Esa visión oficialista, que para algunos se reduce a un caso de traición, resulta limitada frente a lo ocurrido en el Senado, que condensó el final de una historia con arrastre de enormes desaciertos y costos. Pero no todo termina en el reparto de culpas, porque también lo que viene proyecta desafíos que superan los alcances de aquella lectura: el desenlace de la crisis con el vicepresidente tiene proyección institucional e impacto asegurado en el sistema de alianzas K.
La decisión de Cobos no fue un hecho aislado. El oficialismo enfrentó un empate en el Senado como consecuencia directa de las bajas en sus propias filas: perdió el apoyo de once legisladores, siete de ellos peronistas y cuatro aliados. Antes, la aprobación del proyecto en la otra Cámara había llegado a un muy alto costo: quedaron en el camino una treintena de diputados, entre oficialistas y socios políticos. Y antes aún, Néstor Kirchner ya registraba fisuras peronistas en varios distritos de peso.
Son muchas las explicaciones que se buscan o imaginan para el voto de Cobos, casi sin considerar esos antecedentes. Entre algunos sectores allegados al oficialismo se habla incluso de una operación entre el vicepresidente, radicales orgánicos y una de las entidades rurales: algo así como una renovada versión conspirativa. Cerca de Cobos, remiten a las señales políticas que venía dando y destacan, en la misma línea, que buscó hasta el final una instancia de consenso, sepultada con el rechazo a su pedido de cuarto intermedio. Otros, en la oposición, destacan sin vueltas el maltrato sufrido por el mendocino.
Esa falta de consideración al vicepresidente, en rigor, no sólo remite a las duras criticas recibidas cuando opinó sobre la necesidad de un acuerdo en el Congreso. Se expresó también en el vaciamiento del encuentro con gobernadores que programó apenas el proyecto llegó a manos de los legisladores. Allí quedó expuesto también el manejo directo de Kirchner con los mandatarios del radicalismo K.
El vicepresidente nunca fue reconocido como jefe o referente principal de los radicales aliados al Gobierno. El ex presidente y también los funcionarios más cercanos a Cristina Fernández de Kirchner siempre mantuvieron relaciones en paralelo con gobernadores e intendentes. Ni siquiera se alteró el cuadro cuando Cobos empezó a transmitir los primeros cuestionamientos que llegaban de intendentes y legisladores provinciales. Muchos de ellos empezaron a tomar distancia de la Concertación.
Llegó después la etapa de las presiones cruzadas sobre el Congreso. Y también allí los aliados, como los peronistas, exhibieron fisuras. Votaron divididos los diputados radicales K -el jefe de la bancada, Daniel Katz, respaldó un proyecto alternativo- y el mismo cuadro mostró el Senado.
En el caso de los senadores, también fracasaron las presiones de los gobernadores radicales más firmemente encolumnados con el ex presidente. El rionegrino Miguel Saiz no pudo torcer la voluntad de Pablo Verani, que impulsó una iniciativa propia y votó en contra del proyecto oficialista. El santiagueño Gerardo Zamora tampoco logró convencer a Emilio Rached, el hombre del empate, con quien habría tenido una durísima pelea el viernes anterior.
Zamora, que enfrenta elecciones este año en su provincia, y Saiz siempre se mostraron autónomos de Cobos: no le reconocían liderazgo, más allá del lugar formal. Esta fisura podría agravarse, con el agregado de que los dos gobernadores exhiben ahora problemas en sus propias líneas.
No es menor el efecto del conflicto en el radicalismo K. Cobos ya dijo que buscará reunirse con la Presidenta y algunos piensan en un encuentro previo, junto a otros dirigentes, con un funcionario. ¿Alcanzará para revertir la situación? Nadie se anima a jurar cómo será la relación a futuro.