Es bastante obvio que las medidas adoptadas a partir del acuerdo con el FMI solo apuntan a tratar de llegar a las elecciones sin sustos en el mercado de cambios. Claro que el costo fue una fenomenal recesión difícil de digerir para una sociedad que está agobiada por la carga tributaria y el reajuste de las tarifas de los servicios públicos.

Se supone que la estrategia es tratar de mover algo la economía con las exportaciones, dado que tanto el consumo interno como la inversión no serán motores durante este año. Tal vez las exportaciones aumenten algo por la mejor cosecha que se espera y lo que veamos sea una sustitución de importaciones más que un impulso exportador, con lo cual la reactivación sería moderada.



Ahora bien, se supone que luego del salto cambiario, el BCRA debería evitar que caiga el tipo de cambio real, en otras palabras, que el tipo de cambio nominal no crezca a un ritmo menor al de la tasa mensual de inflación.

El gráfico 1 muestra la evolución del tipo de cambio a pesos constantes de enero de 2019 desde noviembre 2015 que fue el último mes completo del gobierno kirchnerista. En otra escala pero esta repitiéndose el mismo dibujo que cuando se salió del cepo cambiario.

En febrero de 2016 el tipo de cambio pegó un salto y luego el tipo de cambio real tuvo una clara tendencia decreciente que no fue producto de la esperada lluvia de inversiones, sino que fue el resultado de un fuerte arbitraje o especulación tasa versus dólar que ofreció el BCRA vía las LEBACs y que algunos economistas aplaudieron como una genialidad de política monetaria.

Cualquiera que hubiese vivido las crisis cambiarias anteriores o al menos hubiese leído algo de historia económica reciente, sabía en qué podía terminar semejante arbitraje. Y terminó como era previsible. Algunos atribuyen la corrida cambiaria del año pasado a los anuncios de diciembre de 2017, cuando dijeron que iban a bajar la tasa de interés para reactivar la economía.

Puede ser que ese haya sido el disparador, pero si no formulaban esos anuncios el famoso 28 de diciembre de 2018, cualquier otro factor hubiese disparado la crisis cambiaria. Al fin del cuentas, y salvando las distancias de magnitud del problema, el famoso 6 de febrero de 1989 cuando Machinea anunció que el BCRA no vendía más dólares, no fue la causa de la hiperinflación, ese 6 de febrero era previsible en cuanto al hecho, más allá de la fecha. Lo mismo pasa con la tan mentada fecha del 28 de diciembre de 2017.

¿Acaso no había una clara inconsistencia técnica en la política económica? Solo un improvisado en temas económicos podía comparar la tasa de interés con la tasa de inflación y llegar a la conclusión que el modelo convergía al equilibrio porque la apuesta a la tasa no era que le ganara a la inflación sino al aumento del tipo de cambio. Solo un improvisado podía sostener que la deuda de las LEBACs se licuaba porque la tasa de interés era negativa en términos reales versus la inflación.

Volviendo al tema del tipo de cambio actual, en el gráfico 1 vemos como desde el pico que alcanzó en agosto de 2018 cayó en términos reales un 18% y está un 52% por arriba de noviembre de 2015.



Si uno toma los últimos 48 años de evolución mensual del tipo de cambio real a pesos de enero de 2019, se encuentra con que está en uno de los puntos más bajos de la serie histórica quitando los picos del 75, de la crisis del 82 y de la hiperinflación del 89. Sin embargo, este tipo de cambio actual que está algo más alto que el de enero de 1981 con el fin de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz y del fin de la convertibilidad, no responde a reformas estructurales que hayan generado un flujo de inversiones en el sector real de la economía ni a una explosión de exportaciones que justifiquen su baja respecto a períodos anteriores.

Es más, hoy tenemos más ineficiencia en la economía por el nivel récord del gasto público consolidado. Por lo tanto, en mi opinión acá tenemos un tema de altas tasas de interés que siguen generando especulación entre el tipo de cambio y la tasa de interés. El primer problema es, entonces, que se desarmó el tema de las LEBACs pero sigue con las LELIQ.

El segundo problema es que no queda muy claro cómo piensa cerrar la brecha fiscal el gobierno con un nivel de actividad que se desplomó por las altísimas tasas de interés que aplicó para frenar la suba del tipo de cambio. En otras palabras, el costo de frenar la suba del dólar implica menor actividad y menos recaudación.

En efecto, si uno toma los ingresos fiscales de enero de 2019 y los compara contra enero de 2018 ve que aumentaron el 39%, unos 10 puntos porcentuales menos que la inflación. Ahora, si quita los derechos de exportación que subieron notablemente por el aumento del tipo de cambio, el incremento interanual es del 35%, 14 puntos por debajo de la inflación.

Puesto en otras palabras, la dinámica de esta estrategia económica no es consistente con la meta de reducir el déficit fiscal primario porque la recesión genera menos ingresos fiscales y obliga a bajar el gasto público, cosa que el gobierno no está haciendo cuando se incluyen los intereses de la deuda pública. Con esta política se achica al sector privado que es el que mantiene la estructura del sector público.

Yo diría que a esta altura del partido, Dujovne hace lo que puede dentro de las restricciones políticas que tiene. El gran interrogante es si ese hacer lo que puede es suficiente para llegar a las elecciones de octubre sin sobresaltos cambiarios.

Después de octubre se escribirá otra historia económica que nadie tiene la más mínima idea de cuál puede ser considerando la incertidumbre política existente.

Lo que tenemos por ahora, es algo muy precario y doloroso para el sector privado con el solo objeto de llegar a octubre. Veremos si alcanza, de lo que estamos seguros es que ni por casualidad este es un plan económico para ser pensado como el modelo de crecimiento de largo plazo. Argentina pide a gritos un plan económico en serio para salir de esta larga decadencia.

Fuente: Economía para todos