Son muchas las veces que vemos a políticos hacer sus recorridas de manera mediática por las zonas afectadas y anunciar en conferencias de prensa los materiales que les hacen llegar a las víctimas. Nadie se puede poner en contra de que se socorra a las víctimas de una inundación. De hecho, hay evidencia de que los votantes premian a los oficialismos por el gasto en la atención del desastre (la emergencia). Pero, por el contrario, al votante no le interesa en el corto plazo que el gobierno gaste en la preparación y la planificación en la gestión del riesgo de inundaciones. Esto, a su vez, hace que haya pocos incentivos para los políticos en implementar políticas públicas que apunten a evitar las inundaciones. Cuando se hacen obras preventivas, por más carteles que se pongan, los trabajos se despliegan debajo del suelo y su eficiencia es poco percibida. Cuando la gente no se inunda tras las obras, piensa que es porque llovió menos que antes.

Las decisiones en planificación urbana que acompaña la gestión del riesgo de inundaciones van a contramano de grupos de interés muy poderosos. Por ejemplo, muchos desarrolladores inmobiliarios hacen lobby en los municipios para obtener permisos de construcción en zonas inundables o humedales que sirven para atenuar las crecidas de una inundación. La tendencia mundial para atenuar las inundaciones no es hacer grandes obras hídricas, sino permitir que ciertas zonas se inunden (lo que se denomina en inglés room for the river). Pero esto implica dejar áreas improductivas o no urbanizables en detrimento de intereses económicos y desarrollos inmobiliarios.

Otra tendencia que se implementa en los países con una buena gestión del riesgo de inundaciones es que en las zonas urbanas se aumente la infiltración en el suelo. Esto implica el uso de pavimentos permeables o articulados y el desarrollo activo de zonas verdes a lo largo de las urbanización (jardines, parques, techos verdes o veredas con espacios verdes). Sin embargo, esto genera barro y molestias cuando llueve. Aunque a largo plazo es un beneficio, el barro en los zapatos o en los autos molesta al votante urbano. Por lo tanto, el político está incentivado a ofrecer pavimento impermeable, que en el inconsciente colectivo es sinónimo de desarrollo urbano. El pavimento no sólo genera impermeabilidad, sino que también hace que el agua escurra mas rápido y ponga en riesgo la seguridad física de las personas en una inundación. Además, aumenta los picos de los caudales, empeorando el efecto de las inundaciones.

Cuando se hacen grandes obras (especialmente aquellas que les gusta inaugurar a los políticos como marca de su gestión) y luego en el largo plazo no hay mantenimiento, una falla en la infraestructura puede agravar peligrosamente la situación. Por ejemplo, la ruptura de una defensa que protege a una ciudad de un río puede llegar a generar muertes por la forma en que se libera el agua y la rapidez con que se genera la inundación. Estas obras tienden a comunicarse políticamente como definitivas, lo cual, en el tiempo, borra del inconsciente colectivo el riesgo de inundación siempre presente y la necesidad de contar con planes de contingencia cuando los eventos superan la infraestructura implementada.

Las inundaciones son eventos recurrentes dominados por la naturaleza que no se acabarán nunca. El hombre logró adaptarse y en algunos lugares del mundo ha logrado minimizar los impactos sobre las vidas humanas y los recursos materiales. Hay que entender que la gestión del riesgo de inundación es un proceso continuo (con lluvia o sequía) y las herramientas para implementarla pueden convertirse en una oportunidad para el desarrollo urbano y social. Esto quiere decir que si planifica, gestiona y comunica bien, el político puede aumentar el caudal de votos.