Las encuestas no le dieron buenas noticias (poco crecimiento en la intención de votos y caída de su imagen positiva), pero nada indica que los números de ahora sean los de octubre.
Si la lluvia no volviera a ensañarse con los argentinos, es probable que gran parte de la sociedad haya olvidado las inundaciones cuando vaya a votar. Por ahora, de todos modos, el ballottage de noviembre es la posibilidad más cierta, según casi todos los encuestadores. La dificultad de Scioli no son los tuiteros de Macri, sino los problemas que le provoca una administración bonaerense con demasiadas cuestiones pendientes, los conflictos internos del kirchnerismo y la confusión del peronismo bonaerense.
Scioli, además, comete errores que antes evitaba. El más iridiscente de ellos fue, sin duda, el viaje de descanso a Italia, el gesto que provocó más rechazo social que las propias inundaciones. Acaba de cometer otro. Envió a hacer la denuncia contra el macrismo por la guerra de los tuits a Carlos Gianella, su funcionario dedicado casi exclusivamente a denostar a los opositores por la redes sociales. ¿Para qué quejarse de la agresión de opositores en las redes sociales si el que se queja es un agresor en ese mismo universo? El kirchnerismo no tiene, en verdad, autoridad moral para escandalizarse por el uso político de las redes sociales. Fue el primer grupo político en crear un ejército de tuiteros (los llamados "ciberK") decididos a descalificar, difamar e insultar a los opositores y a los periodistas críticos. Esos huéspedes kirchneristas de las redes sociales existen desde hace por lo menos siete años.
¿Es Macri el que usa a Scioli o es Scioli el que usa a Macri? El jefe porteño es un buen atajo del gobernador bonaerense para ocultar incluso las explosivas cuestiones internas con el kirchnerismo. De cualquier forma, Macri cosecha también sus réditos. No hay nada mejor en una campaña electoral que la identificación clara del enemigo, sobre todo cuando los dos (o uno de los dos, Macri) necesitan la polarización. No es menos cierto, a la vez, que el reproche de Scioli le permite a Macri poner de nuevo las inundaciones en la primera plana de los medios.
La parte más novedosa de esta saga fue el cambio de talante de Scioli. Pasó de prometer la pacificación política y social a declarar la guerra. Osciló del viejo respeto a su amigo Mauricio a denunciarlo a éste penalmente por una razón irrazonable: la proliferación de tuits antisciolistas. Hasta se peleó públicamente con su vieja amiga Mirtha Legrand, a quien siempre trató con especial deferencia. Puede haber algo de estrategia en Scioli, pero esos datos indican también que hay algo que lo molesta. Y no es Macri.
Es probable que Scioli vuelva a verse con Cristina Kirchner esta semana. La actuación sobre el teatro de la política no borrará lo que sucedió detrás del escenario. Cristina no sólo estuvo enfadada con Scioli por las inundaciones y su viaje a Italia; tampoco le gustó que haya cosechado menos del 40 por ciento de los votos nacionales en las primarias. Así lo dijo (y hay que creerle) el más inconfundible vocero de la Presidenta, su hijo Máximo. Ya nadie ignora, por otro lado, que la prioridad de Scioli es que Aníbal Fernández se mantenga lo más alejado posible del espectáculo público. Cristina lo sabe.
Sin embargo, la Presidenta lo mandó a Aníbal a presidir el acto central en homenaje a San Martín. Imposible mayor exposición. Poco acostumbrado a esos fastos, el jefe de Gabinete dijo un discurso con afirmaciones manipuladas y aseveraciones que directamente no son ciertas. ¿Quién le dijo a este abogado y contador que San Martín fue un prócer escondido por la historiografía argentina? Es, por el contrario, un héroe unánime de la historia nacional. Aníbal dijo, en fin, palabras que no se merecían San Martín ni los argentinos.
Aníbal Fernández tampoco era así. Su sobreactuación kirchnerista no hace más que mostrar a un político también débil. A propósito, ¿quién ha hecho más por debilitar a Scioli en los últimos días? ¿Cristina o Macri? La tenaz oposición de Macri estaba prevista en cualquier catálogo electoral. La maniobras secretas de Cristina son imprevisibles y, quizás, más destructivas.
Recorte de fondos
Hay algo que ni Scioli ni Cristina ni Aníbal dicen. Gran parte de la culpa por la falta de obras de infraestructura hídrica en la provincia de Buenos Aires se debe a los antiguos castigos de Cristina a Scioli. En junio de 2012, la Presidenta decidió no girarle al gobernador bonaerense los recursos necesarios para pagarle el medio aguinaldo a la administración pública. Scioli vivió semanas de infarto. Juró después de esa experiencia que nunca más quedarían los sueldos expuestos a los humores de Cristina. Despojó de recursos a muchas partidas presupuestarias (lo hizo también durante los años sucesivos) para cumplir un objetivo tan dramático como modesto: juntar dinero propio para pagarles el salario a los empleados públicos. Ésa es una verdad que ninguno podrá negar.
Tanto Scioli como Aníbal tienen, a todo esto, un problema enorme en la provincia de Buenos Aires. Ninguno de los dos sacó buenos porcentajes de votos, a pesar de que los dos ganaron lo que se propusieron. Scioli fue el candidato presidencial más votado en ese monumental distrito, y el jefe de Gabinete le ganó a Julián Domínguez la interna kirchnerista por la candidatura a gobernador. La cuestión central ahí es que el terreno en el que se mueve el peronismo se convirtió en fangoso y resbaladizo. Casi todos los viejos caudillos del conurbano hicieron malas elecciones, algunos ganando y otros perdiendo. Es una vergüenza que no habían pasado nunca. Un espíritu entre resentido y vengativo se apoderó de ellos.
Scioli desconfía tanto de esos caciques que estableció con precisión, y con un mapa en la mano, los lugares donde hizo las peores elecciones. Decidió mandar a cada uno de esos municipios un delegado electoral que trabajará directamente en su nombre. Tiene razón. Los intendentes que perdieron creen que la derrota vino de la mano de la fractura del voto peronista por la intromisión de un candidato cristinista. Muchos de los que sacaron bajos porcentajes de votos también debieron lidiar con un candidato de la Presidenta, además de los de la oposición. Están dispuestos (por venganza o por especulación) a trabajar más por la oposición que por el oficialismo.
En ese vasto universo de conflictos internos, en el que se mezclan el malhumor presidencial y el enfado de los barones bonaerenses, la guerra con Macri por los tuits es una batalla inverosímil. Sólo expresa la densidad de los problemas internos del candidato presidencial oficialista y, al mismo tiempo, su necesidad política de apartar de los ojos del público lo que realmente importa. Las inundaciones, la devastación, la impericia y la crisis interna.