En la Argentina el verdadero negocio en los últimos años no es producir alimentos, sino venderlos en la cadena minorista. Al menos así lo sugieren algunos números analizados por El Enfiteuta sobre la base estadística oficial generada desde el Indec. Veamos.
Mientras la cadena de ganados y carnes boquea ―sobre todo la ganadera― y pide a gritos medidas bajo advertencia de que en 2011 habrá que importar carne por falta de stock, en los supermercados la facturación por venta de carne creció un 38% en el último año.
Paralelamente se da que los tamberos reclaman como un último hálito de vida que se cumpla el bendito acuerdo con el gobierno y se amplíe el universo de productores con un precio mínimo de un peso por litro de leche fluida. Mientras los supermercados facturaron un 30% más por la venta de lácteos solamente en 2008 (ver cuadro).
Si se mira la evolución de la facturación de las 69 cadenas supermercadistas ―grandes y medianas― de todo el país, el incremento desde 2002 ―año en que la convertibilidad pasó a la historia― hasta el año pasado fue del 229% en materia de carnes y del 199% por venta de lácteos.
Ambas facturaciones siguieron una frecuencia similar con la inflación hasta 2005. La devaluación de 2002 marcó el mayor incremento de precios ese año, más alto en los alimentos que en el nivel general, que no se tradujo en su totalidad a un aumento de ventas por el atraso que sufría la demanda.
Hay que decir que esto se dio sin aumentos salariales de los vapuleados trabajadores (formales e informales), así como jubilados, y en general todos aquellos que tenían entonces la suerte de contar por lo menos con un ingreso, aunque fuera fijo.
De modo que el aporte de los trabajadores activos y pasivos frente a la crisis de 2002 ―absolutamente involuntario― fue infinitamente superior en términos sociales y económicos al que realizó el sector agroalimentario con las retenciones.
Pero en 2005 la situación social mejoró de manera palpable y la demanda creciente comenzó a presionar sobre los precios. Ese año culminó con una inflación cercana al 12%, a nivel general, y con aumentos de precios para los alimentos en torno a un 15%.
Estas variaciones no son muy lejanas, por caso, al aumento de la facturación del 18% en los supermercados por la venta de lácteos y carne. La interpretación era que comenzaba a verificarse la presión sobre los precios ante una oferta que empezaba a mostrarse como insuficiente.
Pero desde el gobierno no se registró esa situación como un problema a resolver. En cambio, en enero de 2006, se determinó la intervención del área de medición de precios del organismo estadístico. Es allí cuando la evolución de las facturaciones de los supermercados empieza a divorciarse del índice de precios al consumidor (IPC).
Al mismo tiempo, para garantizar los precios internos se inauguran restricciones a la exportación de lácteos y carnes que apuntaban a lograr un aumento de la oferta doméstica para descomprimir los precios internos, eliminando el canal exportador o por lo menos reduciéndolo hasta donde fuera necesario.
Este proceso fue encomendado al secretario de comercio interior que por las buenas o no tanto ―con intervenciones o “aprietes” en el mercado de hacienda― buscó instalar en la opinión pública que su trabajo era defender “la mesa de los argentinos”.
Los ganaderos y los tamberos viven desde entonces una pesadilla interminable, y se lo pasan recordando que la hacienda en pie vale lo mismo desde la intervención hace tres años, o para el caso de los lecheros que el precio de su producción los manda directamente a la ruina.
Muy distinta se percibe la situación de quienes venden al consumidor final, el sujeto supuestamente beneficiario de la política implementada. Los comerciantes de estos mismos productos desde 2006 a la fecha no hacen más que multiplicar su facturación ignorando por completo las afirmaciones del Indec acerca de la evolución de precios.
De este modo, mientas el aumento de precios de los alimentos para el organismo estadístico creció en 2008 apenas un 5,45% (ver cuadro), la facturación de los supermercados en el mismo lapso aumentó entre un 30 y un 40%, tanto en lácteos como en carnes, respectivamente.
Pero lo mejor parece reservado para este año electoral. En el primer bimestre del año 2009, mientras la facturación de carnes y lácteos en los supermercados registra un aumento del 19 y 18%, para el Indec los precios de los alimentos fueron menores a los del año pasado y nos revela una deflación del -1,23% que las góndolas no reflejan.
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