Tomemos un precio promedio de 450 dólares, descartando los picos de 650 que conocimos en el 2012. Fueron ¡67.500 millones de dólares! Contantes y sonantes. Sí, Sojadólares. A mucha honra.

Conviene recordar, en este punto, que el controvertido auxilio financiero del Fondo Monetario Internacional fue por 50.000 millones de dólares.

Imaginemos lo que hubiera sucedido si ese capital monumental quedaba en el interior, y en manos de los que habían sabido construir la extraordinaria competitividad del cluster sojero. Si a pesar de esta succión siguieron invirtiendo, en expansión horizontal y vertical, agregando valor, construyendo infraestructura nueva de plantas en el upstream y en el downstream. De semillas, fertilizantes, insumos biotecnológicos, maquinaria agrícola. Y corriente abajo, todas las transformaciones posibles, que igual avanzaron aunque en dosis homeopáticas si comparamos con lo que hicieron nuestros vecinos. Por ejemplo Brasil, devenido en líder mundial de proteínas animales.

Ya hemos hablado mucho de esto, y lo seguimos haciendo. Muchos se convencieron. Pero bastó que se disparara el tipo de cambio para que surgiera de nuevo la idea de las retenciones. Para algunos el argumento es el “overshooting”. La suba del dólar renueva la teoría de que el campo puede funcionar con un tipo de cambio más bajo que el resto de la economía. Que pueda hacerlo no es motivo para insistir con los cambios múltiples, que convierten a los 100 metros llanos de la competitividad, en los 110 con vallas en las juegos paraolímpicos.

La idea de que se les otorgue algún beneficio en los insumos es consagrar la exacción y es una quimera que agrega elementos distorsivos de los cuales después es difícil salir. Ya estuvimos ahí.

Otros justifican la exacción en que, simplemente, “no hay plata”. Muchachos, si no hay plata es porque se les fue por el caño. Podrían ser más imaginativos. Es sencillo: si hacen falta divisas, dejen que fluyan los frutos del país y quizá zafemos del FMI. No corten las brevas inmaduras.