La campaña electoral ha dado un giro. Daniel Scioli y Mauricio Macri dejaron la condescendencia con que se venían tratando y comenzaron a lanzarse envenenados pompones. El gobernador responsabiliza al macrismo por la difamación que sufre en las redes sociales a propósito de su efímero viaje a Italia en medio de la inundación de una treintena de distritos de Buenos Aires. El presidenciable del PRO replicó, aclarando antes el afecto que siente por su contrincante, que el drama vivido por miles de bonaerenses no daría para la victimización que, a juicio suyo, estaría persiguiendo Scioli.
El contrapunto estaría indicando la espesura, similar a la de una hoja de papel, con la que sigue transitando la discusión política en la Argentina. A la meta de las elecciones de octubre le restan todavía dos meses y pico. No sería un recorrido prometedor. Otro aspecto empobrecedor de la escena resultan las denuncias, inevitables, de Felipe Solá.
El postulante a gobernador del Frente Renovador apunta al robo de ciento de miles de votos en la Provincia. En Formosa habría sucedido algo parecido, con la participación de ciudadanos paraguayos en el acto electoral. Hay aprontes similares en Tucumán, donde se vota el próximo domingo. Nunca debería perderse de vista que la democracia cumplirá 32 años de recuperada. No habría logrado hacer fiable su columna elemental: la de la transparencia de un comicio.
Aquel enojo y acusación de Scioli contra Macri habría respondido antes a una urgente necesidad para salir del paso que a una estrategia meditada. La respuesta del ingeniero contuvo la misma lógica. Pero ninguno de los dos habría realizado todavía un reseteo profundo de las PASO pensando en lo que viene. La presunción de una polarización naufragó con la resistencia que exhibió Sergio Massa.
Scioli tendría múltiples frentes abiertos que deberá apaciguar para enfocarse en la campaña. El primero de ellos refiere a Cristina Fernández y Carlos Zannini. A la pareja del poder se le atravesó en la garganta aquel viaje del gobernador a Italia. La mayoría hizo hincapié en la desaparición pública de la Presidenta. Ese impacto disimuló el silencio y la escasa participación del candidato a la vicepresidencia en las horas más aciagas del drama del agua. La química siempre ponderada entre los integrantes de la fórmula habría resultado alterada por algún reactivo. ¿Una dura recriminación, acaso, del secretario Legal y Técnico?
El desencuentro, tal vez, no haya sido el peor disgusto que sufrió el gobernador de Buenos Aires. El lugar público de Zannini fue ocupado por Aníbal Fernández desde que se desató el desastre. Desdoblado en sus dos papeles: jefe de Gabinete del gobierno de Cristina y candidato a gobernador de Buenos Aires.
Aníbal Fernández es casi una contracara perfecta de Scioli a la hora de actuar. El gobernador ama las vaguedades. De allí la repercusión de los intercambios que se dispensó con Macri.
El jefe de Gabinete acostumbra ser frontal, mordaz y brutal. Al sciolismo no le inquieta tanto su contrapunto con Solá por los votos robados o el transcurrir del narcotráfico en los suelos bonaerenses. Se alarmó, en cambio, cuando Aníbal cargó contra María Eugenia Vidal, la candidata del PRO, por haber recorrido las zonas inundadas. Esa mujer estaría ahora mismo en estado de gracia, luego de la sorpresa que brindó en las PASO. Un brulote de Aníbal Fernández podría significarle, quizás, un montón de futuros votos.
El jefe de Gabinete tuvo, por otra parte, la osadía de rozar los flancos débiles de Scioli. Nadie repararía ahora en los esfuerzos que hizo para no colocarle un escudo al gobernador en las horas de su periplo de ida y vuelta repentina a Roma. Empezó a insinuar además deficiencias de la gestión bonaerense. Suelto de cuerpo, expresó que habría llegado el momento de “redefinir cuentas en Buenos Aires”. En lenguaje llano: ocuparse más de la gestión que de la campaña. Establecer prioridades y hacerlo con corrección.
El candidato a gobernador, pretendiendo señalarle un camino al candidato a Presidente. La alta exposición de Aníbal Fernández podría transformarse en asunto insoluble para Scioli. Cuando no hable sobre la Provincia lo hará sobre alguna controversia en el país. Difícilmente con hechura componedora. En cualquiera de sus dos papeles, las palabras y los hechos de Aníbal impactarían sobre Buenos Aires. Allí podría radicar, precisamente, el secreto para que Scioli pueda despegar y ganar en primera vuelta. O estancarse y ser empujado por Macri y Massa a un imprevisible balotaje.
El gobernador estaría planificando ciertas emergencias ante una realidad –el peso objetivo del jefe de Gabinete en la campaña– que no estará en aptitud de controlar. Por lo pronto, empezará desde mañana a mostrarse en público con Julián Domínguez. El titular de la Cámara de Diputados fue derrotado en la interna del FpV. Pero cosechó alrededor de 1.500.000 sufragios. Ese sería el reservorio que también figuraría en la mira de Vidal y de Solá.
¿La totalidad de esos bonaerenses estarían dispuestos a acompañar también a Aníbal? ¿O podrían desgranarse entre los aspirantes del PRO y del Frente Renovador? Si así ocurriera, podría resultar fatal para Aníbal. Pero también para Scioli.
El candidato K requiere que no se fugue ningún voto peronista. También necesita de los disidentes. Eso explica por qué razón, con mucha premura, Massa cerró trato con José Manuel de la Sota, luego de derrotarlo en la primaria de UNA.
Macri también está oteando con intensidad ese territorio. Aunque tendría una decisión inicial en este tramo de la campaña diferente a la anterior: no polemizará tanto con Massa porque con tal ardid fracasó en las PASO. No polarizó como esperaba. En esta instancia le harían falta, incluso, los servicios del diputado del FR para que se convierta en dique de un hipotético estirón de Scioli.
Las aguas en ese y heterogéneo océano opositor están más calmas. Nadie asoma dispuesto a declinar candidaturas. Pero nadie tampoco rehuirá conversaciones. Ya las hay, aún informales, entre dirigentes macristas e intendentes del Frente Renovador con dificultades para defender comarcas. No habría que desechar que Macri y Massa puedan aparecer juntos en alguna fotografía circunstancial.
Esa necesidad argumentaría la audacia de Macri de provocar a Scioli durante las inundaciones. De pretender ocupar con su tropa el espacio vacío dejado por el gobernador. El sciolismo corrió entonces en busca de su victimización con la denuncia de una campaña sucia del macrismo en su contra. Con videos, fotos y otras yerbas, en su mayoría apócrifas, distribuidas en las redes sociales. Un aprendizaje de los militantes amarillos que tuvieron estos años una verdadera academia en las diestras y turbias prácticas del kirchnerismo y la complicidad de Scioli.
Nadie deberá alarmarse demasiado por esos cruces. Forman parte apenas de la guerra de pompones entre aquellos candidatos. Otra cosa sería si, en algún momento, estuvieran dispuestos a dispararse con las verdades ocultas.