Hay nuevas reglas de juego y, más allá de cualquier lógica protesta, la cuestión ahora es entenderlas y adecuarse. Porque no se ve que haya condiciones realistas para un retroceso.
Por acción o por omisión, el campo no pudo o no supo convencer a la sociedad de que los derechos de exportación y el desdoblamiento cambiario son pésimas medidas de política económica. El gobierno, sabiéndolo, cedió. Ya está.
Conviene de todas maneras remarcar que es la primera vez que no se discrimina al campo y la agroindustria. Los derechos de exportación del 12% y el dólar con quita de 3 o 4 pesos (según valor agregado, ya analizaremos esto) corren ahora para todas las exportaciones.
Bueno, digamos todo: un producto quedó discriminado. Si, obvio, la soja y sus derivados industriales…Es el único rubro que quedó con una retención de 18%, un 50% más que todos los demás. No es moco de pavo, porque el complejo soja representa más de la mitad de las exportaciones agropecuarias y agroindustriales.
Pero también hay que decir que con esta medida, el gobierno adelantó de un saque el cronograma de reducción de las retenciones de la soja. Como se recordará, desde enero de este año se venía operando un recorte de medio punto mensual, a partir del 30% que rigió durante 2016 y 2017. A este ritmo, iba a llegar al 18% en diciembre del 2019, cuando finaliza el período presidencial.
De esta forma, estamos frente a la paradoja flagrante de que el rubro más castigado es al mismo tiempo el que quedó mejor parado. Las retenciones estaban en un 26% y bajaron al 18%. Y desde allí viene la quita de los 4 pesos, que a un dólar de 40 es un 10% más. Total 28%. Sólo un 2% más.
Lo que sí es absurdo y sintomático es lo que surge de la comparación entre los productos de valor agregado, que tienen una quita de 3 pesos por dólar versos los 4 pesos de los productos primarios. Pero el aceite de soja, en cambio, tiene quita de 4 pesos. Y también la harina. Un castigo para el complejo, porque es plata que se le va por caño. Pero ya sabemos: los productores creen que premiar el valor agregado es un beneficio para un segmento de la cadena que no ayuda al conjunto. Y ahora estamos con este contrasentido.
La nueva situación genera derivaciones de todo tipo. Algunos productores dijeron que hubieran preferido que se le subiera la retención a la soja y se dejara en cero la de los cereales. El argumento es que los precios de los alquileres en general se fijan en quintales de soja, más allá de lo que siembre el productor. De esta manera, quedaba abierta la puerta de escape por el lado de los cereales, que además son más caros de producir.
Pero es una estrategia peligrosa. Un 30 o 35% de brecha entre cereales y soja es un exabrupto. La rotación se tiene que basar en parámetros tecnológicos y no en artificios que nos alejan de la realidad del mercado. La Argentina está lejos del mundo y cuando más caro es el producto, menos inciden los fletes.
Las retenciones alteran la relación insumo-producto. Lo vimos clarísimo en estos días. Muchas quejas de productores que tenían comprado el fertilizante a pagar en dólares “llenos”. Y ahora el trigo y el maíz tienen retenciones, así que muchos se replantean el modelo de producción. Para un maíz de 10 toneladas por hectárea, la quita es de 90 dólares. Es la mitad del margen bruto esperado para ese nivel de rendimiento. El negocio se hace muy finito. Como decían los farmers de Iowa hace 80 años, cuando nadie los ayudaba: “Hope it rains” (“esperemos que llueva”).
Eso. Esperemos que llueva.