Pocas veces antes se presentaron situaciones tan disímiles en los lotes de soja y maíz. Desde el cero absoluto en rinde por pérdidas totales causadas por inundaciones o granizo hasta rendimientos que seguramente perforarán los techos de producción conocidos. Entre unos y otros hay un mundo de diferencia. En el medio de estos dos extremos se pueden observar situaciones de todo tipo como los cultivos que quedaron chamuscados por la intensa seca que sufrió el sudeste bonaerense.
Hay agricultores que se quedarán con las manos vacías con poco o nada para
cosechar y están también los que ya se están refregando las manos observando el
extraordinario desarrollo que tienen sus cultivos, por fuera de toda medida
conocida. Sojas que tienen más de un metro ochenta de altura y que quizás se
fueron en vicio y maíces que parecen árboles. En definitiva, es la cabal
expresión que el clima de esta campaña se presentó en su versión más caprichosa:
a algunos les dio todo y a otros no sólo no les dio nada, sino que también les
sacó lo poco que tenían. El riesgo agrícola creció en esta campaña en forma
exponencial.
Hablar entonces de esta campaña ajustándose sólo a los rendimientos promedios
será contar sólo una parte muy pequeña y parcial de esta película.
Lo que no hay dudas es que con este mosaico de situaciones se exacerbará entre los productores el eterno debate sobre la conveniencia de hablar o no de las buenas noticias que vienen del campo, en este caso de los rindes de excepción.
Para algunos productores que salga publicado que un fulano sonriente obtuvo 80 quintales de soja por hectárea es motivo de una fuerte rabieta con indigestión incluida. Primero los asalta el temor que la sociedad reciba un mensaje equivocado. "No a todos les fue bien y ese rinde los sacaron unos pocos en una pequeña superficie", se atajan.
Sin embargo, el mayor pánico que sufren y que lamentablemente está justificado por experiencias pasadas es que como los tiburones el Gobierno huela sangre, es decir, plata. Y vayan por ellos. Poco importa que la presión impositiva sobre la producción se mantenga como la más alta de la historia, siempre habrá un motivo para que la Nación, las provincias y hasta las municipalidades inventen un nuevo gravamen.
Durante la década ganada K este sentimiento de censurar cualquier tipo de logro obtenido por la producción estaba exacerbado. No era para menos: el campo fue un enemigo declarado.
Pero hoy con un gobierno que cambió las reglas de juego y que tiene un presidente que no pierde oportunidad en afirmar que "el campo es el motor del país" y no sólo un recurso fiscal para cobrar impuestos, por lo menos deberían repensarse estas costumbres adquiridas.
Sería una forma valiente de dar un debate que permanece en sordina: ¿está prohibido decirle a la sociedad que los productores pueden llegar a ganar plata?
Se necesita, por supuesto, una sociedad madura para aceptarlo. Y aquí se dividen las aguas. Por un lado, están los productores que creen que este fenómeno de responsabilidad colectiva nunca va a llegar y por lo tanto fogonean las expresiones gremiales del "todo está mal, todo el tiempo". No importa la actividad, sea la agricultura, la ganadería o la lechería, todo está mal o por lo menos nunca alcanza. De esta actitud surge esa caricatura que tiene buena parte de la sociedad de ver a los productores como a los eternos llorones.
Pero están también los productores que creen que las sociedades maduran si se antepone siempre la verdad. Para ellos no todas son pálidas y saben diferenciar que también hay buenas noticias que vale la pena comunicarlas porque pueden servir de inspiración para mucha gente. Está probado que las sociedades y las actividades productivas mejoran sobre la base de un procedimiento que se repite: un sector pica en punta y obtiene un logro que al comunicarlo genera motivación y ganas de imitarlo. Por el contrario, si nada ni nadie se destaca lo que se propaga es la mediocridad.
Un rinde agrícola de excepción, como una altísima ganancia diaria de peso en la ganadería vacuna o un récord en producción individual de una vaca lechera, es como la marca olímpica de Usaín Bolt al pulverizar los 100 metros en 9,58 segundos.
No representan un promedio. Pero siempre significan logros que valen la pena festejar y después intentar superar. Ocultarlos sería un despropósito.