La ciencia de los datos está revolucionando la producción biotecnológica a nivel mundial. Es un fenómeno que impacta tanto en Nebraska (EE.UU.), en Basilea (Suiza) como en Fontezuela, el pueblo cercano a Pergamino, donde Monsanto tiene su centro de investigación en Argentina.

Desde allí surgió un número explícito. “En 2017 se colectaron más datos sobre mejoramiento genético que en la década anterior: 10 terabytes, 500 millones de datos“, dijo Federico Vartorelli, líder de Investigación de Monsanto en América del Sur.

Eso tiene que ver con el Big Data, el proceso de recolección y análisis de millones de datos que permite alumbrar información no observada a la primera impresión y también establecer nuevas correlaciones.

La ciencia de los datos aplicada, para una agricultura de precisión, permite estudiar a fondo cada lote para determinar sus cualidades agronómicas, y luego elegir la mejor variedad para esa zona o parcela, de manera de optimizar el uso de insumos, adecuando las dosis a los diferentes ambientes, para lograr una producción más sustentable.

Hacia el mismo objetivo contribuyen la Inteligencia Artificial, para identificar localidades que aportan información que resuelve desafíos presentes y futuros, los modelos predictivos que se valen de datos históricos para anticiparse a cambios en las condiciones agrícolas, y la “internet de las cosas”, para obtener, a través de drones, nuevos datos digitalizados para cada plot y planta.

El “seed chipping”, una técnica de raspado de la semilla, es automatizado y amplía el mapeo genético.

Los canales de información conectados a nivel global apuntan a obtener datos agronómicos para que los productores pueden decidir qué, dónde, cuándo y hasta la cantidad de los productos a utilizar. Más allá del volumen disponible, el abanico se abre por la posibilidad de interacción entre distintas experiencias.

Compartir información amplía el horizonte a todos los que actúan como en un gran equipo. Monsanto emplea en el área de Investigación y Desarrollo a 4.100 personas en 49 países. Esto permite a su vez contemplar una mayor diversidad ambiental, para prescripciones localizadas. Los productos se prueban en ambientes cuyas características se asemejan a los de los productores.

También es diverso el origen de los aportes. “Estados Unidos es un gran proveedor de tecnología, pero también provienen soluciones diversas desde otros países donde la presión de algún fenómeno biológico es más fuerte“, explicó Vartorelli.

En metáfora futbolera, podríamos decir que todo ese combo informativo tira el centro y los fitomejoradores cabecean. La clave, claro, es que el criterio humano determine como definir “frente al arco”. Estar bien parado en el área, en términos científicos significa tener un bagaje de conocimientos para manejar la multiplicidad de opciones, crecientes y cada vez más potencialmente específicas.

Los investigadores también tratan de anticiparse a la jugada. Eso explicó Guillermo Van Becelaere, líder de investigación para soja y maíz en Argentina, un ”cerebro argentino” repatriado tras su doctorado en Estados Unidos, quien describió el caso del Mal de Río Cuarto, una enfermedad que se detectó en la década del ‘80 y cuya resistencia resultó clave para la expansión del área.

Esa inversión anticipada en mejoramiento contribuyó a que el promedio de rendimiento de maíz en el país se duplicara en los últimos 25 años, aunque se desaceleró mientras el cereal fue gravado con derechos de exportación.

En la planta de Pergamino, que progresivamente va derivando sus actividades a las de Fontezuela y Rojas, Pablo Talano, líder de soluciones agronómicas integradas, mostró “la cocina” de otro tipo de tecnologías, las prescripciones que buscan reducir las brechas de rendimiento. Aseguró que “existe una respuesta específica de cada híbrido por ambiente”. Y en soja “se puede ajustar por lote, según los atributos del suelo”.

En suma, con este panorama del estado del arte en la “agricultura de datos”, Monsanto mostró sus credenciales en la recta final hacia su integración con Bayer, un proceso muy intenso e inquietante como el ritmo de desarrollo que hoy ofrece la biotecnología.

Inteligencia, en la mayor planta global de híbridos

En términos de infraestructura, la escala más imponente de la recorrida por las instalaciones de Monsanto en el norte bonaerense, es sin dudas la visita a la planta María Eugenia, situada en las afueras de Rojas. Se trata de un predio de 22 hectáreas que fue inaugurado en 1994 con el sello de Dekalb, y tuvo su mayor expansión entre 2006 y 2008, hasta la Resolución 125...

Esa planta, la más grande del mundo entre las dedicadas a la producción de semillas híbridas, va camino a una fuerte modernización, que más que expandirla la dotará de “procesos inteligentes”, para aumentar la eficacia de sus operaciones.

Con una inversión de $ 200 millones, se apunta a instrumentación de avanzada, que intercambie datos y productos de forma más automatizada, e interconecte mejor los equipos.

Con todo, el proceso de deschalado, clave tras la cosecha en espigas, y otros hasta el embolsado, requieren del ojo humano para controlar todo lo que hacen las máquinas.

El gerente de planta, Franco Donati, detalló que allí trabajan unas mil personas en el pico de campaña, para producir 3,6 millones de bolsas por año.

Como la histórica planta de Pergamino (ex Cargill) se desactivará pronto (se loteará para barrios residenciales), la de Rojas ampliará su ya complejo despliegue de galpones y oficinas.