Es accesorio que ella consiga o no los objetivos que persigue con esa arquitectura. Cualquiera sea el desenlace de su aventura, la política estará sometida a una dinámica distinta a la que prevaleció en la última década. Muchas categorías con las que se ha venido interpretando el proceso público deberán ser abandonadas. Habrá nuevos actores, nuevas reglas y un nuevo balance de poder. Cualquiera sea el resultado electoral, la vida pública estará reconfigurada en su estructura.

Una de las novedades es que el kirchnerismo migrará hacia el Congreso. Allí van a estar Máximo Kirchner y sus cofrades de La Cámpora. Y allí aspira a estar Carlos Zannini. Ellos ensayaran una revalorización del Poder Legislativo por meras razones de autoestima. Será una nueva exhibición de su plasticidad: la agrupación que les hizo conocer a los argentinos los extremos de cesarismo que se pueden alcanzar en democracia defenderá las virtudes de la descentralización parlamentaria. La iniciativa política del kirchnerismo pasará a las cámaras.

Es difícil predecir las consecuencias de este desplazamiento de la iniciativa política del kirchnerismo desde la Casa Rosada hacia las cámaras. La potencia política del grupo disminuirá si se impone Mauricio Macri u otro candidato opositor. Si condujera su partido a la derrota, la señora de Kirchner deberá prepararse para un duro cuestionamiento interno, encabezado por los oportunistas de siempre, que repetirán el clásico "esto no fue peronismo". En la oposición, el PJ podría verse fragmentado por el debate interno. La crisis se proyectaría sobre los bloques parlamentarios y sería el principal factor de gobernabilidad de una administración no peronista. El poder con el que sueña la Presidenta quedaría disminuido.

En cambio, si triunfara Scioli, el kirchnerismo legislativo estaría más capacitado para condicionar al Poder Ejecutivo. Entre otras razones, porque controlaría la vicepresidencia con Zannini. La presencia de Zannini en el primer escalón de la línea sucesoria ha desatado infinidad de fantasías, muchas de ellas erróneas. Por ejemplo, la suposición de que el secretario legal y técnico sería el cabecilla de un golpe contra Scioli. La alocada secuencia incluiría la renuncia del propio Zannini, para abrir la puerta a un proceso electoral a través del cual regresaría al poder la señora de Kirchner sin tener que esperar a 2019.

Esta premonición no se ajusta al clima emocional con que la Presidenta está viviendo el final de su mandato. Según quienes la tratan con frecuencia, ella atraviesa una etapa olímpica, propia de quien deja el mando con una dosis impresionante de poder, y estima su propia obra como una cumbre de la historia nacional. Acaso la más alta. Esa autoveneración, que sus detractores confunden con megalomanía, es la razón principal por la que Cristina Kirchner no se incluyó en la boleta electoral. Una opción lógica para quien se mira más en el espejo de Lula da Silva, Michelle Bachelet o Bill Clinton, que no se menoscabaron disputando un cargo subalterno -menos todavía mendigando fueros, como hacen los bandidos-, que en el de su propio esposo, muerto en la modesta condición de diputado. La Presidenta ya no se ve a sí misma como un protagonista más de la peripecia doméstica. Ella está discutiendo el estado del mundo con Putin o el Papa.

Que el diagrama de poder de Cristina Kirchner no cobije un "operativo retorno" no despeja la posibilidad de que el actual oficialismo se convierta en una usina de conflictos cuando deje la Casa Rosada. No hace falta agarrarse de la humorada de Eduardo Jozami y su ensoñación de una asonada contra Scioli. Los Kirchner, que ante la menor adversidad denunciaron una confabulación "destituyente", disfrutaron socavando la autoridad ajena. La Presidenta fue gobernadora de Santa Cruz antes que su esposo, dado que ejerció ese interinato como cómplice del motín que en 1990 derribó a Ricardo Del Val. Once años más tarde, el matrimonio se sumó al golpe blanco contra Fernando de la Rúa. Pero no garantizó su disciplina al gobierno posterior: la entonces senadora santacruceña fue una disidente sistemática con Duhalde.

En marzo de 2006, los Kirchner reemplazaron en la gobernación de su provincia a Sergio Acevedo por Carlos Sancho, el socio de Máximo y Osvaldo Sanfelice en su prodigioso negocio inmobiliario. El bachiller Kirchner, que se propone iniciar en el Congreso otra era de la dinastía familiar, heredó esas habilidades: en diciembre de 2011 ordenó a los legisladores que le respondían en la Legislatura santacruceña que retiraran el apoyo al gobernador Daniel Peralta, el Scioli del Sur.

Esta prehistoria "destituyente" agiganta el enigma de Zannini. ¿Qué tipo de vice sería? ¿Un Mariotto o un Cobos? Ayer él mismo se encargó de sugerirlo al recordar sus diferencias de estilo y procedencia con su candidato a presidente. Para poner a prueba esa distancia no haría falta una guerra. Alcanzaría con que las urgencias económicas aconsejaran a un hipotético presidente Scioli tomar alguna medida que requiera del acompañamiento del Congreso. Negociar con los holdouts, por ejemplo.

La fortaleza que construye el kirchnerismo obligará al próximo presidente a una temprana demostración de poder. Scioli estará más necesitado que los demás. Para que esa exhibición no sea contraproducente deberá consolidar una alianza con la opinión pública. Macri, que quizá no esté tan amenazado por este problema, ha mandado a estudiar el instituto del referéndum, hasta ahora brumoso.

La transfiguración parlamentarista del kirchnerismo hará que se preste más atención a instituciones como el veto o los decretos de necesidad y urgencia, que son los recursos de la Presidencia para lidiar con el bloqueo del Congreso. En la perspectiva de este tipo de entredichos adquiere mayor dimensión un proceso que quedó en pausa: el de la integración de la Corte Suprema. La brutal defenestración del juez Carlos Fayt fue desbaratada por el cardenal Mario Poli, quien en su carta de solidaridad al magistrado asumió la representación informal del papa Francisco. Sin embargo, Cristina Kirchner avanzará con su plan después de las elecciones, abriendo una negociación con la oposición senatorial para compartir una Corte ampliada a 7 miembros. El mercado de las especulaciones está agitadísimo y, por eso, hay quien se hace esta pregunta psicodélica: ¿y si Cristina Kirchner terminara como presidenta de la Corte? Como Figueroa Alcorta, habría ejercido los tres poderes del Estado. El máximo tribunal será crucial como árbitro de los desencuentros entre el Poder Ejecutivo y el Congreso.

Hay otra figura que adquirirá color y relevancia: el jefe de Gabinete. Si el presidente fuera Macri, por citar al rival más competitivo de Scioli, tendrá libertad para designar a su ministro coordinador. En cambio, el kirchnerismo podría querer intervenir en la designación de ese funcionario si triunfara Scioli. La posibilidad de esta incidencia deriva de que el jefe de Gabinete tiene una dependencia sutil del Congreso: según el artículo 101 de lo Constitución, se lo puede remover con el voto de la mitad más uno de los miembros de cada una de las cámaras. A primera vista, suponer que la señora de Kirchner, su hijo y Zannini utilizarían esa prerrogativa para negociar con Scioli la designación del "premier" parece extravagante. Pero hay que recordar el dogma de esta congregación: "Nunca menos".

A la luz de esta posibilidad suenan de otro modo las facultades constitucionales del jefe de Gabinete: por ejemplo, ejercer la administración del país; nombrar a los empleados públicos, excepto los que corresponden al presidente; ejecutar el presupuesto. De nuevo: Scioli, más que Macri u otro presidente, deberá demostrar que el país no ingresa en un parlamentarismo atenuado, que lo convierte en un monarca que no manda.

El escenario sería distinto si el poder cambiara de manos. El presidente podría sacar algunas ventajas de las fisuras que se abrirían en un peronismo derrotado. Quien resultara gobernador bonaerense podría desempeñar un rol clave. ¿Seguiría leal a la señora de Kirchner o se ofrecería como alternativa a ella frente al nuevo gobierno? En el orden que está por venir, el jefe bonaerense recuperará su gravitación. La Presidenta pretende, con Julián Domínguez, y en menor medida con Aníbal Fernández, retener el control del mayor distrito electoral, sobre todo si Scioli es presidente.

Estas conjeturas inspiran algunas preguntas: ¿qué presidente tendría la gobernabilidad más garantizada? ¿Scioli o Macri? ¿Cuál de las dos fuerzas que se disputan con mayores chances el poder se parece más a la Alianza de 1999, cuyo espectro Scioli evoca a cada rato? ¿El Frente para la Victoria o Cambiemos? ¿Cuál es la coalición más heterogénea? El programa de Cristina Kirchner tiene limitaciones evidentes. La más obvia es la cantidad de recursos y palancas que administra un presidente. Pero la verdadera dificultad es ella misma. Su nuevo liderazgo le exigirá el abnegado trabajo del caudillo: levantarse muy temprano y pasar el día seduciendo diputados, gobernadores, sindicalistas y punteros. Nunca lo hizo.

Scioli ya comenzó esa tarea. Encomendó al salteño Juan Manuel Urtubey que teja una liga de peronistas del interior en la cual recostarse para neutralizar la amenaza kirchnerista. La jugada introduciría otra innovación en el ciclo que se inaugura: el coro mudo de la dirigencia federal podría recuperar la voz.