Voto... Mi voto no es positivo. Mi voto es en contra." Las atribuladas palabras finales de Julio Cobos resonaron como el mercurio -pesadas, intoxicantes-, en un recinto del Senado que parecía una postal, con más de un centenar de personas entre asesores, periodistas y legisladores paralizadas a la espera de una definición que fue histórica, para sorpresa de muchos, aunque no del Poder Ejecutivo.

El cierre de las 18 horas de debate que precedieron el rechazo del Senado a las retenciones móviles fue el desenlace de una jornada cargada de tensión en la que el matrimonio Kirchner apostó todo a una definición del vicepresidente, y perdió.

"Que defina y se defina", fue la directiva de Cristina Kirchner que recibió el jefe del bloque de senadores oficialistas, Miguel Pichetto, poco antes de la medianoche. Faltaban casi cinco horas de debate, pero el Gobierno había decidido poner toda la presión sobre Cobos.

El vicepresidente supo que el destino de su alianza con el kirchnerismo estaba en sus manos poco después, cuando en una comunicación telefónica el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, le lanzó un rotundo no a su pedido para convencer al bloque kirchnerista de que le aprobara un pedido de cuarto intermedio que pretendía conseguir y que, no obstante, planteó en el recinto.

De nada sirvieron las gestiones del presidente provisional, José Pampuro (PJ-Buenos Aires), que en su despacho le lanzó la última oferta de la noche.

"Podés irte del recinto o votar a favor, tenés esas alternativas", le planteó el bonaerense. "Sabés que no puedo cambiar mi palabra; soy un hombre de familia", le respondió Cobos.

El mensaje llegó a oídos de Néstor Kirchner, que desde la quinta de Olivos trajinaba el celular de Pampuro en busca de buenas noticias que nunca llegaron. Tanto fue así que la tercera vez que Kirchner llamó, un colaborador le comunicó que no lo podría atender porque estaban a punto de votar.

Poco después, el Senado votó por primera vez sobre el proyecto oficial de retenciones móviles. El tablero ardió en colores verdes y rojos por igual y arrojó la cifra (36 a favor y 36 en contra) que algunos intuían desde que el radical K Emilio Rached (Frente Cívico de Santiago del Estero) decidió votar en contra.

A esa instancia se había llegado luego de un dramático alegato político de Pichetto en el que disparó críticas a diestra y siniestra. Le pegó al radicalismo K, que votó en pleno en contra del Gobierno, con epítetos gruesos y cargados de rencor: "La política implica dar la cara en las buenas y en la malas. No se puede estar para la foto, para salir elegidos y ganar elecciones".

Advertencias

Le pegó a la oposición. "Saben lo que significa que esta noche el Gobierno no salga ratificado, lo saben muy bien", les advirtió. Y a la tropa propia rebelde: "Los compañeros que han ejercido el poder en sus provincias son muy conscientes de que van a dejar herido al gobierno nacional, con todo lo que esto implica, a seis meses de haber asumido". Se quejó en clara referencia a Juan Carlos Romero (Salta), Carlos Reutemann (Santa Fe) y Rubén Marín (La Pampa), todos ex gobernadores.

Para Cobos se reservó las palabras más hirientes. Al rechazar el pedido de cuarto intermedio, lo que obligó a una segunda votación, lo tildó elípticamente de traidor. "Como les dijo Jesús a sus discípulos: lo que haya que hacer, hagámoslo rápido", recordó, con cierta licencia poética, la frase dedicada a Judas citada en el Evangelio según San Juan.

"Que se rompa, pero que no se doble", agregó, en una cita de Leandro Alem en su testamento político antes de pegarse un tiro en el pecho y llegar muerto al Club del Progreso.

Fue, tal vez, el peor momento para Cobos. Porque acto seguido, el jefe del bloque de senadores de la UCR, Ernesto Sanz, terminó de confirmar que estaba en soledad, que la oposición no aceptaría el pedido de cuarto intermedio.

"Queremos que esto se termine esta noche por la seguridad y tranquilidad de los senadores", afirmó el radical, temeroso de darle al oficialismo "una semana más de aprietes y amenazas", como argumentó, fuera de micrófono, ante sus colegas de la oposición.

Desde ese momento, Cobos quedó solo ante la historia. "Sé que me cabe una responsabilidad histórica en esto", admitió con voz temblorosa.

A esa altura de la madrugada, cada palabra sumaba expectativa, hasta que Cobos formuló la frase definitiva: "No puedo acompañar y esto no significa que esté traicionando a nadie". Conmovido, le quedó tiempo para un alegato que quedará en los libros: "Que la historia me juzgue. Pido perdón si me equivoco".

Por Gustavo Ybarra
De la Redacción de LA NACION