Se está desarrollando el Congreso de la la Federación Panamericana de la Leche (Fepale), presidida por el titular de la Sociedad Rural Argentina, Daniel Pelegrina, un hombre que creció en el seno de la entidad desde su origen y vocación de tambero y acaba de ser reelecto (2018-2020).
El evento encuentra a la lechería argentina en un cruce de caminos. La realidad es sumamente compleja, con una queja constante por parte de los actores, y una notoria sangría de tambos. La reciente devaluación, aunque compensada con retenciones del 12% para los cereales (el maíz es un insumo fundamental en la ecuación económica de la leche), complicó más todavía a un sector que vuelca la mayor parte de su producción al mercado interno.
Entonces, se escuchan voces que aconsejan el regreso a una lechería elemental, modelo 70, basada en el paradigma “de pasto a leche” que nos marcó a fuego desde las célebres visitas del neocelandés Campbell Percy Mc Meekan de hace más de medio siglo.
Pero corrió mucha agua bajo el puente. Se desató una fenomenal revolución tecnológica en la agricultura. Ya en los ochenta, la soja se abría paso de la mano de los contratistas y chacareros, que con un Zanello tentaban a los tamberos a que les cedieran en arrendamiento el lote del fondo. Ni hablar cuando llegó la directa, y enseguida con la RR. El pasto seguía siendo lo más barato, porque para sembrarlo había que firmar cheques más chicos. Pero no podía competir con la tentación del alquiler en 12, 14 y hasta 20 quintales de soja.
Por otro lado, los tamberos ya habían descubierto que sólo con pasto no podían esperar mucho más de 12 litros. Por eso comenzaron a suplementar, al principio tibiamente. Comprobaron que se podía llegar al doble, y a estabilizar la producción todo el año. La “función vaca” comenzaba a ser tan importante como la “función campo/pasto”. Llegó el silo de maíz, quizá el mayor salto tecnológico, porque fue la antesala del cambio de modelo. Se pasó de una producción estacionada en primavera-verano, a la producción continua todo el año. Si era necesario, se podían encerrar las vacas sin sacrificio de producción. El silo empezó a considerarse indispensable y hasta “barato”.
Pero esos 22 a 25 litros de leche apenas expresaban la mitad del potencial productivo de la vaca. La entrada de la mejor genética mundial fue inexorable. Sin embargo, ya no alcanzaba con mejorar la nutrición. La “función vaca” exigía confort. Caminar menos. Encierre. Luego estabulación. En eso estamos.
Hay casos muy concretos donde la producción ronda los 40 litros por vaca y por día. El de la familia Chiavassa, de Pellegrini (provincia de Santa Fe) es uno de los más resonantes. Sin contar el mega tambo de Adecoagro en Christophersen, que va a las 7.000 vacas bajo galpón, siguiendo el camino que ha seguido todo el mundo. Incluso, Uruguay, donde la impronta del sistema pastoril es todavía más fuerte que en la Argentina y su potencial para la producción de granos es inferior.
Estos temas estarán en debate en el congreso de Fepale. América es el continente ganadero. Pero la ganadería debe concebirse como una actividad de “segundo piso”: la transformación de forraje en proteína animal. La leche es la gran oportunidad. Hay que producir la máxima cantidad de forraje de calidad por hectárea. Y hay que lograr la máxima eficiencia en su transformación. Función tierra más función vaca. Los tiempos cambian.