Sobresale, sin duda, la elección de Gabriela Michetti como su compañera de fórmula presidencial. La actual senadora es la figura más popular de Pro, después del propio Macri; es conocida en todo el país, y su imagen negativa es casi inexistente. Michetti se enfrentó a Macri hace pocas semanas, en la elección primaria para elegir el candidato a jefe de gobierno. Ella no es, por lo tanto, una dirigente absolutamente disciplinada al líder partidario, aunque siempre se ha mantenido dentro de los necesarios márgenes de lealtad.
Por esos trazos de su perfil personal, su designación significa un importante aporte al proyecto macrista, ya sea en las elecciones presidenciales como en los comicios de la Capital. La elección porteña, que se celebrará dentro de dos semanas, es crucial para la carrera presidencial del jefe porteño. Se ha propuesto ganar en primera vuelta, victoria que no ha sucedido nunca en el distrito desde que existe el sistema de ballottage.
Pero una segunda vuelta podría ser riesgosa (no por una eventual derrota, sino por el posible escaso margen de un triunfo) para las aspiraciones de Macri de ser presidente en octubre. Es probable que en esa potencial segunda vuelta se conforme en torno de Martín Lousteau una alianza de hecho de todo el antimacrismo capitalino, desde el kirchnerismo hasta todos los matices de la izquierda. Ese mosaico diverso buscará desestabilizar no a Horacio Rodríguez Larreta, sino al principal candidato presidencial del antikirchnerismo. Macri osciló en la elección vicepresidencial entre Michetti y Marcos Peña, su hombre de mayor confianza en la administración capitalina junto con el propio Rodríguez Larreta. Peña es un dirigente valioso de la nueva generación de políticos, con una especial formación para definir las estrategias políticas. Su problema es que sus méritos los conocen muy pocos para una elección nacional. Todo el peso de la campaña habría caído, si lo hubiera elegido a él, sobre las espaldas de Macri.
El líder de Pro pensó además en las circunstancias que lo rodearían en un eventual gobierno suyo desde la Casa Rosada. Rodríguez Larreta debería dedicarse a gobernar la Capital y Peña debería encerrarse en el Senado para armar mayorías forzosamente transitorias. Carecería en una eventual gestión presidencial de los hombres que han sido hasta ahora sus dos colaboradores más confiables. Peña, al revés de Michetti, no conoce los resortes ni los protagonistas del Senado. Michetti, en cambio, le aportaría también a Macri su conocimiento del Senado, de sus integrantes, de su reglamento y de sus tretas.
Seguramente Cristina Kirchner lo ayudó cuando designó a Carlos Zannini como compañero de fórmula de Daniel Scioli. Macri no podía anteponerle a ese operador desconocido por la gente común un funcionario también ignorado por el gran público. Contaba, al mismo tiempo, con la seguridad que le había dado Michetti de que los tiempos de confrontación se habían acabado. De hecho, la senadora comenzó la campaña en ayuda de Rodríguez Larreta antes de que supiera si ella sería la compañera de fórmula de Macri. "Desde la noche de las pasadas elecciones primarias, Gabriela se ha portado con una increíble lealtad", suele repetir Macri.
Macri estaba ya ayer en campaña con un mensaje a sus íntimos lleno de contenido electoral: él, decía, había elegido la mejor alternativa que tenía, mientras Cristina seleccionó la peor. Macri ha dejado de mirar a Scioli; sólo se fija en Cristina después de que ésta se exhibió como jefa suprema de la campaña oficialista. La segunda decisión que Macri tomó ayer no fue una iniciativa, como es el caso de Michetti, sino una retractación. Bajó a Cristian Ritondo de la candidatura a vicegobernador de Buenos Aires para ofrecérsela al radicalismo. Tanto María Eugenia Vidal como Ritondo nacieron en la provincia de Buenos Aires (por eso pueden ser candidatos), pero los dos son funcionarios elegidos de la Capital. Vidal es vicejefa de gobierno y Ritondo es presidente de la Legislatura. Un exceso de Capital para ofrecer en territorio bonaerense.
El radicalismo venía pidiéndole el cargo de candidato a vicegobernador para un dirigente de ese partido. Ernesto Sanz fue especialmente insistente para que Macri cambiara su primera decisión. "Es un error proponer en Buenos Aires una fórmula capitalina, sobre todo cuando ya la fórmula presidencial es también capitalina", le repitió Sanz. Macri se reunió ayer con Ritondo y le contó el problema. "Yo me bajo, nunca voy a ser un obstáculo para el proyecto presidencial", le respondió. Macri quedó con las manos libres y lo llamó a Sanz para decirle que el radicalismo tenía el cargo a su disposición.
Ninguno de los candidatos del radicalismo para ese lugar era muy conocido, aunque todos han tenido responsabilidades en la administración pública. Daniel Salvador, el elegido finalmente, es un dirigente fuertemente comprometido con los derechos humanos y reconocido por los radicales bonaerenses. Es lo que necesita Macri: movilizar al radicalismo de Buenos Aires y, más que nada, a sus militantes en condiciones de ser fiscales. Las elecciones en la provincia de Buenos Aires se pueden ganar o perder sólo por obra y gracia de los fiscales. A ese punto de ineptitud (y de corrupción) ha llegado el anacrónico sistema electoral argentino.
La decisión de modificar la fórmula bonaerense esconde otra confrontación de Macri con Cristina Kirchner. Lo decía él mismo ayer cuando subrayaba que es un dirigente dispuesto a rectificar las equivocaciones cuando las percibe. Sabemos lo que quiere decir: Cristina nunca estuvo dispuesta a aceptar que se equivocó.
Macri está convencido de que la Presidenta decidió también polarizar directamente con él. Así leyó la designación de Zannini o el intento fallido de llevar a Florencio Randazzo a la disputa bonaerense. Aceptó el reto cuando eligió a Michetti y modificó la fórmula bonaerense. Lo diga él o no, Macri cree que en algún momento de los próximos meses se encontrará cara a cara con Cristina Kirchner, en la fase final de un combate político por todo o nada.