Los escándalos de corrupción que últimamente vienen destapándose en América Latina, en general están asociados a gobiernos de izquierda, progresista o populistas, como los de Correa, Lula y los Kirchner, por no hablar del chavismo. No es casualidad que estos tipos de gobiernos sean los más ligados a grandes casos de corrupción. La razón fundamental para que la corrupción florezca en estos tipos de gobiernos tiene que ver con la falta de límites al poder del gobernante o, si se prefiere, al poder que vuelve a tener una dirigencia política que es un retroceso institucional a la época de las monarquías absolutas.
En una conferencia que Hayek dictó en 1976 en el Instituto de Asuntos Públicos, Nueva Gales del Sur, titulada ¿Adónde va la democracia? Afirma: “El advenimiento de la democracia en el siglo pasado (habla del siglo XIX) provocó cambios decisivos en el ámbito de los poderes de gobierno. Durante siglos los esfuerzos habían sido dirigidos hacia la limitación de dichos poderes, y la evolución gradual de las constituciones no había servido a otro propósito que éste”, pero enseguida agrega: “Súbitamente se creyó que la limitación del gobierno por los representantes electos de la mayoría tornaba innecesario el control de los poderes gubernamentales, de modo que podía hacerse caso omiso de las distintas garantías constitucionales desarrolladas con el transcurso del tiempo”.
Puesto en otras palabras, el esfuerzo de limitar el poder surgido de la democracia liberal dio paso a que ignoraran todo tipo de restricción aquellos que tenían una circunstancial mayoría de votos, volviéndose al tipo de gobierno de los días de las monarquías absolutas. La democracia degeneró en una competencia populista en la que el que tiene más votos se siente con derecho a no respetar los límites que debe tener todo gobierno. Basta recordar aquella famosa frase de Cristina Fernández, diciendo: si no les gusta, armen un partido político y ganen las elecciones, para advertir que para ellos el voto da derecho a todo. O sea, para este tipo de gobiernos, los votos dan derecho a ejercer el poder sin límites, lo que Hayek llamó la democracia ilimitada.
El gran crecimiento económico a partir del siglo XIX tiene que ver no tanto con los inventos sino con la mejora en la calidad institucional de los países que adoptaron democracias liberales en que se restringía el poder de los monarcas.
La nueva ola de democracias ilimitadas, en las que el voto de la mayoría es considerado como el pasaporte al poder absoluto del gobierno electo, nos retrotrae institucionalmente y eso impacta en el crecimiento económico. Por eso hay toda una corriente de análisis de la economía y las instituciones en que se analiza el marco institucional de los países para explicar su crecimiento o su decadencia. La decadencia está en los países con gobiernos que no tienen límites en el poder.
La corrupción es consecuencia de esa decadencia institucional. ¿Cuándo hay corrupción? Cuando el gobernante tiene el poder de decidir arbitrariamente ganadores y perdedores dentro de una política económica. Cuando el ingreso de las personas no depende tanto de su capacidad de abastecer a sus semejantes de bienes y servicios de buena calidad, sino de los favores del funcionario público, surgen las razones para “comprar” el favor del funcionario público. Los controles de precios son un ejemplo claro de una de las puertas a la corrupción. Si la vida de mi empresa depende de que un funcionario público firme una autorización para que pueda aumentar los precios de mis productos, enseguida pueden aparecer las coimas para autorizar esos aumentos de precios de los cuales depende la vida de mi empresa. El funcionario pasa a tener el poder de “vender” la supervivencia de un sector o su muerte. Pero en el caso del kirchnerismo, tal vez el negocio de las autorizaciones de aumentos de precios haya sido un kiosco menor. El intervencionismo estatal fue lo más amplio posible para generar muchas fuentes de ingresos.
Hoy todos hablamos de los cuadernos de la obra pública, pero atención que en la época kirchnerista se asignaron U$S 161.000 millones a subsidios económicos, de los cuales U$S 139.000 millones fueron destinados a subsidiar transporte y energía, donde hay sospechas tan grandes de corrupción como en la obra pública. Ni que hablar de los subsidios sociales, tema sobre el que vengo insistiendo que tienen que ser revisados. No puede ser que el kirchnerismo haya dejado un millón de beneficiarios de pensiones por invalides entre 2003 y 2015 sin que hubiese habido una guerra, un terremoto o un tsunami. Nuevamente, quien tiene el poder de otorgar esos subsidios, los otorga a gente que puede competir en las olimpíadas a cambio del correspondiente peaje.
¿Qué control puede uno esperar de un Congreso que tiene 80 empleados por cada senador y 24 empleados por cada diputado y dónde la biblioteca tiene 1.700 empleados? ¿Esos van a ser los que van a controlar al Ejecutivo?
¿Qué control puede uno esperar de un congreso de la provincia de Buenos Aires en el que se van a gastar $ 6.800 millones este año sin que el ciudadano sepa en qué se gasta ese dinero porque el presupuesto de la provincia de Buenos Aires es un secreto de estado? Y si vamos a niveles municipales el escándalo de los concejos deliberantes es parecido pero en escala menor a los del Congreso de la Nación y de las provincias.
Todo este negocio de la política tiene un costo que hay que mantener y ese costo se transforma en impuestos que deben pagar los sufridos contribuyentes. Pero como además la política se ha transformado en un negocio, hay que conseguir el favor del votante ofreciéndole todo tipo de subsidios y “beneficios” de un estado benefactor que en realidad es una pantalla para esconder la corrupción más descarada que uno pueda imaginar.
No es casualidad que en Argentina hayamos llegado a tener 8 millones de personas que trabajamos en blanco y 20 millones de personas que todos los meses pasan a buscar su cheque por la ventanilla de pagos del estado.
El destrozo económico que genera ese corrupto armado institucional es enorme. Las razones son varias: 1) se dilapidan miles de millones de pesos de los contribuyentes en mantener el aparato del funcionamiento de la política. Hay que nombrar en cargos públicos a punteros que nunca van a sus puestos de trabajo y se quedan “trabajando” en su provincia para el diputado o senador que los nombró, 2) ¿cómo se bancaba a la militancia de La Campora? Con miles de puestos de trabajo que son retribuciones a la “militancia” que paga el contribuyente, 3) los subsidios económicos dieron lugar a que se manejaran millones de dólares en barcos que traían gas a precios desorbitados y a que se manejaran fortunas en efectivo para subsidiar el transporte público, 4) mantener a miles de piqueteros, “inválidos” y demás beneficiarios de planes sociales tiene un costo fenomenal para el contribuyente.
En definitiva, hay corrupción cuando en, nombre de la solidaridad social y los “precios justos”, los funcionarios públicos tienen poderes propios de la época de las instituciones arbitrarias de los monarcas absolutos. Con el Kirchner llegó a niveles impensados porque armaron toda su carrera política como si fuera una sociedad anónima cuyo objetivo fuera delinquir.
No es casualidad que regalaran millones de jubilaciones a personas que nunca habían aportado, el fútbol para todos, las tarifas de servicios públicos baratas y demás “beneficios sociales”. Entretuvieron a la masa del pueblo con el televisor en cuotas y mientras tanto robaban a cuatro manos.
Pero esto que estamos viviendo hoy con los famosos cuadernos, debería dejar como enseñanza que detrás de toda política populista no solo se esconde una fenomenal ineficiencia económica que tiene como contrapartida impuestos, regulaciones y controles que espantan la inversión y retrasan el nivel de vida del país. Además, es la pantalla perfecta para la corrupción. La ineficiencia económica es doble. Por el lado de la ineficiencia económica y por el lado de lo que se roba detrás de la escenografía de las políticas de solidaridad social.
La lección debería ser no creer que el voto soluciona todo. No es cierto que con la democracia se come, se cura y se educa. Se come, se cura y se educa con calidad institucional. Limitando el poder de los gobernantes Con el voto sin restricciones al gobierno se puede volver al poder las monarquías absolutas y despóticas. Limitar el poder del estado, es decir el grado de discrecionalidad con que los funcionarios declaran ganadores y perdedores de la economía, debe ser reducido a su mínima expresión. Por algo todos estos populistas hablan con desprecio del mercado y se erigen en la reserva moral del país que van a redistribuir con justicia social la riqueza que se genera. Es su manera de conseguir poder político vía los votos para robar y la excusa para establecer regulaciones, subsidios y demás controles que son la puerta para abrir el negocio de la corrupción.
La combinación de la ineficiencia económica que genera el populismo junto con la corrupción que conlleva el populismo, hacen económicamente inviable un país, destruyen la cultura del trabajo y las mafias terminan apoderándose del control del monopolio de la fuerza, llegándose a extremos como es el caso del chavismo en Venezuela.
El origen del mal está en no limitar el poder del estado. Una vez que no se limita al gobierno, la corrupción se enquista en el poder y eso lleva a violar los derechos individuales. Y si hay que matar a un fiscal, se lo mata con tal que la verdad no salga a la luz.
Esperemos que, a partir de estos cuadernos, en la Argentina tengamos un Nuremberg de la corrupción. Tal vez sea un buen punto de partida como base fundacional de una nueva Argentina. O de la Argentina que una vez fuimos hasta que llegó el populismo con su ineficiencia y corrupción.
Fuente: Economía para Todos