El magma que burbujea en el corazón del mundo rural europeo responde a una pésima política de ingeniería social nacida en 1962, que fue tan desgraciada como agigantada. Demasiado grande para caer, siguió vigente, acumuló poder y recursos, y hoy es un monstruo con vida propia y con tantas ramificaciones que resulta difícil imaginar cómo acabará.
Los agricultores europeos han estado protestando en todo el continente desde hace tiempo. Las protestas han tenido distintos disparadores, causas, líderes y momentos. Pero han intensificado dramática y coordinadamente sus acciones en las últimas semanas en Francia, Alemania, España, Polonia, Países Bajos y Letonia, entre otros Estados de la Unión Europea, y llegaron a Bruselas. La furia es incontenible, han bloqueado rutas, calles, comercios y oficinas públicas, han arrojado estiércol y huevos a las autoridades, han quemado fardos y saqueado camiones con alimentos. La magnitud de las manifestaciones no tiene precedentes por su alcance, por su simultaneidad, por su repercusión y por la variedad de demandas en juego. Los agricultores, gente de trabajo y no inútiles manifestantes profesionales dispuestos tanto a reivindicar terroristas como a revolear la sopa a un Da Vinci por unas monedillas, han dejado sus granjas para instalarse en largas filas de tractores que sitian las ciudades más importantes. Mirándolo en retrospectiva, el tractor es un símbolo que viene marcando la voz más genuina y valiente contra las tiranías bienpensantes en todo el mundo.
Y es que se está volviendo cada vez más difícil ser agricultor. La tragedia del campo europeo se basa en una pinza letal: una carga fiscal propia del impune Estado de Bienestar y una carga regulatoria demente y contradictoria que además compila como en una mamushka, capas y capas de restricciones a la producción. Ser granjero requiere, además del sacrificio de la profesión, del trabajo de sol a sol y de la entereza ante la sequía o la plaga, tener conocimientos sobre leyes, sistemas tributarios combinados, regulaciones tecnológicas intra y extra UE, logística, computación y un ejército de asesores para poder llevar adelante el negocio. Todos palos en la rueda impuestos por gente que cree que los tomates le crecen a la ensaladera.
Existe una larga lista de quejas que van contra la regulación impuesta por el dogma calentológico, el exceso de burocracia, el costo del combustible y de la energía, el impedimento de usar fitosanitarios sumados a los reclamos propios de cada país. En Alemania fueron los impuestos al diésel para los tractores. En Países Bajos la tributación del nitrógeno. En Polonia los agricultores polacos bloquearon la frontera para asegurarse de que el grano ucraniano no ingresara. En Francia el plan para eliminar la exención fiscal sobre el combustible para la «transición energética» y el rechazo al acuerdo con el Mercosur porque consideran «competencia desleal» que los productores agrícolas sudamericanos no estén sometidos a las mismas exigencias.
Pero todo este gran guiso de reivindicación y demanda tiene un origen en aquella manzana de la discordia que viene de lejos y se llama Política Agrícola Común (PAC), una de las más antiguas políticas comunitarias europeas. La PAC es un excelente ejemplo de cómo funciona la «Ley de hierro de la oligarquía». En 1911, Robert Michels escribía su célebre Los partidos políticos, donde sostenía que toda organización política termina necesariamente convirtiéndose en una oligarquía cuando crece y se hace más compleja. Al crecer, demanda mayor burocracia y más especialistas para atender a la nueva estructura de la organización que pasan a aglutinar todo el poder y que priorizan la creación de políticas que aseguren la permanencia por sobre los objetivos de los inicios. ¡Es la supervivencia, estúpido!
Creada en 1962, la PAC siempre tuvo un carácter constructivista e intervencionista, que fue adecuándose a la narrativa de los tiempos. Originalmente y a través de un paquete de subsidios a la agricultura y a la ganadería, respondía a los objetivos de la autosuficiencia alimentaria de los países países miembros de la Comunidad Económica Europea (CEE, antecesora de la UE) y además pretendía atacar la escasez. Pero los aprendices de brujos generaron su propio problema y unos años más tarde el bloque producía muchos más alimentos de los que podía consumir pero a un coste mucho más caro en comparación con el resto del mundo. Entonces la PAC pasó a tener como objetivo sostener el precio artificial de los productos con nuevos subsidios y un proteccionismo pernicioso.
El sistema original de subvenciones pretendía controlar el mercado imponiendo precios mínimos garantizados, cosa que terminó con un costo inasumible para los Estados miembros. A mediados de los 80 implicaba un porcentaje mayoritario del presupuesto comunitario. Con cada fracaso la PAC fue sometida a reformas que fueron formateando la estructura, la ideología y la metodología de producción primaria europea siempre buscando la dependencia de la limosna estatal y determinar de arriba para abajo quién tenía que producir qué, más allá de las decisiones voluntarias de los ciudadanos. La demagogia siempre es palo y limosna. Para sorpresa de nadie, en 2019 The New York Times reveló lo evidente, que los fondos de la PAC terminaban en gran medida en los bolsillos de los empresarios y de los burócratas.
Década tras década, las diferentes versiones de la PAC siempre rompieron lo sano para supuestamente arreglar lo roto, sin haber jamás conseguido más que enojar a todas las partes. Sin embargo siguió creciendo en burocracia, con un presupuesto cercano a un tercio del total de la UE. Es la política más cara, más antigua y más dañina. Por supuesto que cuando se desarrolló la narrativa del alarmismo climático la PAC se adecuó rápidamente, se trataba de un maridaje perfecto. Justamente la actual protesta del sector agrícola tiene directa relación con las delirantes imposiciones que no han parado de crecer como el Pacto Verde y los objetivos climáticos. Actualmente sus metas se casan amorosamente con la omnipresente Agenda 2030 y el NetZero.
A medida que las manifestaciones crecían, los gobiernos y la Comisión Europea concedieron a los agricultores caramelos de madera para entretenerlos, pero esta vez las cosas no se calmaron. Von de Leyen otorgó una exención temporal de las reglas de conservación de la naturaleza y revocó en parte la decisión de permitir el libre acceso a las importaciones agrícolas de Ucrania. Esta semana, Úrsula, el hada de los deseos, relajó partes del Acuerdo Verde, eliminó el objetivo de reducción de las emisiones agrícolas del plan climático para 2040 y anunció que la propuesta de reducción del uso de pesticidas, considerada crucial para la biodiversidad, sería reescrita. No queda claro si se va a redefinir qué cosa es la mismísima biodiversidad, la Comisión Europea tiene una larga trayectoria creando realidad con sólo modificar sus definiciones, milagro que es aplaudido por el Parlamento Europeo.
La flexibilización de requisitos es un intento de las élites europeas por no naufragar en las elecciones a las que serán sometidas el próximo junio. Al mainstream burocrático le preocupa que el malestar sirva a los partidos de derecha que ya están logrando avances en todo el continente. Es la oligarquía que cree que está por encima de la voluntad democrática y que impone políticas ideologizadas sin pensar en el daño que causarán a las vidas de millones de personas al quitarles el control de su propio destino. Esto es lo que ha llevado a muchos europeos a rechazar los viejos partidos políticos. En particular los ciudadanos de zonas rurales votan mayoritariamente por partidos euroescépticos tanto de izquierda como de derecha y todos van a competir ahora para agradar a los agricultores.
Muchos medios y políticos tildan a los votantes de extremos, ignorantes, populistas, ricos egoístas o xenófobos cuando se apartan de las preferencias hegemónicas, pero esto demuestra su incapacidad de entender el punto de inflexión de su narrativa de decrecimiento verde y sustentable. De nuevo, es una cuestión de supervivencia, no pueden permitir que la voluntad popular termine con los privilegios oligárquicos sembrados hace más de medio siglo. Las elecciones europeas son un campo de batalla cultural clave entre las élites de la UE y sus gobernados.
Los agricultores de todo el continente continúan protestando. Tienen una oportunidad de oro para cambiar la lógica tiránica del buenismo que comenzó su largo camino con el proteccionismo posguerra y derivó en la alocada y criminal agenda woke del Siglo XXI. Si se dejan engañar de nuevo por los políticos y las corporaciones, pidiendo regulaciones a terceros países en lugar de exigir el fin de las propias, habrán perdido la batalla. Pelear contra productos baratos importados de Ucrania o Marruecos es concederle el triunfo a Von der leyen y a su troupe, porque es pedir más regulación y burocracia, y Michels ya explicó cómo termina eso. Mal, por supuesto. La producción europea sería más barata y competitiva si tuviera menos impuestos, energía más económica y no tuviera que pagar los salarios de cientos de miles de Ursulas que viven de arruinar a las personas.
Los funcionarios de la UE ya están tejiendo la tela de araña para que los manifestantes caigan, pensando formas de revisión de la PAC, tratando de encontrar la manera de calmar a los agricultores sin salir de la lógica de la dádiva que los enterró en primer lugar. Janusz Wojciechowski, comisario europeo de Agricultura, quiere que se permita a los países de la UE utilizar ayuda estatal para complementar los pagos de la PAC. «Esta es una situación excepcional y tenemos que buscar soluciones excepcionales», sostiene el muy pícaro sabiendo que eso desmovilizará a los tractores y le permitirá se venerada supervivencia.
Las políticas intervencionistas terminan en crisis humanitaria, no hay otro camino. El insostenible plan De la granja a la mesa, tiene una serie de objetivos que son casi un crimen contra la humanidad. Para 2030 (¡ay, ese numerito!), prevé la reducción de la mitad de los fitosanitarios (¡imaginemos si para el 2030 debiéramos reducir el 50% de la medicina que garantiza nuestra salud!), además de reducir el 20% de los fertilizantes químicos y del 50% de la venta de antibióticos para los animales de criadero (sí, quieren que los animales no se curen). Un estudio del Departamento de la Agricultura de Estados Unidos (USDA) considera que los planes De la granja a la mesa y Biodiversidad provocarían una reducción brutal de la producción agrícola europea. De forma gradual o acelerada, el plan es condenar al campo. La excusa puede ser el control de precios, la escasez, la abundancia, el frío, el calor, las especies en peligro, las políticas verdes o cualquier otra cosa que surja, la cuestión es mantenerse a flote en el poder. La batalla está planteada y el hambre siempre sirve como arma. Casualmente en el momento en el que la humanidad produce tanta comida como para alimentar a todos los que existimos, la oligarquía le declara la guerra a los que nos alimentan.
Fuente: Gaceta