Lo peor no ha sucedido todavía. Faltan los spots televisivos que empezarán a emitirse en los próximos días y que, según anticipan voceros del partido gobernante, serán tan duros contra Mauricio Macri como la campaña negativa que el oficialismo ya lanzó en tuits, en declaraciones de funcionarios o en mensajes dirigidos a trabajadores de sindicatos cercanos al kirchnerismo. La penetración de la televisión en amplios sectores sociales supera, sin duda, a cualquiera de los métodos ya ensayados. La campaña lleva consigo, sin embargo, su propio antivirus. Consiste en la incapacidad del Gobierno para conducir con coherencia la campaña electoral y para, al mismo tiempo, dejar de producir decisiones que provocan verdadero temor en muchos argentinos.
Las campañas negativas son habituales en un ballottage y, más aún, cuando
escasean las razones para pedir el voto para el candidato propio. "Scioli no
puede enamorar a nadie más; hay que impedir que la gente se enamore de Macri",
dijo ayer, con notable cinismo, un exponente del oficialismo. Ese tipo de
campañas son, por eso mismo, un signo de debilidad más que cualquier otra cosa.
O de desesperación. Es mejor que la política discuta sobre los tuits contra
Macri (tomados ya en sorna por la comunidad tuitera) y no que se detenga en las
últimas decisiones del gobierno de Cristina Kirchner. Ayer echó a uno de los
jueces de la Cámara de Casación que debían dictaminar sobre la
constitucionalidad del tratado con Irán. Dos jueces cercanos al Gobierno, y que
llegaron a sus puestos por la polémica ley de subrogancias, aceptaron la
recusación de Juan Carlos Gemignani, un juez con prestigio en esa cámara. El
Gobierno se adelantó a un posible y próximo fallo de la Corte Suprema que
confirmaría la inconstitucionalidad de esa ley de subrogancias. ¿Qué asusta más?
¿Lo que un candidato podría hacer, sin ninguna prueba de que lo haría, o lo que
el Gobierno está haciendo aquí y ahora?
El principal problema de Scioli es que la campaña negativa contra su rival es la única alternativa que tiene para mostrar cierta unidad del oficialismo en torno de su candidatura. Las campañas negativas tienen mala prensa en la Argentina y, además, no son en este caso garantía de un total abroquelamiento del fracturado peronismo. Cualquier otra salida le está negada a Scioli. Su capacidad para prometer cambios se ha encogido notablemente desde que Cristina Kirchner recordó que ella había vetado una ley de la oposición que disponía el pago del 82 por ciento móvil a los jubilados. La Presidenta hizo esa aclaración el mismo día en que Scioli prometió que les pagaría a los jubilados el 82 por ciento. Las promesas de Scioli se limitan ahora a una vaga descripción de eventuales tiempos mejores si él fuera presidente.
El factor Aníbal
Tampoco ha podido sacar de la televisión la presencia constante de Aníbal
Fernández, que se obstina en desmentir a Scioli cada mañana. En su última
declaración, el inverosímil jefe de Gabinete aseguró que "escuchó por teléfono"
una declaración de María Eugenia Vidal sobre supuestos recortes a un plan
educativo. ¿Qué escuchó? ¿Una conversación telefónica hecha por los servicios de
inteligencia? ¿O, acaso, la grabación editada de una reunión de la que participó
Vidal, también consumada por los servicios de inteligencia? En cualquier caso,
se está pavoneando en el escenario político con un estilo pendenciero, tosco y
orillero. El mismo estilo que la sociedad repudió ampliamente el 25 de octubre.
Scioli ni siquiera pudo lograr que escondieran durante la campaña al dirigente
filonazi Luis DElía y a Fernando Esteche, el jefe de la violenta organización
Quebracho, que perpetra el vandalismo con disciplina militar. Ésos son
personajes que por derecho propio provocan el temor de amplios sectores
sociales.
El peor conflicto de Scioli es que ese tipo de campaña lo deja sin su mejor (y único) capital político: la fama de buena persona, de político tolerante y de hombre respetuoso con la disidencia. Scioli no tiene prestigio de gran gestor ni de buen estadista ni de haberse opuesto a las peores cosas del kirchnerismo. El único aspecto que la sociedad valoró en él es que es diferente de los Kirchner. Pero el método que Cristina Kirchner hizo prevalecer en la campaña (decidido siempre, como es ella, a confrontar y descalificar) podría borrar de la memoria colectiva aquellos atributos del candidato del Gobierno. Ésa es la conclusión de la mayoría de los analistas de opinión pública, que señalan también el efecto contrario de las campañas negativas en el país.
Es también (y esto es lo más importante) la opinión del peronismo, si a éste
se lo entiende expresado por gobernadores e intendentes. José Pampuro, un ex
ministro de Néstor Kirchner y actual vicepresidente del Banco Provincia,
cuestionó ayer duramente la estrategia de atacar con descalificaciones a Macri.
Pampuro es un peronista de vieja militancia y fue un estrecho colaborador de
Eduardo Duhalde durante la presidencia de éste. "Que Aníbal Fernández se calle.
Ya perdió. Y si tiene algo que denunciar contra María Eugenia Vidal, que se
presente ante la Justicia. Es hora de dejarlo a Scioli que maneje su campaña en
los últimos días que quedan. Yo no tengo dudas: ellos quieren que Scioli
pierda", dijo ayer, claramente descontento, en referencia a la estrategia de la
campaña negativa.
¿Expresa Pampuro lo que Scioli no quiere o no puede decir? Pampuro asegura que nunca conversó sobre sus declaraciones con Scioli, pero que manifiesta, de algún modo, lo que escuchó entre gobernadores e intendentes peronistas que ganaron en sus territorios. "Si Scioli perdiera, ellos asumirían después de una derrota nacional. Nadie quiere empezar así", agregó Pampuro. Otras versiones coinciden con la opinión de Pampuro. Dirigentes peronistas del interior advierten que por el camino elegido Scioli va derecho a una derrota. "La gente pidió un cambio y nosotros le ofrecemos a Aníbal Fernández todos los días", agregó un gobernador peronista. "La estrategia de ensuciar es propiedad exclusiva del kirchnerismo, no del peronismo", dijo ese mandatario provincial. Paralelamente, Scioli comenzó a moderar sus declaraciones. Su termómetro peronista funciona todavía.
Ninguno de ellos, no obstante, tiene solución para el problema de fondo del kirchnerismo, incluidos Cristina Kirchner y Aníbal Fernández. El terror a Macri es de ellos, pero no por Macri, sino por la histórica dinámica de la Justicia. Más allá de lo que pueda opinar Macri, lo previsible es que los jueces activarían en el acto todos los casos de corrupción del kirchnerismo en caso de que triunfara el candidato de Cambiemos. Los jueces (o muchos de ellos) pertenecen a una estirpe política con sensible olfato político. Serían los primeros en encaramarse sobre una ola de cambios en la sociedad argentina. Ya lo hicieron cuando se terminó el menemismo. ¿Por qué no lo harían cuando se terminara el kirchnerismo? Esto explica, además, la desesperación del oficialismo para neutralizar la presencia de jueces independientes, como sucedió ayer con Gemignani, juez de la más alta instancia del fuero penal del país.
Una vieja costumbre se suma a los obstáculos concretos de ahora. El kirchnerismo no empezó con la difamación en la actual campaña contra Macri. El periodismo y los medios periodísticos fueron su primer objetivo de mentiras y calumnias, y esa campaña no cesó nunca. Siguió luego con dirigentes políticos opositores (por ejemplo, el fallecido Enrique Olivera o Francisco de Narváez) y terminó contra empresarios y jubilados, contra cineastas y sindicalistas. Las costumbre es también el mejor remedio contra la campaña negativa. El kirchnerismo no está haciendo nada nuevo.