En el debate por las retenciones a los productos agropecuarios, que en los últimos días volvió al centro de la opinión pública como tantas otras veces en la historia argentina, suele suceder que cada cual toma posición desde conceptos previos. Es decir, es un tema que queda preso de la famosa grieta que separa las visiones de quienes habitamos este país.
Lo distinto en este caso fue que la discusión surgió desde el centro de un gobierno que venía actuando diferente en ese sentido...
No llegó a ser un hecho, pero quedó flotando en el ambiente la intención de un sector del Gobierno de demorar la baja prevista en las retenciones a la soja, como método para achicar el agujero de las cuentas públicas. La idea habría surgido en las conversaciones con el FMI para reducir el déficit fiscal y fue tomada como propia por algunos miembros del Gabinete de ministros, hasta que quedó postergada por la intervención definitoria del presidente Mauricio Macri, coherente con las medidas que tomó en la primera semana de su gobierno y que depararon algunos de los mejores números que su Gobierno puede mostrar al cabo de 30 meses.
En ese sentido, cabe tener en cuenta -según destacó la Bolsa de Comercio de Rosario- que la soja es el único cultivo que actualmente sigue tributando derechos de exportación (DEX). De todos modos, está en vigencia un cronograma de reducción que baja la alícuota a razón de medio punto por mes. Ese cronograma arrancó en 30% en enero pasado, se ubica ahora en 27% y debería llevar el impuesto a 24% a fines de este año y a 18% en diciembre de 2019.
Si la cosecha de soja no hubiera resultado tan dañada, y tomando un valor FOB promedio (contando los subproductos) de US$ 380 por tonelada, el complejo sojero podría haber exportado por US$ 20.000 millones y hubiera tributado unos US$ 5.300 millones. Pero ese potencial de recaudación se redujo para el fisco tan aceleradamente como la cosecha para los productores. En el mejor de los casos, se podrían concretar embarques por poco más de US$ 13.000 millones y la recaudación por retenciones se ubicaría en torno de US$ 3.600 millones.
Ese visible descenso de los ingresos al fisco en materia de retenciones provocó que en los últimos días proliferaran los rumores señalados, y algunos fundamentaron que el aumento del tipo de cambio justificaría el retoque a la presión tributaria, como si las pérdidas por cuestiones climáticas no hubieran existido y a los productores agropecuarios les “sobrara” para ayudar al resto de los actores económicos del país. Con todo, de acuerdo con los datos finales de la AFIP para 2017, las retenciones aportaron un magro 2,5% a las arcas oficiales, ya que significaron ingresos por $ 66.121 millones de pesos frente a un total recaudado de 2.578.000 millones.
En ese marco, Clarín Rural consultó a 4 economistas de distintas consultoras especializadas, incluso no directamente vinculados al campo, para que analizaran el mecanismo de las retenciones en el contexto de las medidas económicas que permitirían no sólo salir de la inestabilidad macroeconómica, sino visulmbrar un futuro para todo el país En ese sentido, Fausto Spotorno, de Orlando Ferreres y Asociados, Martín Tetaz, Diana Mondino (Universidad CEMA) y José Luis Espert, coinciden en la importancia de estimular al sector agroindustrial como fuente de generación de divisas y de desarrollo para toda la sociedad. Coinciden que no se pueden estar cambiando permanentemente las condiciones del negocio y que de intensificarse la presión fiscal al campo sería un freno para nuevas inversiones y generará menos ingresos aún.
Espert analizó que “cada punto porcentual de retenciones al complejo sojero hoy representa 2.700 millones de pesos por mes, por lo cual la baja de retenciones vigente implica mensualmente 1.350 millones de pesos por mes menos de recaudación. El impacto puede llegar al 2%, con lo cual no ayuda mucho y generaría un desincentivo grave sobre el sector más dinámico de la economía. No entiendo que a en un país de clara raíz agropecuaria, todos los gobiernos, algunos más otros menos, han complicado al campo. No entiendo que lo primero que hacen es echar mano al campo, es una cosa de locos, es como si a Messi lo pusieran a jugar al rugby, de pilar en Los Pumas”.
Cree este economista que “a esta altura representa una falla en el ADN político argentino, no puede ser que siempre se esté tratando de sacarle al campo, cuando se debería hacer todo lo posible para que el campo explote, porque es la locomotora del país. Es como tener un Fórmula 1 y usarlo para dar vueltitas por el barrio. Es absurdo, un problema conceptual. Si la sociedad permite o avala que se haga eso con su sector más eficiente y productivo, el que más empleo indirecto genera, implica una falla geológica de la sociedad. Porque incluso desde las ciudades más ligadas a lo agropecuario surge una oposición política y empresarial a estos condicionantes contra el campo”.
Spotorno también considera que serìa una locura total, porque el agro fue el “motor de la economía argentina en la era Macri. Por eso, si tocan las retenciones, comprometería el crecimiento y las inversiones que tanto se esperan”.
También opinó que “es una tontería creer que por la suba del dólar los productores ganan más. No están tan cómodos y además el agro es un negocio de ciclos y si el Estado no comparte las pérdidas no debe compartir cuando queda algo. Eso desfavorece las inversiones. Dubai se hizo con el petróleo a precios altos. Y Argentina, más aún si frena la obra pública, mientras espera la reactivación de Brasil lo mejor que puede hacer es estimular al campo, que como motor de reactivación es lo único seguro... si el clima no lo entorpece”.
Tetaz es más “comprensivo” de las ideas surgidas en el Gobierno como posibilidad, pero advierte que” durante la década pasada la economía se sostuvo por la soja a 600 dólares. El verso de la estrategia K se develó como inexistente” cuando bajó el precio en Chicago. “El modelo K fue soja y suerte”. recalcó.
En un plano más actual, el analista económico de Radio Mitre y TN, puso en consideración que esta sería la segunda vez que el macrismo le correría el arco al campo. “Es muy dificil proyectar inversiones en un clima de incertidumbre. Porque sigue siendo alta la probabilidad de que el tema vuelva a ponerse sobre la mesa”.
Además, hay que tener en cuenta que las “ganancias extraordinarias” este año no fueron tales. En ese sentido, un informe de la bolsa rosarina, evaluó que “las pérdidas de cantidad, significaron para los productores un quebranto neto por US$ 2.000 millones, sólo para el agro y para toda la actividad económica argentina se puede estimar en US$ 5.900 millones, casi un 1% del PBI.
Esta caída de ingresos netos es el resultante de la suma del menor rinde obtenido en hectáreas cosechadas, los egresos devengados en sembrar lotes que a posteriori no han podido cosecharse, y el costo de oportunidad de las tierras que quedaron fuera del sistema productivo esta campaña”.
En tanto, Mondino fue más categórica. Consideró que “no deberían llamarse retenciones porque no se devuelven nunca, es un impuesto a las ventas, e implica una carga impositiva más alta que a cualquier otro sector. Lo más grave es que desincentiva una actividad que puede dar mucho dinamismo a toda la economía. Quedó demostrado en los dos últimos años cuando se eliminaron al trigo y al maíz, que multiplicaron su producción, la generación de divisas con beneficios a toda la economía y el empleo asociado, que pocas veces se valora en su justa dimensión”.
Al respecto, la docente de UCEMA explicó que, por ejemplo, si se hacen dos cultivos por año, eso puede determinar un movimiento de otras cadenas de valor, y la absorción más equilibrada de costos fijos”. Incluso dijo que “no haber podido levantar la cosecha tiene efectos devastadores sobre el precio de la ganadería”.
Pero el efecto va más allá. La falta de ese volumen de granos, coinciden los expertos en economía, deriva en menos fletes, menor actividad en los acopios, contratistas, corredores, bancos, entre otras actividades asociadas. Así las cosas, la pérdida global va mucho más allá de la actividad rural.
El telón de fondo es que el déficit fiscal se compone de ingresos y egresos. No sólo hay que pensar en reducir, sino también en ampliar. “Para que la Argentina logre ser competitiva algún día, y no estemos pensando siempre en que la inversión se financia con deuda, debemos fomentar el ahorro en la economía, cualquiera sean los recursos, y en eso la agroindustria es un aliado inmejorable”, concluyó Mondino.