El kirchnerismo -durante años defensor acérrimo del virtual congelamiento de las naftas y el gasoil- terminará su período al frente de la Casa Rosada con los precios de los combustibles más altos de la región.
El cambio de la tendencia encierra otra evidencia. Todo sucedió entre 2007 y este año, es decir, durante la gestión de la presidenta Cristina Kirchner, que deja las pizarras de las estaciones de servicio muy lejos de los valores de 2005, cuando el ex presidente Néstor Kirchner lanzó un boicot público y nacional contra Shell porque había aumentado los precios. También lejos de las épocas en que el ex secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno tenía la última palabra sobre lo que ocurría con las pizarras de las bocas de expendio en un mercado que, en los papeles, estaba desregulado.
En diciembre de 2007, cuando Cristina Kirchner recibió la banda presidencial de manos de su esposo, el litro de nafta súper en el país costaba, en promedio, 2,23 pesos por litro. Suficiente para que cualquier turista envidiara la fortuna de los automovilistas argentinos. Por ejemplo, un brasileño pagaba casi dos veces más, al igual que un chileno y un uruguayo. En Perú, en tanto, el producto equivalente costaba $ 4,52 y en Uruguay, 4,29. En otros términos: por muchísimo, la Argentina tenía los precios más bajos de la región.
Ocho años después, el podio de precios cambió radicalmente. Lejos de cerrar la lista, la Argentina está segunda entre los países con combustibles más caros de la región, sólo detrás de Uruguay. Hasta marzo, el litro de súper costaba $ 11,9, 28% más que en Brasil, 20% por encima de Chile y Perú, y 47% más que en México.
Las comparaciones están hechas a partir de la conversión de los precios de cada país de dólares corrientes a pesos corrientes y se desprenden de los informes de precios de los últimos años que hace la consultora Montamat & Asociados. Una historia casi calcada se repitió con el gasoil.
Los precios de los combustibles se colaron en una reunión de petroleros el miércoles pasado. A propósito de una presentación, el consultor Eduardo Barreiro le comentó al presidente de Shell, Juan José Aranguren, que según su criterio deberían ser aún mayores en la Argentina. Aranguren, que se enfrentó al kirchnerismo por esa cuestión y hoy trabaja con los equipos de Mauricio Macri, le respondió con otro deseo: "Yo quisiera que los impuestos fuesen más bajos", le dijo.
El peso del Estado en los surtidores es una molestia que aqueja a todo el sector. Si se le descontaran los gravámenes a las naftas y el gasoil (se llevan casi 50% del precio de venta), la Argentina conservaría, según números de marzo, el segundo lugar entre los países de la región con combustibles más caros, detrás de Uruguay, pero con diferencias mucho más cortas con los demás, en algunos casos, de apenas centavos.
Más aún. Según YPF, en junio los combustibles sin impuestos mejoraron la posición de la Argentina. En promedio, el litro de súper a nivel nacional cuesta $ 7,5, más que en Brasil y Chile, pero menos que en Perú.
La respuesta a la escalada de los precios está en el cambio de mando en las cuestiones energéticas que dispuso la Presidenta. Con la estatización de YPF, la necesidad de dotar de recursos a la empresa y la asimilación de ese concepto por parte del ministro de Economía, Axel Kicillof, el Gobierno se mostró más propenso a autorizar subas.
También hay que mirar otra característica del "modelo". Tras 10 años en el poder, el kirchnerismo se acostumbró a la aplicación de subsidios a un lado y al otro, antes a cualquier ciudadano que llenara el tanque y, ahora, a petroleras que tienen una facturación millonaria.
A contramano
Los números así lo muestran. En noviembre de 2007, Moreno promovió una resolución que fijó el precio del barril de crudo para el mercado interno en US$ 42, algo que les impidió a las petroleras disfrutar del precio récord del mercado internacional, que en junio del año siguiente alcanzó los US$ 143. En la Argentina, costaba menos de un tercio. Los favorecidos fueron los consumidores, a costa de una caída de la actividad y la falta de incentivos para invertir en destilerías.
A fines del año pasado, con otros intérpretes, pero la misma bandera política, se escribió una historia distinta. El Gobierno impulsó un acuerdo con las productoras de crudo y las refinadoras para bajar U$S 7 el barril en el mercado interno, que quedó en U$S 77 en su variedad Medanito (el que mejor rinde en las refinerías), en aquel momento 52% por encima del precio internacional. "Durante mucho tiempo el sector petrolero subsidió el crudo que vendió al mercado local y esto se tradujo en combustibles más baratos; a partir de los últimos meses del año pasado, son los consumidores argentinos los que subsidian la industria petrolera", explicó el ex secretario de Energía Daniel Montamat.
La decisión de Galuccio y Kicillof, que fue acompañada por el resto de la industria, apuntaba a sostener los precios locales para que no se cayera la inversión petrolera. Pero la pagaron los consumidores. Sin impuestos, las naftas subieron 15,77% en marzo, en comparación con el mismo período del año anterior, y el gasoil, 14,58 por ciento. En el resto de los países de la región, incluso en Uruguay, bajaron. En Perú, por caso, la caída fue del 30 por ciento.