No estamos ante las groserías de Aníbal Fernández o Guillermo Moreno, ni ante el dudoso humor de Amado Boudou. Estamos ante un texto ideológico serio, del grupo que mejor representa el ala izquierda del oficialismo, y que expresa con más sustento sus ideas y principios.
Reunir a un conjunto numeroso de intelectuales y hombres y mujeres de la cultura en torno de un proyecto político es, como se sabe, tarea difícil y poco frecuente. En la Argentina, la última vez que ocurrió algo parecido fue en 1983, alrededor de la candidatura presidencial de Raúl Alfonsín, si bien la tropa pensante se desbandó años más tarde. Lo que diferencia, entre otras cosas, a los intelectuales alfonsinistas de los de Carta Abierta es que éstos se organizaron desde el Gobierno, para defenderlo y prolongarlo, mientras que los de 1983 empezaron desde el llano, sin la seguridad de que irían a gobernar.
¿Es posible, ya que estamos en el tema, un encasillamiento de las principales corrientes político-intelectuales que hoy, por boca de sus simpatizantes, a través de los libros, los medios o la cátedra, tienen alguna influencia en la vida política y social del país?
Ya queda mencionada Carta Abierta, que siempre ha destacado el carácter colectivo de su funcionamiento, aunque sus voceros más asiduos hayan sido el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, y el filósofo Ricardo Forster. Podría decirse, de modo un poco esquemático, que la filiación ideológica dominante dentro de este numeroso y variado grupo es la del populismo neomarxista, encarnado con sus matices, aunque se trate de un matrimonio, por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.
Descartando las menos ejercidas opciones de extrema izquierda y extrema derecha, y poniendo entre paréntesis a los intelectuales que se proclaman rigurosamente independientes y ajenos a todo interés político (no son pocos), todavía nos quedan dos etiquetas razonablemente activas: los socialdemócratas (reformistas y defensores de las instituciones), entre los que se incluye el suscripto, sin dejar de reconocer que se trata de una categoría difusa que a menudo no excede lo políticamente correcto, y los liberales del progreso (bien alejados del neoliberalismo), tal como escuché autodefinirse, hace años, a un apreciado historiador y politólogo.
El nuevo documento de Carta Abierta, el octavo, recorre los temas políticos y sociales de actualidad, a partir de la muerte de Néstor Kirchner. Lo calificamos de voluntarista, sobre todo, por temas en que claramente confunde la realidad con sus deseos: la creación del mito popular del ex presidente como un mesías revolucionario; la adopción del indo- o latinoamericanismo como ubicación en el tablero mundial; la supuestamente actual y vigente movilización de las multitudes argentinas en busca de la transformación social ("Hay una singularidad propicia en la vida política argentina de estos días, que ha salido a la luz como una evidencia jubilosa?").
En primer lugar, desconcierta un poco la entusiasta aceptación del ex presidente desaparecido, por parte de estos universitarios de izquierda, que no vacilan en sentirse representados por él. Un millonario rentístico, un gran propietario inmobiliario y hotelero no tiene por qué arrepentirse de nada ni donar sus bienes, pero convengamos en que tampoco puede sentirse (no lo pretendió) émulo de Lenin, Rosa Luxemburgo o el Che Guevara. Se dirá que no era un líder revolucionario sino reformista, pero tampoco resiste la comparación con Michelle Bachelet o "Pepe" Mujica. Fue, antes que nada, un audaz y talentoso dirigente peronista, experto en cuestiones de poder, que creyó que "para hacer política se necesita plata", pero que, enriqueciéndose personalmente, entró en un terreno movedizo. ¿Quiénes eran, aun sin disponerlo él, sus representados, y quiénes podían serlo exclusivamente a través de una operación autoritaria?
Otra pasión de escasa credibilidad es la que escenifica a las multitudes, a la manera de Laclau, que además deberían estar dispuestas, a la luz de los acontecimientos de Villa Soldati y del supuesto brote racista y xenofóbico que sobrevino, a franquear la puerta iluminada del indoamericanismo, o, en todo caso, del latinoamericanismo. Es "la polifónica voz de las multitudes entrando a escena a anunciar su decisión de tomar en sus manos la vida política argentina".
Así como Carta Abierta plantea su cuadro épico y movilizador, en que uno ve a cientos de miles de personas, todas bajo una misma bandera, dispersas en decenas de actos en Buenos Aires y las provincias, y golpeando a las entradas de las respectivas casas de gobierno para producir cambios profundos y estructurales en el Estado, así yo tengo derecho a instalar mi propio escenario, bien diferente pero quizá tan fantasioso como el de ellos. No hay fundamento científico válido que respalde a ninguno de los dos.
En ese teatrito mágico que imagino, también se moverían multitudes, pero ahora silenciosas y formadas por individuos, mucha gente cansada de los piquetes sin sentido, de los cortes de calles, de las escuelas que se caen y los hospitales que apenas si funcionan gracias al sacrificio de sus médicos y enfermeras, por allí pasarían muchas personas que creen que la Argentina puede y merece estar en el mundo y no sólo en América latina, y que confían en las instituciones, aunque cada vez un poco menos, que, pese a todo, y sin golpearse el pecho, siguen y seguirán defendiendo la noble causa de los derechos humanos (de los que han sufrido ayer por causa de las dictaduras militares y de los que sufren hoy por la pobreza, que sigue irresuelta pese al crecimiento económico y los grandes discursos). Allí, en mi propio escenario, se pasearía la gente que quiere vivir, sencillamente, en un país normal, si es que tal cosa existe en alguna parte. Epica contra costumbrismo. Lucha heroica contra penas cotidianas.
Pero no hay nada que hacer: los kirchneristas de Carta Abierta no dan su brazo a torcer, sino que proclaman "la existencia rumorosa de vastos sectores que ya no sólo acompañan, sino que decidieron dar un paso adelante". No se explica con claridad cuáles son esos sectores ni cuál es el paso adelante en el caso de la toma de predios en el parque de Villa Soldati, donde el nivel de fundamentación no sobrepasa la propaganda oficial: se trata de dañar la figura del jefe de gobierno de la ciudad, más allá de los errores que cometió, con un diagnóstico poco menos que terminal (es evidente que el oficialismo prefiere a Macri como principal opositor en las presidenciales de 2011, y por eso polariza con él). Mientras tanto, los punteros kirchneristas que encabezaron las tomas desaparecen o son justificados a través de un confuso enfrentamiento de las jóvenes fuerzas "instituyentes" con las rémoras del detestado pasado neoliberal. Macri es el enemigo: padece de una "monolítica indiferencia ante el sufrimiento social que resulta de su ideología y de los intereses que defiende". Tampoco el documento aclara si los vastos sectores rumorosos pertenecen a alguno de los grupos enfrentados en Avellaneda, o a los rebeldes y vándalos de Constitución, o a los pueblos originarios duramente reprimidos en Formosa, gobernada por el kirchnerismo.
Con todo, la verdadera novedad del documento son los pasajes diseminados a lo largo de toda su extensión y que formulan una discreta crítica interna, que Carta Abierta sólo había insinuado en textos anteriores, y que ahora se hace más explícita. Rodeados por fragmentos laudatorios acerca de las políticas gubernativas, aparecen aquí y allá referencias a lo que no es perfecto, a "lo que falta", instancia que, a su vez, intenta ser ligada, con ardua retórica, al voluntarismo movilizador. Aunque se sigue hablando de conflictividad, ya no se utilizan tanto vocablos como "antagonismo" y "hegemonía", y han hecho su aparición destacada, con sentido negativo, expresiones como "burocracia sindical", y con sentido positivo, palabras como "coalición" y "frentismo". ¿Se propone el comienzo de una nueva transversalidad? ¿La izquierda kirchnerista postula un nuevo orden oficialista sin depender de las estructuras del justicialismo ni de los barones del conurbano? ¿Los intelectuales de Carta Abierta sienten ahora estar más cerca o más lejos de la Presidenta y de sus movidas estratégicas, o siguen aceptando, como el mal menor, sus propias fantasías y contradicciones?
Sólo el tiempo contestará estas preguntas. Mientras tanto, hay que saludar, aun en la discrepancia, a los que se reúnen para debatir nuestro arduo futuro. Y, desde otra vereda y como contrapropuesta, ir construyendo el proyecto democrático y normalizador que el país requiere.