Una década después, el campo siguió y sigue dando batalla contra el "poder político". Porque después de vencer en el Senado al poder K los derechos de exportación a los granos no subieron más del 35%, como contemplaban las retenciones móviles, pero Guillermo Moreno se encargó de minar el campo de ROEs, intervenciones y todo tipo de artimañas impulsada por el Gobierno que había sido derrotado pero conservaba la lapicera y el manejo de la caja.
Más allá de lo político, la caída de las retenciones móviles, en aquella noche del voto "no positivo" de Julio Cobos no redundó en un éxito económico para el sector agropecuario. Porque luego los precios internacionales bajaron, la inflación subió sin pausa, y hasta diciembre de 2015 el tipo de cambio condicionó mucho los bolsillos de los chacareros.
Desde que Mauricio Macri bajó a 30% ese gravamen sobre la soja, y eliminó totalmente las de los demás granos, hubo un reverdecer de cultivos, especialmente del trigo y el maíz, que no sólo trajeron dinero -para el interior rural y para el Estado- sino un sistema de rotaciones en los lotes, ambientalmente más sustentable y mucho más dinamizador de la economía en ciudades y pueblos de la región central del país.
Con todo, en la disputa conceptual y política el campo ha avanzado varios casilleros: de ser visto hasta 2008 como un sector "atrasado y puramente rentístico" ha pasado a ser considerado por la mayoría de los argentinos como un respetable generador de trabajo y progreso, de la mano de nuevas tecnologías, que lo posicionan como una actividad de primera línea mundial, una categoría que la Argentina ya no esgrime ni en el fútbol.
Pero todavía falta que muchos dejen de "envidiarlo" y lo vean como un socio para el desarrollo. De hecho, ahora que las cuentas no cierran, en vez de alentar un aumento de la producción que traiga más divisas... se piensa al campo como "un privilegiado que debe aportar lo que le sobra".
Esas visiones no tienen en cuenta a la sequía que achicharró inversiones y enflaqueció el capital de trabajo de la cadena que representa el motor de muchas otras actividades conectadas. Tampoco que muchas actividades como la lechería, especialmente, y otras como la avicultura y la porcinicultura pelean contra los "costos argentinos". Y que miles de pequeños y medianos chacareros se han quedado sin escala para seguir ofreciendo continuidad laboral a las nuevas generaciones...
No es para llorar. El campo trabaja y la gran mayoría se gana un buen pasar. El asunto es qué se va consolidando para avanzar en función de la potencialidad disponible que permita favorecer a propios y ajenos.
Lo que no cierra, además de las cuentas fiscales, es que a los que tienen fuerzas para seguir tirando para adelante, se les cascotea el rancho con amenazas de nuevos manotazos. Se busca recuperar confianza, pero la incertidumbre no resuelta es una espina que todavía pincha.