El fracaso de la intentona de la Resolución 125, de cuyo final con el célebre “no positivo” del ex vicepresidente Julio Cobos se cumplen este martes 10 años, pasará a la historia como el momento del inicio de la decadencia kirchnerista, cuyo poder venía creciendo voluptuosamente. Quizá la ceguera de poder los llevó a un error de cálculo. Creyeron que se podía “ir por todo”.
Ir por todo significaba, para el campo, que le tomarían prácticamente todo el excedente económico, coartando las posibilidades de reinvertir y continuar una fase de crecimiento iniciada diez años antes. Una epopeya que había permitido duplicar la producción en volumen y cuadruplicarla en valor. Es que la verdadera protagonista fue la soja, cuyo valor es entre dos y tres veces el de los cereales. Este proceso se sustentó en un fenomenal salto tecnológico,“La Segunda Revolución de las Pampas”.
Esa nueva expansión, a un ritmo de 4 millones de toneladas por año desde 1996, había permitido salir de la profunda crisis del 2002, ni bien se levantó la cosecha. Los sojadólares comenzaban a fluir. El gobierno transitorio de Eduardo Duhalde había impuesto derechos de exportación para todos los productos agrícolas. Al principio, un 10%. Enseguida, le dejaría a su candidato, Néstor Kirchner, la mesa servida con el 20%. Para el campo, uno de cada cinco camiones que llegaban al puerto, ¡hundido!
Igual, el interior prosperaba. Las fábricas de maquinaria a full, las ventas de camionetas, expansión territorial. Pero Néstor fue por más. Pasó al 27%, de la mano de Felisa Micheli. Encima, comenzó a trabar las exportaciones. Llegó a prohibir las de carne vacuna. El campo, que seguía creciendo por inercia, se dio cuenta de lo que vendría. La desconfianza es el peor enemigo de la agricultura.
Cuando Néstor le transfirió el bastón a Cristina, le regaló unos puntos más: subió los derechos de exportación de la soja a 35%. Ahora, uno de cada tres camiones era para el gobierno K. El caldo de cultivo crecía, sin que el gobierno tomara cuenta de que todo tiene un límite. Los precios internacionales venían creciendo, acicateados por la nueva demanda china, y compensaban en parte la exacción.
La escalada de precios continuó. En marzo, la soja llegaba a los 600 dólares, el doble que un par de años antes. La tentación fue enorme. El joven ministro de Economía, Martín Lousteau, no tuvo mucho problema en “venderle” al matrimonio Kirchner su idea de las retenciones móviles. Significaban, claramente, que el agro no participaría de la bonanza de los precios. El campo salió a las rutas, ya conocemos la historia.
Pero las retenciones de la soja quedaron en el 35%. En el camino, succionaron del campo, que es el interior, 70 mil millones de dólares. Entre 2008 y 2015 la desaceleración se fue convirtiendo en una encerrona fatal. Enorme lucro cesante para el campo y para el país: se dejaron de producir 100 millones de toneladas, unos 30.000 millones de dólares.
Para los K, la derrota electoral fue casi una tabla de salvación. La crisis les hubiera explotado en las manos. El agro, descapitalizado, busca la recuperación. Ya se está retomando el camino del crecimiento. Los primeros productos en reaccionar fueron el trigo y el maíz, precisamente los que no tienen más retenciones desde la primera semana de la era Macri. La soja recibió una pequeña quita: en tres años, los derechos de exportación bajaron del 35 al 26% actual, y para fin de año estarán en el 24%. Uno de cada cuatro camiones. Y todavía hay quien quiere ir por más.