" Solanas, y que, por ahora, postula a Claudio Lozano a la alcaldía porteña.
La Presidenta ansiaría que Pino Solanas fuera candidato a jefe de gobierno porteño y no se presentara como postulante presidencial porque le restaría votos del llamado "progresismo" al oficialismo.
Pese a su estado de ánimo personal, que la condujo a no asistir a la asunción de Dilma Rousseff en Brasil, en la cabeza de Cristina Kirchner ya hay una urna. Las encuestas son parte de su preocupación. Tanto como el peligro de que los síntomas de una Argentina oculta tapen al país de las maravillas que ella se ocupó de describir en su mensaje de adiós a 2010.